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"Diario de un viaje a Salinas Grandes, en los campos del sud de Buenos Aires". Por el Coronel don Pedro Andrés García  

Discurso preliminar al viaje a Salinas

 

Las pampas de Buenos Aires tuvieron en otros tiempos sus caravanas y romerías: no para visitar mosqueas, ni para hacer expiaciones, sino para empresas lucrativas, que llenaban las arcas del erario y suplían las necesidades públicas. Su objeto era proveer de sal a la población, extrayéndola de una gran laguna que yace al sud, en un paraje que estaba entonces en poder de los indios. Los virreyes, que dirigían estas operaciones, tenían que solicitar de los caciques el permiso de introducirse en su territorio, ofreciéndoles algún regalo para amansarlos.

Estas negociaciones, que se renovaban cada año, eran una de las tareas más ingratas del gobierno de Buenos Aires, cuya autoridad desconocían y ajaban esos indómitos moradores del desierto. Pero el Cabildo, que contaba entre sus recursos el producto de la venta exclusiva de la sal, se empeñaba en que no se desistiese de esta faena, a lo que condescendía el gobierno por la oportunidad que le procuraba de observar a los indios y de explorar su territorio.

Cuando se acercaba la época de estos viajes, que solían emprenderse al principiar el verano, se avisaba por bando el día de la salida y el punto de reunión para los que querían acompañarla. Este anuncio ponía en movimiento a la campaña, cuyos habitantes concurrían gustosos con sus carros y peones, no sólo por su utilidad sino para procurarse una diversión.

 

-II-  

Estas expediciones ofrecían un espectáculo imponente, por el orden con que un numeroso convoy de carruajes y jinetes desfilaba en aquellas vastas soledades, que se animaban con su presencia.

La que se efectuó en 1778, en tiempo del virrey Vertiz, constaba de 600 carretas, aperadas con 12000 bueyes y 2600 caballos, y asistidas por cerca de 1000 hombres, bajo la escolta de 400 soldados al mando de un Maestre de Campo. Este aparato de fuerza era el mejor arbitrio para contener a los indios, naturalmente inclinados a los acometimientos y al robo; y la falta de medios de represión expuso al autor del presente diario a grandes peligros, de que sólo pudo librarle su entereza.

La perplejidad que debía inspirarle lo azaroso de su posición, y la especie de sitio en que lo tenían los indios, no le impidieron de someter a una diferente investigación sus costumbres salvajes, y el hermoso país que habitaban: de todo habla con acierto, y estos detalles amenizan la narración y hacen sumamente interesante su lectura. Los más pequeños incidentes de la ruta, todos los pormenores de sus entrevistas con los caciques, están relatados con un noble y apreciable candor. La exageración y la mentira, que comúnmente forman el principal caudal de un viajero, no han manchado sus páginas, que a falta de otro mérito, se recomendarían por la verdad con que están escritas.

 

Por estos arbitrios ha llegado el autor a dar a su diario una importancia que nunca tuvieron los de sus predecesores, ceñidos a llevar la cuenta material de los días que gastaban y de las lenguas que recorrían, en un terreno más o menos cubierto de bosques o lagunas.

Al desempeño de esta comisión agregó el gobierno otra de mayor interés para la provincia, y cuyo plan se halla trazado en el primer oficio de la Junta Gubernativa que hemos publicado. Se trataba de formar una estadística de los pueblos de la campaña, y de proyectar una nueva línea de frontera para garantir los vecinos y asegurar sus propiedades.

 

-III-  

Causa ciertamente sorpresa el que, en el corto intervalo de 17 meses, en que se complicaron los trabajos de la expedición a Salinas, pudiese el Coronel García adquirir tantos datos para contestar las preguntas del gobierno, y desenvolver en muy pocos renglones todas sus ideas: ideas originales, realzadas por un estilo fluido y brillante, en que se exhala una alma joven, una imaginación ardiente, un fondo de esperanzas, que es muy raro que dominen a una razón madura en una edad provecta.

Esta memoria, fruto de ímprobos trabajos y de largas meditaciones, quedó envuelta en el caos de los proyectos que en distintas épocas habían sido enviados a los gobernadores y virreyes, mucho más solícitos en pedirlos que en realizarlos. Sobre el mismo tema escribieron Pavón, Evia, Ruiz, Villarino, Baygorri, Sá y Farias, los dos Viedma y el mismo Azara; sin que se hubiese dictado una sola medida para poner, cuando menos, a los pueblos de la campaña al cubierto de las incursiones de los bárbaros. Este cargo es injustificable, porque mantuvo al país en la vergonzosa dependencia de los indios, cuando pudo haberlos anonadado.

No ha mucho que plantaban sus tolderías en las orillas del Salado, de donde amagaban hasta la misma capital. ¡Cuán distinta es su suerte actual! Rechazados por todas partes, tienen que dispersarse en el desierto, o buscar un abrigo en las fragosidades de la Cordillera, abandonando para siempre esos campos que no podían transitarse sin peligro, y donde las poblaciones se establecen ahora a la sombra del pabellón argentino que flamea triunfante en las márgenes del Río Negro y del Colorado.

Buenos Aires, noviembre de 1936.

Pedro de Angelis


  -I-  

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Oficios del gobierno

I

La Junta superior gubernativa de Buenos Aires

 

La necesidad de arreglar las fortificaciones de nuestra frontera, y la influencia que debe tener este arreglo en la felicidad general que ocupa los desvelos de esta Junta, la han movido a conferir a V. S. la importante comisión de visitar todos los fuertes de nuestra frontera, averiguar su estado actual, y proponer los medios de su mejora, tanto por las variaciones que convengan en su situación, cuanto por las reformas que deban adoptarse en el sistema de su servicio: averiguar al mismo tiempo el estado de las poblaciones y ganados, los medios de reunirlas en pueblos, la legitimidad con que se ocupan los terrenos realengos, con todos los demás ramos anexos a la policía y mejora de nuestros campos; manifestando igualmente, si los pueblos de la campaña tienen égidos, y cómo se les podrán proporcionar arbitrando, cómo se podrán dar los terrenos realengos con utilidad de la real hacienda, y sin las trabas que hasta ahora se han usado, con todo lo demás que le parezca a V. S. conducente a la mejora y felicidad de nuestras campañas.

En esta virtud espera la Junta se ponga V. S. en marcha inmediatamente para el logro de tan importante objeto; llevando en su compañía dos oficiales de su entera confianza, y consagrando este servicio más al Rey y a la Patria. En inteligencia, que las reformas de fácil ejecución las comunicará desde aquellos mismos destinos, para que, con aprobación de la Junta, sea V. S. mismo el ejecutor de ellas.

Dios guarde a V. S. muchos años. Buenos Aires, 15 de junio de 1810.

Cornelio de Saavedra

Dr. Mariano Moreno, Secretario.

Sr. Coronel don Pedro Andrés García.

 

  -II-  

II

Habiendo determinado esta Junta, de conformidad a propuesta del Excelentísimo Cabildo, se verifique en este año la acostumbrada expedición a Salinas, y publicádose el bando, para su notoriedad, con designación del día 4 de octubre próximo para su salida de Palantelem, ha nombrado a V. S. por comandante de ella; previniéndose con esta fecha al de la frontera el apronto de 50 milicianos armados, a sueldo, que deben escoltarla. Y lo aviso a V. S. con acuerdo de la misma Junta, para que en su inteligencia, y de haber nombrado dicho Cabildo por diputados a los regidores don Manuel José de Ocampo y don Andrés Domínguez, se presente V. S. en esta capital sin demora, a tratar con ellos el punto de auxilios que le son peculiares, y recibir las últimas órdenes de esta Superioridad.

Dios guarde a V. S. muchos años. Buenos Aires, 6 de setiembre de 1810.

Cornelio de Saavedra.

Dr. Mariano Moreno, Secretario.

Sr. Coronel don Pedro Andrés García.



  -I-  

ArribaAbajo

Excelentísimo señor:

La memoria que tengo el honor de presentar a Vuestra Excelencia es un homenaje debido a la autoridad, y una manifestación de mi amor y respeto a la patria. Vuestra Excelencia se ha servido confiarme el arreglo de estas campañas, formación de pueblos, mejora de los ya formados, establecimientos de guardias fronterizas en donde convengan, y el fomento de todos los ramos de policía rural. Éste es el encargo más honroso que ha podido hacerse jamás a un ciudadano: de su acertado desempeño pende la prosperidad de la agricultura y de la población, el poder y la riqueza de la sociedad.

Es verdad que no corresponde a las fuerzas de uno solo, sino a los esfuerzos de muchas generaciones, el llevar a cabo una obra de tamaña grandeza. Hay escollos que evitar, peligros que arrostrar y dificultades que vencer; pero todo desaparece cuando se nos presente la perspectiva risueña de la felicidad pública. Mil pueblos florecientes, enmedio de los campos ahora desiertos, serán un monumento más glorioso que cuantos ha levantado la vanidad de los conquistadores. Millares de familias contentas, y rodeadas de la abundancia, entonarán himnos más honrosos al gobierno que las afamadas producciones de poetas aduladores.

¡Pluguiese al cielo que el tiempo que me resta en la tarde de mi vida, fuese un sacrificio útil a un país que me alimenta desde mi primera juventud, y que me ha dado cuanto es capaz de hacer amable su existencia a un mortal! Si una fatalidad inevitable, o si la escasez de mis luces, no me permite esta honra, yo me consolaré a lo menos con haber hecho lo posible, y con manifestar a Vuestra Excelencia en el lenguaje de la verdad los males que pesan sobre nuestras campañas, la urgente necesidad de remediarlos, los medios de hacerlo, y cuantos bienes pueden resultarnos.

La feracidad de este suelo afortunado, las ventajas que ofrece su situación geográfica, y la reunión de todo cuanto puede lisonjear los deseos naturales del hombre, parecen que destinaban a Buenos Aires para

 

  -II-   ser una de las primeras ciudades del Nuevo Mundo; pero contra el orden de la naturaleza la hemos visto casi en nuestros días desfallecer, en la miseria, y entrar apenas en el rango de las ciudades subalternas.

La lucida expedición que trajo Mendoza, desapareció luego, ya por las luchas sangrientas con los Querandis, ya por la penuria de bastimentos, ya en fin porque se vio frustrado el principal objeto de su establecimiento, esto es, la fácil comunicación con las provincias y riquezas del Perú.

Sin embargo de que una venda espesa cegaba a todas las naciones europeas en el siglo XVI sobre sus verdaderos intereses, no dejó de traslucir el adelantado Torres de Vera cuán interesante era la población de Buenos Aires, y ordenó luego a Juan de Garay la reedificase a toda costa, como lo verificó el año de 1575. A la muerte de este hombre digno de memoria, quedaron los pobladores dueños de grandes terrenos, cuya fertilidad podría haberlos colmado de abundancia y felicidad, si el gobierno hubiera sabido adoptar el sistema que convenía a sus verdaderos intereses. La adquisición de encomiendas y de nuevos terrenos entretuvo la ambición en los primeros años, y fomentó una guerra con los naturales, que se ha perpetuado hasta nuestros días.

Las tentativas de varias naciones europeas, principalmente las pretensiones de Portugal, hicieron conocer a la España que era forzoso velar más cuidadosamente sobre la conservación de estos países, mantener tropas en Buenos Aires y fomentar esta colonia. Pero al mismo tiempo la codicia de los itionopolistas y la ignorancia de la ciencia económica habían cortado los canales de la circulación. Esta ciudad se vio reducida a los consumos de su guarnición, y a la miserable exportación de algún navío que mandaba Cádiz con licencias eventuales; o bien a las utilidades de los ganados que transportaba al Perú, y a las de un contrabando mezquino al que incitaba el comercio exclusivo de Lima en las provincias altas.

En el espacio de dos siglos habíanse extendido las familias por estas inmensas llanuras, y dedicadas a una vida pastoril, se establecían sin orden en los campos, y, como los hijos de Noé, iban propagándose con sus rebaños por un mundo desierto. Aislados los hombres en sus haciendas, no se reunían sino cuando lo exigía la religión, o lo ordenaba la necesidad de la común defensa. Era forzoso, pues, que reducidos a este género de vida, adquiriesen unas costumbres salvajes, y que, desconociendo las necesidades del hombre civilizado,  

 

-III-   le resintiesen de la indolencia e ignorancia de sus bárbaros vecinos; que la agricultura estuviese en el peor estado y la provincia en la miseria.

El buen rey Don Carlos III, rompiendo las antiguas trabas, dio más libertad al comercio nacional, erigió a esta ciudad en capital de un virreinato, abrió el comercio con el Perú, con los puertos habilitados de la península, las colonias españolas y extranjeras. La atracción de capital y los preciosos frutos que el comercio amontonó en ella de las provincias interiores, la hicieron prosperar con rapidez tan extraordinaria, que en pocos años empieza ya a competir con las más florecientes de la América.

Mas si desde las elevadas torres de la ciudad echamos una ojeada sobre las campiñas que la rodean, será preciso confesar que su opulencia no es debida a la perfección de la agricultura, ni a los esfuerzos de la industria. En ella veremos un retrato de la ciudad de Idomeneo que nos describe el sabio Fenelón. Su grandeza y esplendor son efímeros, porque no estriban en la tierra, la única capaz de consolidar la felicidad de un estado.

La revolución que ha causado naturalmente en la América el trastorno general de Europa, va a poner sus provincias en estado de desplegar cada una las riquezas de su respectivo suelo. ¿Y qué será de la nuestra, si dejamos en abandono nuestros campos, único tesoro que nos ha dado la Providencia? Es preciso, pues, que nos apresuremos a ponerlos en aptitud de prosperar, o que desde ahora consintamos en volver a un estado de languidez y decadencia.

Si miramos atentamente el estado de nuestras campañas, advertiremos luego, que las estancias y chacras se hallan mezcladas al presente; que un desorden ha confundido las propiedades, y dado lugar a que el propietario esté siempre amenazado de las agresiones de sus vecinos, o destruido con pleitos interminables. Los ganados del hacendado talan las sementeras del labrador, y las diligencias de éste dispersan aquellos. Hay una multitud de familias establecidas en terrenos realengos que ocupan a su arbitrio, o bien en los que arriendan por un infinito precio. Estas familias se dicen labradoras porque envuelven la tierra una o dos fanegas de trigo al año; y son en la realidad la polilla de los labradores honrados y de los hacendados a cuyas expensas se mantiene. He aquí la exacta relación que hace de su modo de vivir un vecino de estas mismas campañas.

 

  -IV-  

«Empiezan, dice, estos agricultores honorarios a arar por mayo, y concluyen en julio y aún agosto. ¿Y qué comen en este tiempo estos hombres sin recursos? -Díganlo nuestros ganados. ¿Con qué alimentan sus vicios? -Con los productos de aquellos. ¿Y cuál es el resultado de una operación de cuatro meses? -Haber arañado la tierra, que por mal cultivada, no produce ni aun el preciso necesario de una familia industriosa. Siembran, en fin, porque un vecino les prestó la semilla, y el día de la sementera hay bulla, embriaguez, puñaladas, etc.».

«Estas sementeras en muchas partes deben cercarse; y para esto se unen algunos, y clavan en tierra cuatro palitroques, que, ayudados de torzales que hacen de la piel de nuestros toros, forman una barrera incapaz de resistir la embestida de un carnero. Resguardadas así sus mieses, las cuidan sus mujeres por el día, y ellos por la noche. Persiguen los ganados vecinos, los espantan, los hieren, y obligan al hacendado a trabajar un mes, para reunir lo que un labrador de estos le dispersó en una noche. Destruyen nuestros caballos, pues en ellos hacen sus correrías nocturnas. En este orden continúan hasta el preciso tiempo de la siega, en que son más perjudiciales que nunca».

«Llega enero, y cruza por la campaña un enjambre de pulperías, llevando consigo el pábulo de todos los vicios; sus dueños los fomentan para ejercitar la usura: ponen juegos, donde los labradores de esta clase reciben cualquiera dinero por sus trigos; venden a precios ínfimos sus cosechas, y el campesino honrado, que por sus cortos fondos necesita adelantamientos, se ve forzado a malbaratar por necesidad los que aquellos por sus vicios; siendo el resultado, verse sin granos, y tal vez empeñados al fin de la cosecha. Estos se llaman labradores, porque siembran todos los años, siendo en realidad vagos, mucho más perjudiciales que aquellos que por no tener ocupación llamamos tales».

Me he detenido particularmente en detallar las ocupaciones y costumbres de estas gentes, porque ellas forman una porción muy considerable de nuestra población rural. En el curato de Morón, que está casi a las puertas de la ciudad, se cuentan 622 familias, y acaso una tercera parte de ellas puede entrar en la clase de estos perniciosos labradores; y así de los demás partidos. ¿Y qué podremos esperar de unos hombres acostumbrados desde su infancia a los vicios y a la más destructora holgazanería? El labrador honrado y el útil hacendado no podrán prosperar mientras estén rodeados de semejantes enemigos.

 

  -V-  

Las más sabias leyes, las medidas más rigorosas de la policía, no obrarán jamás sobre una población esparcida en campos inmensos, y sobre unas familias que pueden mudar su domicilio con la misma facilidad que los árabes o los pampas. Es pues indispensable transformar estos hombres en ciudadanos virtuosos, aplicados e industriosos. Yo tengo la satisfacción de hablar con un gobierno que sabe bien que estos prodigios los hace frecuentemente la política, y por eso, sin detenerme un instante, voy a proponer las medidas que me parecen más urgentes y necesarias. Éstas se reducen a cuatro: Primera, mensura exacta de las tierras. Segunda, división y repartimiento de ellas. Tercera, formación de pequeñas poblaciones. Cuarta, seguridad de las fronteras, y líneas adonde deban fijarse.

Las mensuras generales de la campaña deben partir, a mi juicio, desde la plaza misma de la Victoria, siguiendo, para evitar perjuicios, el orden establecido por don Juan de Garay. Para esta operación deben elegirse sujetos que, además de los conocimientos científicos, estén adornados de una integridad a toda prueba. Ellos han de ser infatigables, hasta que perfeccionen un plano topográfico, que señale exactamente los territorios de cada partido, sus límites y haciendas en él comprendidas; sus pueblos e iglesias, sus pastos comunes, aguadas y égidos, con una razón estadística la más prolija.

Esta operación bien desempeñada aclarará luego las respectivas propiedades, pondrá al gobierno en estado de conocer cuáles son las tierras realengas, qué extensión ocupa su dueño, y a qué destina su propiedad. Éste será el documento solemne que asegure el patrimonio de nuestra común familia; sobre este plano es que Vuestra Excelencia va a plantear la grandeza y poder de la república. Así Numa sobre los campos incultos del Lacio dictó las leyes que hicieron de Roma la cabeza del mundo y el modelo de los imperios.

Conocido perfectamente el terreno, es necesario que se proceda a su división y repartimiento; esto es, a, señalar las tierras que se destinan a la labranza y las que deben servir para la cría de ganados. Mientras la población de nuestra provincia y la perfección de nuestra agricultura, no hayan hecho variar completamente el estado de las cosas, siempre ha de ser forzoso mantener las estancias y fomentar la cría de ganados en los términos que hasta aquí. Tiempo vendrá en que sobre una legua cuadrada se mantenga más ganado que hoy sobre tres; que su cría sea menos expuesta y más lucrosa. Pero mientras tanto no podemos menos que dejar este ramo, tan principal de nuestra riqueza, a merced de la suerte, y que su subsistencia sea tan incierta como la de los pastos en   -

 

VI-   unos campos escasos de aguas. Mas para que esté menos aventurada, necesitan siempre los hacendados poseer grandes terrenos en que puedan extenderse libremente los ganados, con menos peligro de que se agoten las aguas, ni se consuman los pastos tan fácilmente.

Según este principio, las tierras más inmediatas a la ciudad serán las destinadas a la agricultura exclusivamente, y luego las que rodean los pueblos que se plantifiquen. No se permitirá en ellos estancia alguna, ni se criará en ellas más ganado mayor que el que los labradores necesitan para sus trabajos, o puedan guardar y mantener a pastoreo en sus campos y los comunes, con el auxilio de prados artificiales y sus cosechas de yerba, que, con la paja y el grano, repondrán para asegurarlos de las intemperies del invierno y sus arideces, de modo que jamás nos falten para las labranzas y acarreos, como ahora sucede.

Designado el lugar que se juzgue a propósito para población, deben deslindarse y señalarse luego los sitios para las casas; de modo que cada uno pueda tener un huerto, corral y habitación desahogada. Éstas formarán o contendrán una plaza, de la que arrancarán ocho calles espaciosas en la primera cuadra de sus respectivos frentes; y en las segundas, que contendrán cien varas cada una: se señalará asimismo el lugar para la iglesia, el cementerio, el hospital y la cárcel. Desde el centro mismo de la plaza de cada pueblo partirán las mensuras de las suertes de tierra de labor de su pertenencia: ordenando de tal modo las cosas, que este punto sea cierto y la mojonera común de su vecindario. En cada pueblo ha de dejarse sitio, no sólo para las casas de los labradores, sino también para las familias industriosas que sucesivamente han de ir estableciéndose en ellos, como necesarias.

Demarcado el pueblo, y divididas las suertes de tierras, es necesario llamar los pobladores. Como han de ser éstos los vecinos esparcidos por la campaña, creo oportuno se dividan en tres clases: primera, de propietarios; segunda, de arrendadores capaces de hacer los gastos primitivos de la labranza; tercera, la de los que no tienen facultades para ello, cuyas nociones suministrará desde luego la razón estadística de que hablé al principio.

Una ley general debe obligar a todos los habitantes de la segunda y tercera clase de la comarca a formar su habitación en el pueblo inmediato que se halla demarcado. Ésta, es verdad, que parecerá duro a muchos de nuestros campestres, y aun algunos que presumen de filósofos lo creerán contrario a la libertad del hombre: pero si se reflexiona  

 

 -VII-   sobre ello ligeramente, pienso que no habrá un sensato que no convenga en la necesidad de esta medida. Sin reducir las familias a población, sucederá que no tocándose sus intereses sino en los poquísimos puntos que forman sus precisas necesidades, al menor movimiento quedarán separados y el cuerpo social destruido. El hombre aislado y reducido a sí mismo se hace salvaje y feroz, huye de todo trabajo que no sea el que necesita para buscar su alimento, y no acostumbrado a obedecer ni a sufrir dependencia, prefiere siempre los medios de violencia a los de dulzura, cuando pretende; y así más presto roba que pide. Se hace duro e insensible, y como está concentrado en sí, no es capaz de espíritu público, ni los resortes de la política pueden obrar sobre él. Es preciso, pues, que el gobierno ponga los principios de adhesión que estas partes separadas necesitan, para formar una masa solida y capaz de resistencia. ¿Y cómo podrá hacerlo, sino acercando los hombres unos a otros, y acostumbrádolos a ocurrir mutuamente a sus necesidades, poniendo en movimiento los deseos de gozar y sobresalir, de que inmediatamente proceden la emulación y aplicación que hacen florecer la agricultura, la industria y las costumbres?

Si las poblaciones facilitan estas ventajas, el comercio adquiere por ellas muchos grados de velocidad en sus cambios, cuya repetición y utilidades refluyen también en los progresos de aquellos. La combinación de estos principios elementales de la felicidad pública, acercará el tiempo en que se vean ocupadas las tierras por tantos propietarios cuantos ellas admiten. Y entonces ¿podrá alguno calcular el grado de poder y de fuerza verdadera que tendría el estado?

Los labradores, endurecidos con las intemperies, acostumbrados a una vida sencilla y frugal, noblemente orgullosos con el sentimiento de su propia fuerza, independientes de su propiedad, de la que sacan su subsistencia y su fortuna, serán los verdaderos ciudadanos, que no necesiten mendigar su mantenimiento del estado, ni venderse bajamente a todo el que pueda darles un empleo o proporcionarles una renta. Su tierra, su hogar, su pueblo: he aquí los ídolos del labrador; en ellos verá la herencia de sus padres, la tumba de sus mayores y la cuna de sus hijos. Amarán siempre las leyes y el gobierno que le conserven objetos tan queridos. El nombre de patria se los recordará, y al primer riesgo serán sus defensores, tan valientes como incorruptibles. En una palabra, formar poblaciones, y fomentar en ellas la agricultura y la industria, es formar una patria a hombres que no la tienen. Esto manifiesta bien si está esencialmente unida la existencia del estado al establecimiento de pueblos y leyes agrarias, que son indispensables para su prosperidad.

 

 -VIII-  

Pero si la triste condición humana obliga al gobierno a usar de su autoridad para impeler a los hombres hacia su propio bien aun antes que la experiencia se lo haga gustar, puede dulcificarse, esta medida con el incentivo del interés y de la propiedad. Las poblaciones han de hacerse o sobre tierras de algún propietario, o sobre las realengas. En el primer caso, debe el gobierno comprar a justa tasación los sitios que se destinen para la traza del pueblo, y darlos en propiedad a los labradores que hayan de establecerse en las suertes de tierra demarcadas; brindando con igual presente a los demás artesanos y gentes de industria que quieran poblarse. Más afín de que el estímulo al trabajo sea mayor, no se conferirá el título de propiedad a ninguno hasta que haya formado su casa, y cercádola del mejor modo que le sea posible; para lo cual se les señalará un término correspondiente. Aunque no puedan desde luego darse las suertes de tierra en propiedad, esto puede suplirse ya por las leyes que favorezcan a los arrenderos, asegurándoles el goce de cuanto mejoren y trabajen en su hacienda, ya premiando con auxilios a los que más sobresalgan en la aplicación, para que puedan comprarla a su dueño, quien nunca podrá negarse a ello, ni valerse de la necesidad para sacrificar al labrador. Pues la ley, que hace sagrado su derecho de propiedad, sostiene a aquel contra las agresiones de la codicia.

Ni creo deba temerse que los propietarios se resientan de unas providencias que, bien lejos de perjudicarlos, van a dar a sus haciendas un valor que ahora no tienen, y que crecerá progresivamente en razón de las medidas mismas con que el gobierno esfuerce la aplicación de los colonos.

Nace con el hombre el deseo de dominar y poseer: tarda más el conocimiento de los medios que pueden extender la esfera de estas inclinaciones; más una vez conocidos, se decide y los abraza con toda la ansiedad de las pasiones. Nada creo que será más fácil, que hacer conocer a nuestros propietarios todas las ventajas que van a conseguir del establecimiento de colonos en sus campos, bajo un sistema como el presente; de manera que, tan lejos de oponerse a estas determinaciones, pretenderán con empeño la preferencia de sus tierras para pueblos.

En las tierras baldías no tendremos estas dificultades, y el gobierno presentará un aliciente más poderoso, con la donación de las suertes de tierra a los que llame a poblarlas; sacando al mismo tiempo todo el partido que le ofrece esta circunstancia para acelerar los progresos de la población y la labranza.

Establecidos los colonos, una policía sabia asegurará las propiedades,  

 

-IX-   destruirá los vagos, perseguirá los delincuentes, romperá las trabas y pondrá en posesión tranquila de la libertad a todos los ciudadanos virtuosos. Pero los dos grandes objetos a que deben dirigirse luego los esfuerzos, son a la introducción de la moderna agricultura, y a la atracción de colonos de todo el mundo, si es posible: ambos objetos son vastos, necesitan de tantas y tan acertadas operaciones, de tantos fondos, en fin de tanto saber y patriotismo, que se hace indispensable establecer para desempeñarlos una junta de mejoras, o llámese sociedad patriótica, que vele noche y día sobre asuntos tan interesantes, siempre protegida con toda la fuerza del gobierno.

Yo creo que la sociedad podría escoger por modelo a la famosa de Dublín, que tiene la gloria de haber sido la primera que hizo conocer todo el precio de los bienes de la tierra en Inglaterra. Los notables del reino se empeñaron, con toda la fogosidad de su carácter, en adelantar los progresos de la agricultura, hicieron un negocio propio a alentar e instruir al pueblo en este ramo, consagraron a este objeto su superfluo, destinado antes al lujo y a los vicios. Ellos mismos instruyen, solicitan y hacen dictar al gobierno cuantas leyes económicas aconseja necesarias la experiencia; y este espíritu, difundido por toda la nación, ha llevado al más alto grado de perfección la agricultura en Inglaterra.

Un movimiento semejante es el que debe dar el gobierno a la opinión de nuestros ciudadanos, que se resienten de los errores que, adoptados generalmente, han dirigido el sistema político de los estados europeos desde el descubrimiento del Nuevo Mundo. Es forzoso que se convenzan todos de que, como dice un sabio, el oro liquidado por el ardiente soplo de la humanidad entera, cuela y se huye de entre la criba de naciones ociosas que lo reciben de primera mano; que cuando se detiene, no es más que un metal de inútil peso; que jamás es riqueza, ni la representa sino por medio de la circulación; que no circula sino hacia los lugares que producen cosas útiles a las necesidades humanas; que no puede aumentarse en un país sino en razón del producto líquido que se saca de sus riquezas renacientes, y de la industria que las prepara y acomoda a los usos de la vida.

Que los sabios, los literatos, los celosos patriotas empleen los encantos de la elocuencia, la fuerza irresistible del raciocinio y de la convicción, para presentarnos a la agricultura como ella es en sí. Que los magistrados vean allí la conservadora de las sanas costumbres, de la inocencia y de la libertad; los propietarios la regeneración eterna de sus riquezas; el comercio, sus almacenes; los pueblos, su subsistencia; los  

 

 -X-   hombres en fin, la nodriza común que los conduzca a fraternizar y participar juntos de sus dones.

Si estos principios, autorizados por un gobierno paternal, se difunden y vulgarizan, no es posible que dejen de electrizar a un pueblo que no perdona sacrificio cuando lo considera útil a su patria. Ya me parece que lo veo correr al fomento de la agricultura y de la industria, con el mismo entusiasmo con que ha volado siempre a ofrecer sus bienes y a sacrificar su vida por la seguridad común. Veo que en cada departamento se forman sociedades patrióticas, que llevan al seno de los campos las luces y los socorros a los desvalidos labradores; que los instruyen, no por medio de vanas teorías, sino con ejemplos prácticos; que los estimulan con los premios, con las distinciones y con los honores. Que otros Triptolemos forman nuevos instrumentos de labranza, y enseñan su uso a los aplicados agricultores; que hacen brotar una multitud de plantas hasta ahora desconocidas; que mejoran las poblaciones, que plantifican la industria en ellas y proporcionan la educación civil y cristiana de las generaciones reproducidas. Que arrancan del seno de la ciudad multitud de familias que hoy vegetan ociosamente, y las establecen con utilidad en la campaña; que hacen derramar en ella mucha parte de los tesoros que ahora se estancan o se guardan para animar la industria del extranjero; que atraen, en fin, de todas partes la población, la abundancia y la felicidad.

A las sociedades, a los hombres de verdadero patriotismo, toca el cuidado de inspeccionar los detalles, proponer los proyectos útiles y dirigir las operaciones. El gobierno, no dando acceso jamás a ese espíritu entremetido que se mezcla en los intereses particulares de los súbditos bajo el pretexto del bien público, debe proteger sólo los esfuerzos con la sabiduría de las leyes que proporcionen al labrador el expendio de sus frutos con comodidad, y con una ganancia módica, pero pronta y segura. Para ello es necesario facilitarles mercados inmediatos, en donde la concurrencia de compradores sea la que dé precio a sus frutos, y proporcione los contratos útiles a la clase agricultora y comerciante. En vano se derramarían tesoros en los campos, en vano se establecerían familias labradoras y se formarían leyes: todo permanecería en la inercia, si la utilidad no siguiese de inmediato a los trabajos. El comercio es el vehículo que introduce con sus ganancias la fecundidad y la vida en todas las clases laboriosas del estado, pero él no puede prosperar sino obrando en libertad.

Supuesta la libre exportación al exterior de todo cuanto la tierra produzca o la industria prepare para fomentar el comercio interior  

 

 -XI-   son muy necesarias las poblaciones, porque allí encuentra el traficante reunidos los granos y los frutos de muchos labradores, cuyos diversos intereses le proporcionan ventajas importantes, y se le disminuyen las demoras y los costos, que le ocasionaría la necesidad de vagar por las habitaciones dispersas de la campaña para vender y comprar. Los labradores, al mismo tiempo, con las noticias que, adquieren en el trato y sociedad, saben apreciar sus granos, y no malbaratarlos o perder ventas oportunas por ignorancia. Se ahorran los gastos de la conducción y los riesgos que corren en su transporte a largas distancias, como también el tiempo que en ello pierden y los perjuicios que nacen de la ausencia de sus campos.

Nadie ignora que la principal ventaja de la libertad del cultivo del comercio de sus producciones, está en facilitar los cambios, sin los cuales los frutos no pueden tener su precio; de donde se infiere la necesidad de abrir la salida y facilitar los transportes y caminos al comercio. Todos los frutos que se ofrecen en concurrencia al consumo están cargados precisamente con los gastos de producción y transporte; estos últimos no tienen otra base que el mismo artículo, y por consiguiente los gastos de transporte cargan sobre la producción. Así, pues, para que nuestros frutos se presenten más ventajosamente a la concurrencia, es preciso disminuir, cuanto sea posible, los de conducción.

De estos principios se deriva naturalmente la necesidad de mejorar los caminos, de facilitar la navegación y de construir canales; pero mientras llega el tiempo en que el estado pueda emprender estas grandes obras, juzgo que son indispensables dos providencias. La primera, que facilite y fomente las máquinas que reducen el volumen de los frutos, y dejando la utilidad de la manufactura entre las familias industriosas, minoran los gastos de su transporte. La segunda, es la que mira a perfeccionar las máquinas que se emplean en las mismas conducciones, haciéndolas de forma que, admitiendo más carga, necesiten menos fuerzas y estén menos expuestas a romperse o desbaratarse.

Las medidas hasta aquí indicadas como necesarias, serían inutilizadas en gran manera si no se atendiese inmediatamente, casi como objeto primordial, a la seguridad de las fronteras de indios infieles; de modo que el habitante de los campos no tema ver destrozadas sus posesiones por las invasiones inesperadas de un enemigo feroz, y pueda sin recelo entregarse a los útiles trabajos de su profesión; a este objeto se dirige inmediatamente la medida de adelantar las fronteras. Pocos son los que conocen en toda su extensión la importancia de esta obra, porque no hay muchos que se detengan a considerar los intereses verdaderos del país.

 

-XII-  

Asegurar para siempre nuestros campos de las incursiones devastadoras de sus bárbaros vecinos, hacer de ellos una misma familia con nosotros, extender nuestras poblaciones hasta las faldas de la cordillera famosa de Chile, formar provincias ricas en las producciones de los tres reinos de la naturaleza, y dar un vuelo rápido a nuestro comercio, a nuestra industria, a nuestra agricultura, que lleven luego la opulencia a nuestra afortunada patria; hacernos verdaderamente independientes de las provincias del continente americano y de la Europa, por la posesión de las primeras riquezas de las naciones: he aquí los grandes objetos que se propuso este gobierno cuando me confió la comisión del arreglo de fronteras.

Echemos un velo sobre los errores que han ahogado por el espacio de tres siglos los grandes y preciosos frutos de una sabia y bien dirigida economía; convenzámonos solamente de nuestro estado presente, y de la necesidad de buscar entre nosotros las fuentes del poder y de la prosperidad, para no ser mañana miserables, débiles y pupilos quizá de nuestros mismos compañeros. Grabada esta verdad en nuestro seno, marchemos denodadamente hacia el objeto, si es que aspiramos a la gloria de restauradores de la patria.

Aquellos que, cuando se trata de los primeros intereses del estado, ciñen sus miras a pocos años, o adoptan a medias y temblando las medidas grandiosas que han de establecer la felicidad de las generaciones: los que proceden sin un plan determinado, que, empezándose a plantificar por ellos, haya de proseguirse constantemente por los que les sucedan; estos hombres pusilánimes y mezquinos hacen más daños al estado, que los atrevidos que proyectan en grande, aun cuando yerran en sus cálculos.

Errado fue, y muy dañoso a la humanidad, el deseo de conquistar los indios salvajes a la bayoneta, y de hacerlos entrar en las privaciones de la sociedad, sin haberles formado necesidades, ni inspirado el gusto de nuestras comodidades. Este plano, repito, sostenido con tesón, imposibilitaría quizá la civilización de aquellos hombres, pero no expondría el estado a tantos males, como un sistema contrarios adoptados a medias y mal conducido.

Así el inveterado concierto hostil, sostenido por nuestros mayores contra las tribus de los Pampas, hacía imposible su reducción; pero al menos establecía una barrera entre ellos y nuestros campestres que los tenía siempre en alarma, y a los indios, cuidadosos por el estado de guerra en que estábamos sin cesar. Desde el año de 89 se cambiaron  

 

 -XIII-   felizmente las ideas, y proyectó el gobierno atraer por el comercio buen trato a estos hombres feroces: pero, no habiéndose establecido un plan tan vasto como el objeto, ha sucedido que las fronteras se hallan desarmadas; que muchos de nuestros campestres, cuyas costumbres como hemos dicho, no distan muchos grados de las de los salvajes, se han familiarizado con ellos, y atraídos por el deseo de vivir a sus anchas; o bien temerosos del castigo de sus delitos, se domicilian gustosamente entre los indios. Estos tránsfugas, cuyo número es muy considerable y crece incesantemente, les instruyen en el uso de nuestras armas, e incitan a que ejecuten robos y se atrevan a hacer correrías en nuestras haciendas. ¡Cuánto no debemos temer de estos indios, acaudillados y dirigidos por nuestros mismos soldados!

Se presenta esta empresa con no pocas dificultades; pero entiendo que a la distancia tienen las cosas diverso aspecto que observadas de cerca. Todo está a nuestros alcances si empeñamos la constancia en el trabajo, y estudiamos la moderación y prudencia con que debemos acordar y convenir con los indios salvajes, para obtener la posesión de los terrenos a que aspiramos, y establecer unas relaciones que los tengan en necesidad de nuestro trato, los aficionen a la sociedad, y quizá en la segunda generación formen con nosotros una sola familia, por los enlaces de la sangre. Este debe ser el fruto de nuestras tareas, si la comisión se maneja con destreza por un jefe que sepa hacer servir a las miras políticas del estado las numerosas tribus que infestan hoy esas inmensas campañas.

Las guardias de fronteras que tenemos, son ya casi totalmente inútiles; porque están las más en el centro de las poblaciones, por su estado ruinoso, por falta de armas y soldados, y porque no pueden ofender ni defenderse si son atacados; de modo que las haciendas y poblaciones avanzadas al enemigo, de 20 hasta 60 leguas al sud, están francas y sin reparo alguno.

En la estrecha faja que forman los ríos Paraná y Salado, no caben las poblaciones de nuestro labradores y hacendados. Se han visto precisadas las familias, contra lo estipulado en las paces celebradas con los pampas, a pasar los límites del río Salado; lo que debería mirarse por aquellos como una manifiesta infracción y declaración de guerra. Pero, como la necesidad ha obligado a excederse por la propia conservación, y este exceso ha sido recíproco, resulta una tolerancia harto perjudicial por lo aventurado y expuesto de nuestras familias en campo enemigo, e indefensas para reparar las hostilidades que experimentan siempre que los indios se acuerdan de sus derechos, o sueñan hallarse ofendidos;  

 

-XIV-   cuyos motivos nos impelen poderosamente a emprender sin tardanza el adelanto de las fronteras sobre dos líneas precisas, para poder acudir a nuestra conservación y necesaria subsistencia.

La primera debe ser desde la confluencia al mar del río Colorado hasta el fuerte de San Rafael sobre el río Diamante, teniendo por punto central la laguna de Salinas. La segunda debe formarla la cordillera de los Andes, en los pasos que franquea por Talca y frontera de San Carlos, apoyando su izquierda sobre las nacientes del río Negro de Patagones, y su derecha en el paso del Portillo; examinando además otros pasos intermediarios, si los hubiese, y guarneciéndolos del mejor modo posible. La configuración geográfica del terreno da a conocer la importancia de esta obra, y también que la naturaleza nos da en los Andes unos límites indisputables, y que brindan a los de esta parte del norte con la posesión de tantos terrenos yermos, y de preciosidades inestimables, ya demasiado conocidas y ansiadas por los del sud.

Los costados del cuadro irregular que forman las dos líneas, quedan cubiertos por el este con las orillas del Océano y río Negro; por el oeste, con la provincia de Cuyo; por el sud, con la cordillera de los Andes, y por el norte, con las provincias de Buenos Aires y Córdoba.

Luego que, en cumplimiento de las órdenes superiores, pude convencerme de la nulidad absoluta de las guardias, y de la necesidad de adelantarlas, creí indispensable reconocer las campañas que ocupan los indios, y tomar los posibles conocimientos de los lugares para situar bien las fronteras. A este fin propuse a la superioridad el conducir la expedición de Salinas, y hacer con este motivo las observaciones precisas para emprender esta obra jefe, demarcando facultativamente los terrenos, levantando sus planos, sin perder de vista las indagaciones más prolijas para calcular el número de sus habitantes, sus usos y costumbres, y cuanto más pudiese convenir al intento.

Marché en efecto el 21 de octubre del año pasado de 1810, y concluí la expedición el 22 de diciembre siguiente del mismo año, con las ocurrencias que señala el diario que acompaño. Uno de los primeros frutos de mis trabajos fue captar la voluntad de los caciques principales, Epumur, Quinteleu y Victoriano, hermanos, y todos de razón despejada, de poder y de respeto entre las tribus vecinas. Su amistad, siempre constante, atrajo por convencimiento y ejemplo, a

 

  -XV-   otros deudos, que unidos protegieron mi marcha de ida y vuelta contra las agresiones que intentaron hacerme otras naciones. Pude con la dulzura y buen trato prevenir favorablemente los ánimos de estos caciques y sus aliados, para que se prestasen voluntariamente a nuestros designios: ellos se han decidido con gusto a permitirnos la plantificación de poblaciones indicadas, y han ratificado su consentimiento personalmente ante este superior gobierno.

La benigna acogida que merecieron, y los dones con que se les remuneró generosamente, dejaron airosa la garantía que yo les di por escrito. Prendados de nuestras amistosas demostraciones, han celebrado varias juntas con los caciques comarcanos, para conferenciar con ellos la resolución que debían tomar acerca de nuestras pretensiones. Han puesto en obra varias de sus muchas supersticiones, para asegurar por ellas si convendría o no el establecimiento de nuestras poblaciones: en todas resultó un pronóstico feliz. Me han avisado con puntualidad de ello por un mensaje, expresando que les había ganado siempre, y que era ésta una señal segura de que yo les sería buen amigo y no los engañaría en los tratados; pero los más sensatos opinan que se forme un congreso o parlamento general, al cual sean convocados todos los caciques del sur y oeste para declarar abiertamente nuestras intenciones. Los amigos se muestran convencidos de la utilidad y ventajas que les ofrece este proyecto, y creo que el resultado de la conferencia será feliz, pero sea cual fuere, es absolutamente necesario plantificar el proyecto.

Resueltos una vez a ello, me persuaden los conocimientos que yo he adquirido, que el cuartel general y primera población debe hacerse en las márgenes de la laguna de Salinas, o lo que es lo mismo, en el paraje nombrado los Manantiales, distante de ella menos de dos leguas. Tiene aguas saludables, abundancia de leña, prodigiosos pastos, y unos terrenos feraces en toda clase de granos, legumbres y cuanto es necesario a la vida humana, cuyas producciones me ha mostrado un indio araucano establecido allí, y que las cultiva para sustentarse, sin auxilio de útiles de labranza por carecer de ellos.

Esta situación está naturalmente defendida por el este con la laguna de la Sal; por el norte, con elevados médanos; por el sud, con el fuerte y población que haya de formarse, y por el oeste, por una laguna que forman los Manantiales, y una barranca harto elevada de; de modo que, a poca diligencia del arte, pueden asegurarse en circunferencia  

 

-XVI-   más de ocho leguas, para sostenerse contra la más atrevida y numerosa invasión de salvajes.

Desde este punto central deben partir las demás poblaciones, reconociendo antes detenidamente y con mucha exactitud los puntos más interesantes de la sierra de la Ventana, Guaminí, Volcán y río Colorado. Tomadas estas posiciones, quedarán cubiertas todas nuestras fronteras, y aseguradas, sólo con el respeto de las armas, de cualquiera tentativa hostil. La ventaja de estos puntos se conoce mejor considerando su situación geográfica. Hacia aquella parte el Océano se interna en el continente, las sierras primeras se avanzan, introduciéndose hacia el oeste, y nuestros terrenos hasta la ciudad forman un gran seno; de manera que, estrechándose la tierra en aquellas gargantas, no pueden salir los indios con su presa de nuestros territorios sin ser observados desde las guardias, y atacados en caso necesario, o contenidos al menos en sus agresiones por las dificultades de escapar con los robos.

Como esta primera población debe ser el granero y almacén de las demás por algún tiempo, sé establecerá en la estación de las siembras oportunas, para hacer las cosechas oportunamente; pues la distancia no permite la fácil conducción de víveres para un número tan crecido de tropa y pobladores.

Asentada la población de Salinas, mientras se examinan los puntos para establecer la línea del este, deben reconocerse las del oeste al mismo propósito, para buscar las localidades más ventajosas, a fin de avanzar las fronteras Carolina y Bebedero, dando así más amplitud a las provincias de Córdoba y Cuyo; de modo que formen dos diagonales fortificadas, y que sus comunicaciones aseguren las vastas poblaciones que deben quedar intermediarias, desde las actuales fronteras hasta las que se establezcan nuevamente. Desde ellas han de empezar al practicarse las operaciones para el establecimiento de la segunda línea.

Los terrenos que con ésta quedan asegurados, formarán con el tiempo una grande y poderosa provincia. Los valles, ríos, montes y minerales que encierran, anuncian desde luego que ella se aventajara bien presto a las demás. Si a los tesoros con que la enriqueció la naturaleza, si a la facilidad de sus exportaciones que ofrece su situación, se unen los brazos de las numerosas tribus que la pueblan, progresará con tanta rapidez, como ventajas ofrece la sanidad de su temperamento, la feracidad de sus terrenos, la abundancia de sus pastos,  

 

-XVII-   que manifiesta bien el número progresivo de ganado vacuno, caballar y lanar que hoy los cubren, y puede acrecentarse centuplicadamente.

Además de los metales preciosos, ofrecen estas sierras, tan antiguas como el mundo, una multitud de producciones inestimables, como los alumbres, el azufre, las sales, el salitre y toda especie de semi-metales y fósiles. ¡Cuántos ramos de comercio, cuántos manantiales de riqueza, qué aumento a la masa y velocidad de los giros, qué fomento a la agricultura, qué grandeza y poderío al estado! Los ríos Negro y Colorado conducirán nuestros frutos hasta el Océano, desde cuyos puntos podrán hacer nuestros bajeles sus útiles navegaciones a la Europa, al África, al Asia y a las costas del sur y del norte de la América, con la facilidad que ofrece su situación geográfica. ¡Qué nuevas escenas no presentarán al mundo estos pueblos hoy nacientes y débiles, esas tribus de indios que apenas pueden contarse en la clase de hombres! Si la imaginación se abisma al meditar la grandeza de los destinos de estos ricos y preciosos países, a los individuos del gobierno debe alentar la gloria de que sus nombres formen un día las primeras líneas de la historia de estas naciones, y corran al través de los siglos, recibiendo el homenaje de la gratitud y del respeto que se tributa a los héroes.

Entre tanto los metales que ofrecen estos afortunados países, han despertado ya la codicia de los mineros de la otra parte de la cordillera, y para trabajar el cerro del Payen, son muy repetidas las instancias que hacen a sus naturales, que mesquinan y resisten por no ser inquietados y despojados quizá a viva fuerza, como lo recelan justamente. Nosotros, a favor de las luces de nuestro siglo, sabremos clasificar las riquezas y adoptar los medios que sean más análogos a las leyes eternas de la naturaleza. La labranza y la cría de ganados alimentarán en su cuna a nuestras poblaciones; la dulzura, la libertad y el conocimiento de nuevos placeres y de nuevas necesidades nos unirán a los indios. Después las demás riquezas harán crecer y robustecerán sucesivamente el cuerpo de esta nueva sociedad, hasta que llegue a su perfección y pueda desplegar todas sus fuerzas físicas y morales.

Conocida la grandeza del objeto y los medios de alcanzarlo, resta allanar las dificultades que se tocan en la ejecución, por las fuerzas que pueden presentar los indios, por el número de tropas que se necesitan y por los fondos con que ha de subvenirse a tan interesante obra. Los antiguos gobiernos percibían bien la necesidad de tomar las medidas que hoy se quieren adoptar; mas, cuando los  

 

-XVIII-   lamentos de los infelices hacendados y labradores los estrechaban a remediar tantos males, tocaban dificultades insuperables en el sistema pesado de hacienda; y el genio fiscal, que era el que dirigía todas las operaciones, convertía las providencias ejecutivas en un pleito ordinario, y así corrieron los años sin emprenderse cosa alguna. Se creyó necesaria una entrada general por las Provincias de Cuyo, Córdoba y Buenos Aires, para exterminar, o a lo menos menguar mucho las familias de los indios. Esta operación no podía combinarse fácilmente, pues aunque lo resistían la humanidad y las leyes, no por eso se buscaron arbitrios que enjugasen las lágrimas de nuestros hacendados, y quedaron siempre sin cumplirse los votos de aquellos que creían necesarias las poblaciones de Salinas, las Sierras y río Colorado, y sin efecto las reales órdenes que en diversos tiempos se expidieron a este propósito.

Por otra parte, una preocupación envejecida y transmitida sin examen, ha hecho formar a muchos ideas abultadas del poder de los indios, de su muchedumbre, y de la destreza con que juegan sus armas; y de este modo ha pasado por prudencia lo que en realidad es un miedo honestado. Pero cualquiera que sepa que estas gentes viven en tribus independientes, y por lo general enemigas unas de otras, no mirará tan temible su masa, por grande que ella sea. Los felices resultados de una tentativa los hace muy atrevidos, pero un castigo severo los escarmienta para muchos años; tenemos una prueba reciente en las fronteras de Mendoza en el año de 1734, y en las nuestras por los de 89, en que asentaron paces que no han quebrantado hasta hoy, sin embargo de que hemos transgredido los límites del Salado. El carácter de estos indios es marcado por la ferocidad y la cobardía: válense siempre de la sorpresa y de la perfidia, y usan con crueldad de la victoria. Pero, cuando estos caminos les son cerrados por la vigilancia, y que un aparato militar respetable les impone, se apresuran a sacar partido y establecer relaciones amistosas, que conservan hasta que continuadas agresiones injustas los exasperen

El número a que ascienden ya, por su libre reproducción, es muy respetable sin duda. El odio en que viven los mantiene siempre miserables, y sus escaseces los precisan al robarse unos a otros, y todos se conspiran contra los hacendados españoles, en cuyos ganados libran su subsistencia; porque casi han aniquilado los caballos silvestres y otros animales de que se alimentaban. Esto prueba la necesidad de acudir pronto al remedio.

 

-XIX-  

Hay entre estas tribus algunas que blasonan de su origen araucano; aunque se diferencian poco en el carácter común de los demás salvajes, tienen con todo alguna más aplicación a cierto género de labores, crías de ganado lanar y vacuno, con que hacen sus permutas y entretienen algún tanto la ociosidad, buscando nuestros frutos para hacer con ellos sus cambios. Estas inclinaciones son más decididas en los habitadores de las márgenes de la laguna de Salinas y campañas, del oeste. Al contrario los pampas, propiamente dichos, en la carrera de Patagones, y también los que después siguen internados hasta la cordillera de Valdivia, que llaman guilliches, son generalmente inquietos, invasores de las demás tribus y siempre dispuestos al robo y a la matanza.

Fue seguramente una casualidad muy feliz la de haber descubierto y adquirido relaciones con los tres hermanos caciques, situados en los puntos más interesantes, que son las primeras tolderías de las fronteras del oeste en la laguna de Salinas y paso de las cordilleras a Penes. La disposición que manifiestan para allanar con los doce caciques, sus deudos y confederados, la plantificación de poblaciones en aquellos puntos, aleja muchas dificultades, que sin esta favorable circunstancia deberían tocarse.

El gobierno ha oído de boca de estos mismos caciques las repetidas protestas de ser consecuentes en sus ofertas. No entremos ahora a investigar el derecho con que pueden hacerse las poblaciones y ocupar estos terrenos. Todos los hombres le tienen de la naturaleza para poblar y cultivar las tierras que les han de mantener. Los hombres en sociedad han establecido los suyos, y sin vulnerar aquel primer derecho, obligan a que han de avecindarse a las poblaciones que formaron, a cultivar las tierras que antes ocuparon, a que guarden un cierto orden que les afiance la tranquilidad de sus posesiones. Nosotros no podemos tener una garantía segura de las tribus salvajes; sus intereses están en contradicción con los nuestros. Ellos viven en el ocio y no conocen más derecho ni más ley que la fuerza para sustentarse del fruto de nuestros trabajos; así es que la conservación de nuestras vidas y propiedades, parece que nos autoriza para defenderlas con un cordón bien situado de fronteras, y oponer una fuerza a otra.

Pero los indios amigos nos ahorran estas disputas. Si el infestar un país, o el poder de correrlo libremente, da un derecho de propiedad como el de Blasco Núñez de Balboa en el mar del sur, nadie negará que los caciques podrán tratar libremente con nosotros y celebrar pactos valederos. Los caciques Quinteleu, Epamur y Victoriano nos ofrecen sus tierras, desean formalizar tratados, estos no contendrán ninguna condición  

 

-XX-   irritante, serán igualmente provechosos a los interesados. ¿Quién, pues, nos disputará la facultad de ejecutarlos legítimamente? ¿Quién negará la justicia, con que podemos rechazar las agresiones de cualquiera tribu que intente perturbarnos en el goce de los derechos adquiridos por un legítimo y solemne pacto con los caciques amigos? Nosotros desconocemos ese derecho que se dice de conquista, los indios no temerán verse esclavizados ni privados de sus bienes, de su tiempo y del fruto de su trabajo. El convencimiento de su propio bien será quien los decida a mezclarse con nosotros, y a entrar en nuestra sociedad: entonces participarán proporcionalmente de las cargas que sufrimos, así como gozarán de nuestras comodidades; y esta convención será perfectamente libre y espontánea.

Me persuado que no llegará el caso de usar de la fuerza, porque la dulzura y la sagacidad triunfarán del carácter feroz y suspicaz que manifiestan comúnmente, y que a veces ostentan con estudio por ver si sorprenden a quienes no los conocen. Desean con ardor muchos de nuestros artículos, y no será difícil que por el estímulo de algunos regalos los decidamos a entrar en contratas ventajosas. Como son naturalmente desconfiados e insubsistentes, es preciso que luego sin detención se proceda a ocupar los terrenos que nos cedan; y para esto se necesita una fuerza respetable que no sólo les imponga, sino que aleje toda esperanza de cometer con suceso una perfidia. Son idólatras de sus ganados y propiedades, pasan a la posteridad cualquiera injuria inferida a sus personas y a las de sus hijos o deudos; jamás perdonan, y la venganza dura tanto como la existencia de las generaciones de agraviados y agresores. Por esta razón el gobierno debe poner el mayor cuidado en la elección de jefes y oficiales subalternos que se destinen a esta obra; al paso que la misma división de tribus y la perpetua enemistad en que viven, abren un camino fácil para conseguir los objetos que se proponen.

El interés, que los indios conocen, y defienden, les hará entrar en sociedad, y se presentarán gustosos al servicio por el competente estipendio; cuando adviertan que las pieles de sus caza, los tejidos ordinarios de su industria, los vellones exquisitos de ovejas tienen fácil expendio en cambio de los artículos de su lujo o de sus necesidades, se harán más aplicados, intimarán sus relaciones, y luego serán unos miembros útiles del estado, que tendrán un mismo idioma, costumbres y religión que nosotros. Esta conducta, observada religiosamente, hará más conversiones que los misioneros de propaganda.

Para proceder con seguridad en la empresa son necesarios 1.000 hombres de tropas regladas, con la correspondiente artillería, que subsistirán en la frontera hasta que un igual número de pobladores les pueda  

 

 -XXI-   subrogar. Estos, cuya primera obligación será instruirse en el manejo de las armas, estarán regimentados, y servirán alternativamente por un corto estipendio. Como ellos deben ser propietarios y vecinos, defenderán más ahincadamente sus bienes, y serán los soldados mejores para este género de guerra.

Las conducciones de familias, tropas, útiles, armas, bajeles y cuanto más es necesario, estoy seguro que costará poco al erario, pues los hacendados y labradores de estas campañas, en quienes inmediatamente refluye el beneficio de su seguridad, los harán gratuitamente o con la mayor equidad posible. Ellos desean con ardor ver realizada esta empresa, y muchos me han ofrecido generosamente todo cuanto pueden, por contribuir a un objeto tan interesante.

Los demás gastos cuantiosos de este ramo de poblaciones y su subsistencia pueden facilitarse con cargo de reintegro de los fondos que a este efecto, sin gravamen de las provincias y vecindarios, se establezcan. Con esta consideración, además de las ya referidas, he propuesto la primera población y cuartel general de Salinas, porque desde ella han de ir adelantándose las demás, en proporción de los fondos y facultades que adquiera, los cuales no dudo sean luego muy considerables.

Nada se presenta más fácil que pobladores, así de los que lo desean, que son muchas familias de la campaña, como de aquellas a quienes se les hace un bien en trasplantarlas desde ella y la ciudad, donde yacen en la miseria y sirven de pesada carga a la sociedad, sin producir cosa alguna.

Las provincias de Córdoba y Cuyo nos darán también pobladores, y cooperarán con nosotros, por el interés que tienen en establecer poblaciones y extender sus fronteras para asegurar sus campañas y las haciendas de sus vecinos; por último el mismo reino de Chile nos dará numerosas familias que vendrán gustosas a situarse en esta parte de su cordillera, siempre que el gobierno sepa presentarles el aliciente de una pronta y conocida utilidad.

Luego que se resuelva la ejecución de las obras indicadas, presentaré un presupuesto de los gastos que se juzguen necesarios, y además haré presente los medios que parezcan oportunos para establecer fondos que auxilien estas nuevas poblaciones, y formen las rentas suficientes para sostener todos los ramos de este objeto.

Yo debo poner fin a un discurso, demasiado largo, si su importancia

 

 -XXII-   fuese conocida de todos. Cualesquiera que sean los errores, en que abunde, sin distraer del objeto, sólo servirán para manifestar mejor la necesidad de emplear los talentos de otros ciudadanos más ilustrados. De esta verdad estoy bien convencido, y por eso mis trabajos y mis esfuerzos más bien se dirigen a excitar su patriotismo que a señalar las reglas que deban adoptarse para llevar a su perfección esta obra. He empleado cuanta diligencia ha sido posible para dar el lleno a mi comisión, y no perdonaré fatiga que sea conducente a facilitar la plantificación de un proyecto de primera necesidad.

No cesaré de repetir unas verdades que tanto interesan, ni de presentar por todos sus aspectos esta empresa. El árbol de la libertad e independencia civil que acaba de plantarse, es preciso que arraigue mucho en la tierra; de otra manera los huracanes que le prepara el contraste de fuerzas extrañas, o de nuestras mismas pasiones, lo arrancarán de nuestro suelo. El mineral famoso del Potosí, desentrañando por el espacio de tres siglos con toda la avidez de la codicia, ha venido a ser un esqueleto de gigante; apenas queda de él una memoria de lo que fue. Los preciosos metales que vertía, y los del resto del Perú, van a desaparecer quizá de entre nosotros. Y ¿con qué llenaremos el vacío que dejen en nuestro comercio? ¿Qué agente substituiremos para que acelere nuestros giros y vivifique el estado?

Hagamos valer nuestras tierras: que la industria y el comercio tomen de ellas la materia de sus manufacturas y de sus cambios; busquemos acá también nuestros metales; abramos nuevos manantiales de verdaderas riquezas; de otra manera no puede haber población, no habrá poder, y destruido en su fondo el cuadro del estado presentará unos costados débiles, que cualquiera fuerza romperá fácilmente. La disolución del estado, o la pronta regeneración de nuestra agricultura: esta es la alternativa en que nos hallamos; ella es terrible, pero no menos cierta.

¡Jefes! ¡Magistrados! La Patria azorada con la idea de su próxima aniquilación, os tiende las manos desde el borde del precipicio. La generación presente, y las venideras esperan de vosotros su subsistencia y su felicidad: si se la negáis, el grito de la desesperación, propagándose sucesivamente, llevará vuestro nombre cubierto de horror a la más remota posteridad. Si tenéis la fortuna de llenar sus votos, la gratitud de todos los ciudadanos presentará vuestro gobierno como el emblema de la sabiduría y de la abundancia.

Buenos Aires, noviembre 26 de 1811.

Pedro Andrés García.



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Prospecto

Derrota y diario del viaje hecho a Salinas, a virtud de comisión que me confirió la Superioridad, con el mando de la expedición; practicando las observaciones de latitud y longitud, en los lugares más notables, el facultativo don Francisco Mensura, con los demás reconocimientos de situaciones oportunas para poblaciones y cordón de fronteras, según las miras del Gobierno y necesidad actual de ellas; pueblos o tolderías de los indios, sus habituales paraderos, sus cuantiosos acopios de ganados, el fin que en ellos se proponen; sus parcialidades, y acuerdos que han hecho para su conservación; división actual de opiniones entre los que se presentan a la capital como amigos, sin serlo más que en cuanto guarda conformidad con sus tortuosas intenciones; y enemigos que los persiguen, con quienes están siempre en declarada guerra, sacrificándose mutuamente como lo he visto; siendo el nombre de ellos recíprocamente odioso a no poderse tolerar, ni contener inmediatamente que se avistan, según por menor lo expresará con puntualidad de hechos.

Frontera de Luján, y octubre 22 de 1810.

Pedro Andrés García.





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Viaje a Salinas Grandes

Octubre 21 de 1810

En este día mandé partir de la Guardia a la tropa comandanta, compuesta de 25 carretas, inclusos tres carruajes; lo que ejecutaron a la una de la tarde, conduciendo en ellas las municiones de 50 tiros para cada uno de los dos cañones de a dos que se me entregaron, y 2000 cartuchos a bala para los 25 hombres de infantería, de que únicamente se componía esta escolta, con dos oficiales subalternos, todos del regimiento número 4; y 50 milicianos de caballería, sin más armas que lanza, la cual expresaron no sabían manejar; y se destinaron a los arreos de ganados y caballada, que pudo reunirse por vía de empréstito del vecindario, en falta de los del Rey.

Luego que se pusieron en marcha las carretas, advertí la repugnancia de las milicias para seguir la expedición, por las cortas fuerzas; respecto a que comúnmente se han llevado en tales jornadas 500 hombres de armas, 4 y 6 cañones de batalla, con sus dotaciones respectivas, y una compañía de pardos milicianos, para el arreo y pastoreo de caballada y ganado de consumo; y principalmente, porque no se les auxiliaba con paga alguna. En cuyo día les facilité de mi peculio 300 pesos, que entregué a su capitán don Manuel de Represas, y una ración extraordinaria de tabaco negro, con que al parecer quedaron contentos; de que di cuenta al Gobierno para su aprobación, pidiéndole al mismo tiempo armas para estos 50 hombres, por medio de un oficial que despaché al efecto a la capital.

La Guardia, capital de frontera y residencia del Comandante general de ellas, que tenia orden de auxiliarme, se hallaba enteramente desprovista de cañones portátiles, armas y municiones, por haber marchado todas las guarniciones de ellas a la banda oriental del Paraná, y llevádose todos los armamentos que cada fuerte tenía, quedando éstos servidos por las milicias, y el principal, sin más defensa que un cañón mal montado y casi inútil; y sólo eché mano de 8 esmeriles, que por inservibles se hallaban arrumbados, y empotrando los cañones   -8-   en los pértigos de las carretas, para servirlos a mecha. Habiéndolos probado en ellas, se me franquearon por el Comandante, y se proporcionaron 34 tiros para ellos a metralla, con el fin de auxiliar a defensa en un caso apurado; de que di parte, siguiendo la expedición, no obstante de no habérseme podido auxiliar con arma alguna, y haberse aprobado la paga anticipada a los 50 milicianos.

Para dar principio al viaje, mandé al facultativo formase el derrotero, con las observaciones correspondientes de latitud y longitud, según el meridiano de Buenos Aires, distancias, rumbos y vientos, dándome diariamente parte de sus operaciones, demarcando los lugares más notables que conviniesen, para poder instruir cumplidamente al superior Gobierno, y para que formase el más seguro concepto en sus elevadas superiores miras: lo que empezó a ejecutar en este día.

Esta frontera principal y fuerte de su Guardia, situado en un bajo, y a la orilla oriental del río llamado de Luján, está detallado en un bañado o terreno pantanoso, que ha podido afirmarse algo con el frecuente piso; pero los dos baluartes o terraplenes que ha tenido, no pueden defender la población que le rodea por el este, sin destruirla, y por los demás rumbos tampoco se puede ofender al enemigo, sino a muy corta distancia.

En el día no se ven más que ruinas, así en los fosos y estacadas como en los baluartes y edificios, de adobe crudo y techos de paja casi inservibles, especialmente las cuadras de la tropa, y todo está igualmente ruinoso; debiendo al actual Comandante algunos reparos en las habitaciones principales, para poderse alojar trabajosamente en ellas.

La capilla, que sirve de iglesia a la población, está igualmente ruinosa, parte ya rendida al suelo, parte apuntalada, y el resto sirve, esperando su total destrucción si no se repara.

La población, que manifiesta haber tenido más de 300 vecinos, acaso hoy no alcanza a 100, y sus habitaciones se hallan en el mismo caso que el fuerte y la iglesia; de modo, que su mayor auge lo debió a la eficacia de uno u otro comandante, que precisó a ponerse en población a las familias de los soldados casados de la Guardia, y a los que iban a poblarse en chacras o estancias a sus inmediaciones; y llegó a dar 100 hombres auxiliares de 16 a 25 años en una alarma, sin violencia ni gravamen; porque un Comandante tan político   -9-   y militar, como lo fue don Francisco de Balcarce, sabía calcular el mérito y adelantos de una población, auxiliando de su peculio a los mismos nuevos pobladores, y edificando casa particular, para acalorar al vecindario, estimulándolo a hacer plantíos, huertas de hortalizas, y otras económicas labores rurales, de que reportaban su comodidad y recompensa; teniéndolos en una civil, política y mercantil acción de sus frutos y labores con una entereza justificada, auxiliada de la fuerza armada, y distante de las parcialidades, confusión e ignorancia de un alcalde pedáneo, manejado tal vez por un charlatán que sólo se distingue de los otros en saber formar muy mal cuatro renglones, de que nacen la impunidad de los delitos, la multiplicidad de malévolos, la incivilidad, el desorden de las poblaciones, su ruina o indefensión de las campañas, hasta un estado lastimoso y expuesto, como él en que nos hallamos. De aquí la dispersión de poblaciones, el trato clandestino y perjudicial con los infieles, la ruina de las haciendas que les ayudaban a robar, sirviéndoles de guía para ello la asidua asistencia a sus toldos, para tener con ellas una brutal vida, y finalmente avecindarse con ellos, siguiendo sus costumbres y ritualidades de placeres, adiestrando a aquellos a hacer uso de todas armas, y a ser ya sus directores; en términos que no emprenden cosa alguna sin su consejo, a la manera que Achitofel a Absalón contra su padre. Concibo tan pronta y lamentable ruina de nuestros campos y poblaciones, que si no se pone pronto y suficiente remedio, seremos lastimosamente testigos de las desgracias, y acaso sus víctimas. A mí no me es permitido entrar en un pormenor de las causas que, como eficientes, han dado impulso a este desgraciado estado; pero creo que si no se remedian, llegaremos a igualarnos con nuestro padre el Adelantado Mendoza, sobre las márgenes del río de las Conchas. Con la notable diferencia, que aquellos mayores tenían en su favor la superioridad de las armas, que nosotros vamos perdiendo, porque estos nos van ya igualando, y con empeño procuran adelantarse en el manejo de las de fuego, según se verá en el progreso de este viaje.

El vil y miserable interés de unos, la negligencia de otros, y la execrable maldad de los que dejo relacionados, han tenido adormecido el Gobierno bajo de una piedad mal entendida, y éste que no ha podido, o no ha querido dar un movimiento de felicidad a la provincia, la tiene postrada, yerma de poblaciones y haciendas, y en un estado agonizante.

Allá el profeta decía, que estaba envuelta la tierra en la mayor desolación, porque ninguno meditaba las verdades en su corazón; yo diré a este propósito, que ninguno ha meditado en nuestra ruina,   -10-   por no haber querido dirigir políticamente sus miras a la máxima de las atenciones, que es la conservación de esta tan cuantiosa parte del Estado. ¡Punible descuido! que con lágrimas de sangre llorarán nuestros hijos, tal vez maldiciendo la apatía de sus padres.

Es un engaño creer que los indios son pocos, porque no se nos presentan a la vista; son muchos, y aumentan diariamente las tribus con hombres cargados de delitos, diestros en toda clase de armas, y con los que, dominados de sus pasiones, les aumentan el número efectivo, acreciendo la multiplicación que es infinita por la poligamia.

Yo faltaría a mis deberes si dejase de presentar al Gobierno estas observaciones, para que en ningún tiempo tenga de que arrepentirme por haber callado, y porque en el progreso del viaje he de probar con hechos todos mis asertos.

 

22, lunes

En este día se me dio parte por el capitán de milicias haberse desertado en la noche anterior 4 soldados de su compañía; el cabo de artillería, que igualmente se le había desertado un hombre; y el oficial encargado de la tropa de infantería, que se le había desertado otro. Por lo que inmediatamente monté a caballo con el resto de tropa y los dos cañones que conducían con avantrenes los 9 artilleros que quedaron, de los 10 que tenían de dotación, auxiliados de dos peones, y alcancé la tropa en el paraje nombrado el Durazno, donde se durmió, sin haberse hecho observación alguna astronómica.

El terreno que media desde la Guardia hasta este punto, de poco más de 3 leguas, es feracísimo, firme y de excelentes pastos para los ganados, y escasos de aguadas; todo él es una población no interrumpida de chacras, en que se ven sembrados pequeños trigales muy frondosos, algunos ganados vacunos y caballares, con pocos puestos de haciendas, que todos deberían estar sujetos a población; porque cada una de estas poblaciones es un receptáculo de indios, y todos confidentes y aliados para los robos y extracciones que se hacen por un pequeño y mísero interés; además de estar expuestos en sus vidas y haciendas a cualquier desagrado de los mismos indios. De modo que, por la conservación de unos y por el desvío que debe hacerse de otros tal vez a seguros presidios, parece de necesidad la sujeción de todos a poblado seguro y civilidad; sin traer a consideración   -11-   los demás motivos políticos y cristianos que obligan a ello.

Estas poblaciones, que deben tener alguna defensa militar según su mayor o menor número, convendría tuviesen un jefe militar que reuniese el mando político, para que por ahora, y mientras no recibían un incremento capaz de sostener separadamente por sus facultades y civilidad otra forma de gobierno, se reconociese principalmente la subordinación y seguridad de sus personas y propiedades, por medio de un mando puramente militar, dependiente, según los partidos, de un sargento mayor de milicias, que con frecuencia los revistase, y esto sin pensión que los arredrase de sus casas y haciendas. Las ventajas que hace el orden militar al civil, para hacer respetables a las autoridades, no hay necesidad de demostrarlas por notorias; los delitos comunes quedan más prontamente corregidos, más breve desterrados los hombres perjudiciales, y más contraídos los labradores honrados, con la esperanza firme de no ser atacados en sus personas y propiedades como ahora lo están; sin contar con un día en que puedan decir: hoy no me violarán mi mujer, ni hijas, ni me las robarán, como frecuentemente lo hacen. El Gobierno a un golpe de vista sabrá, por los estados que deben pasársele, con qué hombres pueda contar en caso necesario, y teniendo una prolija estadística, de que deben darse formularios, también podrá administrar pronta y segura justicia al que se quejare de violencia y mal trato del jefe, sea en orden al servicio de armas, o sea en su peculiar manejo o conducta. Los sargentos mayores, que deberían ser como unos jueces intermediarios, y que deberían recorrer sus partidos y hacer frecuentes alardes, deberían tener un exacto conocimiento de todos, para informar al Gobierno, para pedirles los auxilios necesarios y para proponer las ventajas que conviniesen en su partido, y celar de la educación pública a una con los párrocos, que deben tener el mayor peso de esta economía, sin olvidar la de agricultura; auxiliándola el Gobierno en todas sus partes. De otro modo más presto veremos la ruina de nuestras campañas, y acabada la generación, que debe cultivarla, a manos de nuestros asesinos, de los indios y de la apostasía que diariamente se aumenta hasta un número prodigioso, con intenciones crueles, como hombres desnaturalizados y feroces de hábito, según iré demostrando.

 

23, martes

En este día se caminó desde las 6 de la mañana hasta 11; se hizo observación, y emprendida la marcha de la tarde, llegamos al paraje nombrado las Saladas, que es el fin de nuestras poblaciones,   -12-   más internadas por este punto al infiel, y sobre una cañada, que según su profundidad y cauce, aunque extenso, manifiesta recibir muchas aguas en tiempo de ellas, por las que recibe de otras.

Los terrenos hasta esta cañada mejoran siempre a los anteriores en feracidad y firmeza de piso, con excelentes pastos. Aquí se miran los trigales más frondosos y totalmente limpios de maleza; las poblaciones son menos, y sumamente míseras, pero con numerosas familias, que hacen su principal negocio en quesos, para lo que conservan gran número de vacas de leche, gallinas, poco ganado caballar, y escasas siembras de maíz.

Estas poblaciones son seguras posadas de los indios infieles que hacen tránsito a las Guardias o a nuestros campos, unas veces de buena fe, y siempre que tengan proporción, de mala y en tanto conservan buena correspondencia, en cuanto les interesa el volver; que en el caso contrario les roban lo que pueden, y hacen alarde de ello. Los fronterizos son muy frecuentes, por el interés de la compra del maíz de que hacen los indios mucho uso para comerlo en grano, o mal pisado, cocido en agua. Estos fronteros, que disfrutan confianzas entre estos españoles, son los introductores de los indios de tierra adentro: casi todos son parientes, amigos y relacionados, y como todos tienen innatos unos mismos vicios, que es el robo al español, y el asesinarlo, si impunemente pueden hacerlo, cometen todo género de atrocidad, y se retiran contando como victoria estos hechos. La clase de gentes aquí pobladas son poco menos feroces e inciviles que los mismos indios; de su roce y trato resultan las frecuentes clandestinas entradas en las primeras tolderías de nuestros compatriotas, llevándoles el aguardiente, la yerba y tabaco que ellos apetecen. Se entregan a la lascivia, y forman los proyectos de las extracciones y robos de haciendas, unas veces en unión con ellos, y otras proporcionándoles las haciendas en los puntos que conciertan, teniendo interés en ellas, de jergas, ponchos, lazos y pieles, con algunos caballos buenos de los muchos que tienen en sus tolderías, y que tanto halaga este género de comercio a nuestros compatriotas, si de él resulta que tengan un buen recado y jergas, con excelente caballo.

Éste es uno de los principales motivos de la destrucción de nuestras campañas, pero en mi concepto no el mayor, como después diré. Pero sí es, el que puebla los campos infieles de apóstatas, porque estos mismos, más bien acomodados con la vida haragana y brutal de los indios, perspicaces para hacer los robos por sus conocimientos, fácilmente toman crédito entre ellos, se hacen de caudal a   -13-   su modo, que consiste en yeguas, caballos, espuelas de plata, chapeados y alguna ropa, armas y abalorios, para comprar dos, tres y cuatro mujeres; contentando con aquellas especies a los padres y hermanos, que es en lo que únicamente consiste el casarse, y tantas veces, cuantas pueda hacer estas compras. En tanto extremo, que ya hoy es la voz preponderante la de esta clase de renegados, así por su número, como por su ventaja de armas en muchos; de que ya los caciques ancianos se quejan, diciendo que, en cuanto a excesos que se cometen, la mayor parte son causados por los mismos cristianos, a quienes no pueden reducir con sus consejos.

Me he reservado explicar el principal motivo que ha causado el daño, que llevará a su fin las campañas si no se reforma, así en estas fronteras y capital, como en la de Córdoba, San Luis y Mendoza, de esta parte del norte de la Cordillera de los Andes. Es, pues, el franco comercio con la capital y frontera, fomentado casi por determinado número de hombres, que sin reflexionar en el mal que hacen (aunque lo conocen) prefieren su particular y vil interés al general. Ya, pues, no se contentan con abrir unos contratos, además de usurarios, prohibidos; sino que, a pretexto de robos y extracciones de ganados, piden permiso para ir a hacer sus rescates a los mismos toldos, y esto se hace llevando carretas cargadas de bebidas adulteradas, (he seguido el rastro de ellas hasta las mismas tolderías) llevándoles cuchillos, sables y espadas, que he visto muchos de ellos de todas clases, del Rey y de particulares: uniformes de todos los regimientos de los últimos vestuarios, y ya he hallado entre ellos armas de fuego y el uso correspondiente. He aquí el mayor de los males, que exige pronto y ejecutivo remedio, y de que diré oportunamente lo que conceptúo necesario, para que el Gobierno con mejores luces haga lo que estime conveniente.

 

24, miércoles

Se prosiguió la marcha hasta el paraje nombrado Palantelen, habiéndose hecho observación a las 12 del día. El terreno que media de las Saladas al Río Salado, y desde éste a Palantelen, es árido y yermo de muchos pastos y escasa agua. Este río, que es una gran cañada salitral, en donde se resumen otras muelas cañadas en su largo curso hasta la confluencia en el mar, sólo tiene caudal de aguas cuando las lluvias son muy copiosas, que, satisfecha la tierra, reboza, y acuden a las cañadas, y estos al cauce principal, en cuyo caso llena el que tiene, que es muy ancho: pero, no resultando este accidente, queda seco y en partes pantanoso, nada aparente para poblaciones, y sí serán sus   -14-   márgenes y el terreno intermediario, útiles para situar estancias y majadas de ovejas. Su piso es firme, y al presente sólo poblado de corzos y gamas en abundancia, que se abastecen de agua en algunas lagunas y bañados; pero que cavando, se halla el agua somera en las más partes de este tránsito hasta Palantelen.

 

25, jueves

En este día marchamos hasta ponernos entre la laguna de Palantelen y los Cerrillos, así llamados, que son unas lomas o colinas elevadas suavemente sobre la planicie o superficie común plana; en cuyo punto, como señalado por el superior Gobierno para la reunión de carretas, se hallaban 83 de varios destinos de la Provincia. Reconocidas, y convocados los dueños y capataces a cuyo cargo estaban encargadas, se les proveyó de lanzas, y mandé se aprestasen a marchar, no obstante que el día era tempestuoso y de lluvia. A este fin hice formar la tropa, y le mandé dar la ración de yerba, sal, ají, tabaco y pan, hasta Salinas. No se hizo observación, por no permitirlo el tiempo, y se me dio noticia hallarse ya en la Cruz de Guerra algunas tropas más, y otras en camino para aquel punto, esperando reunirse; por cuyo motivo suspendí el numerarlas, y el hacer las demás gestiones a su marcha, hasta que en aquel destino, con reconocimiento del estado de todas, de sus aperos y número, se formasen los estados respectivos, y partes correspondientes al superior Gobierno y al Excelentísimo Cabildo, en la forma acostumbrada.

 

26, viernes

Este día amaneció despejado y el viento fresco, después de una lluvia tormentosa de la noche precedente, en que se dispersaron los ganados de consumo, la caballada y algunas boyadas, que imposibilitaron la pronta marcha. A las 8 de la mañana se me dio parte haberse desertado en la noche 10 soldados milicianos, y un cabo de los que estaban al cuidado de la caballada; por lo que no pudo seguirse el viaje por estos accidentes. Con este motivo pudo observarse en este día a las 12, y en la tarde se demarcó la laguna, y reconocí el paraje más a propósito para población, de las que parece necesario se formen para cubrir las actuales fronteras, y poblados fuera de ellas; y aun cuando se avancen a otros puntos más distantes, debe esta ser por ahora una Guardia de comunicación. Su situación es actualmente, entre las Guardias establecidas, un punto central, porque dista de Rojas, Salto y Areco, con muy corta diferencia, lo mismo que de la Guardia de Luján. Su situación es dominante, su falda surtida   -15-   de manantiales, además de la hermosa laguna de agua permanente, por cuyos derrames sigue una cañada, que promete ser feraz en todo género de frutas y siembras que quieran hacerse.

Desde este lugar, por ser costumbre, pasé un recado de atención; avisando de mi paso a Salinas, al cacique Lincon, el más limítrofe de nuestras fronteras, por medio de dos vecinos de la Guardia, sus conocidos y amigos, el uno lenguaraz, de quienes separadamente hablaré al Gobierno.

 

27, sábado

En este día se emprendió la marcha, y a las 11 y media llegamos a las lagunas nombradas las Dos Hermanas, que se hallan casi unidas, pero debieron haberse dicho tres; pues son otras tantas las lagunas en todo semejantes y con abundancia de agua dulce. A las 12 se observó, y nos hallamos en la latitud que se señala al fin. A las 2 de la tarde seguimos hasta las 6, que llegamos al Médano Partido, habiéndoseme dado parte en la mañana que se habían desertado en la noche precedente 3 soldados de infantería del regimiento número 4. El terreno caminado hoy es alternado de lomas y pequeños médanos o colinas, de mucho pasto, y pisos arenosos o menos consistente que el anterior, pero muy a propósito para estancias, y por sus dobleces, abrigado, al mismo tiempo que las multiplicadas cañadas fertilizan los pastos. El Médano Partido no es más que una pequeña y suave abra, que divide una loma; y a la parte de poniente, a corta distancia, se hallan dos lagunas de agua dulce abundante. Este sitio, que algún día será apetecible de los hacendados, hace ventajas a los demás para criar una numerosa hacienda de toda clase de ganados, y reconocidos los muchos senos, que no puede registrar la simple vista de un viajero, y que ofrecen sus multiplicadas lomadas y cañadas, interesa más de lo que por sí se recomienda. En este tránsito o jornada encontramos una partida de indios que se dirigía a las fronteras, con porción considerable de ganados para su venta. Estos, luego que divisaron la expedición, extraviaron camino a distancia larga; los exploradores se acercaron con diligencia a ellos, hasta alcanzarlos; los detuvieron, y dieron parte; de que enterado, les di orden para marchar, lo que verificaron al punto, volviendo a tomar el carril que habían abandonado; y yo terminé la marcha de este día en las lagunas indicadas, sin más novedad.

 

28, domingo

En este día se celebró misa, y a las 9 continuamos la marcha   -16-   hasta las 11 y media, quedándonos a distancia de la Cruz de Guerra como legua y media, por ser excesivo el calor, para continuarla a aquella hora, y no fatigar demasiado el ganado.

Aquí se presentó el primer indio, con recado del cacique Turuñán, expresándome que me esperaba en Salinas. Y a las 3 de la tarde nos pusimos en viaje para la Cruz de Guerra, a donde llegamos a las 6, en cuyo punto estaban ya reunidas el resto de tropas que forman la expedición; y entre ellas había una porción considerable de indios de la comarca para la novedad los más, y a tratar algunos con ganados, caballos y otras especies con que hacen sus permutas. El terreno caminado, este día es falto de aguas, pero muy abundante de pastos, y bastante firme, aunque arenisco, mezclado con tierra negra, sin que en éste ni en los anteriores haya descubierto hormigas, desde el Río Salado, como sucede comúnmente en los demás, hasta la capital.

 

29, lunes

En este día dispuse colocar los 9 esmeriles y cañones en estado conveniente para cualquiera necesaria defensa, con la tropa que había quedado en dos tiendas de campaña; poniendo de las milicias doble custodia a las haciendas, y destinando patrullas que celasen sobre los indios que trataban, para impedirles la bebida de noche, prohibiendo a los pulperos o vivanderos su venta. Como a las 9 de la mañana, recibí recado del cacique Lincon, en que me daba parte había pasado noticia a los caciques comarcanos para venirse, y venir juntos; que le esperase en el punto en que me hallaba, y que al mismo tiempo le mandase algún aguardiente y yerba para él y sus gentes.

En el resto del día recibí otros varios mensajes de diferentes caciques, con las mismas pretensiones, por medio de los que decían ser sus hijos, y con miras de llegar al siguiente día al campamento. Entretanto se aumentaba prodigiosamente el número de indios espectadores y tratantes, que ya se hallaban confundidos, peones, carretas y carreteros, con la poca tropa, siempre sobre las armas; procurando sí, mantener éstas y los cañones y esmeriles, libres para cualquiera evento fatal que amagaban las borracheras de los indios. Quedaron sin embargo armadas de lanzas todas las carretas, y citados los carreteros para a siguiente día a concurrir a la comandancia con sus gentes, para oír y entender el bando de estilo y orden de la marcha, y demás prevenciones necesarias. En la tarde de este día fueron muy repetidos los avisos de los indios caciques, y sus gentes que pedían permiso para entrar a tratar; que sus tratos son   -17-   pedir aguardiente de regalo, o en cambio de algunas jergas y ponchos, y sin embargo de su multitud, se pudo observar, sin que advirtiesen esta operación. Se continuó el día y la noche siempre sobre las armas, sufriendo infinitas impertinencias, por no tocar el extremo de desavenencia, esperando mejorarse con la presencia de los caciques, y con miras de marchar al siguiente día, luego que se reuniesen los hombres enviados a los toldos de Lincon.

 

30, martes

En este día, a la seña dada de un cañonazo, se reunieron los troperos y sus gentes para imponerse del bando que se publicó en los cuatro ángulos del campamento. Formada la tropa de infantería y caballería a son de caja en la forma ordinaria, con asistencia del comandante de la tropa y ayudante mayor, reducido su tenor a prohibir a los peones y tropas el mezclarse a beber, comer, ni dormir con los indios, para evitar riñas y robos recíprocos, que comúnmente se cometen por este motivo; ordenar a los vivanderos a que no vendiesen de noche cosa alguna a los indios, ni los alojasen en sus barracas, bajo las penas de privarles de hacer ulteriores ventas; que los peones obedeciesen y cumpliesen con sus respectivos cargos, pues al inobediente se le castigaría según sus excesos; haciéndoles culpa y cargo a los dueños y capataces si no daban parte, pues para su sujeción encontrarían siempre pronta la tropa en la guardia de prevención; que las tropas formarían en la marcha cuatro líneas de frente siempre unidas, con las haciendas a los costados; y que en el caso de alguna invasión de los infieles, las dos líneas del centro se incluirían en las de los costados, frente y fondo formando un cuadrilongo, en el que se meterían las haciendas, y colocaría la artillería y esmeriles, como estaba dispuesto para este caso. Y distribuida la gente, que reconociesen todos por segundo comandante de la expedición al teniente de ejército del regimiento número 4, don José Ramón de Echavarría; por ayudante mayor, a don Pedro Villegas, alférez del mismo regimiento, y por ayudante auxiliar, al capitán de milicias provisional, don Ramón Morales; de que quedaron todos los individuos enterados. Enseguida mandé reconocer el número de carretas de carga, de media carga, y carruajes de que se componía la expedición, su estado para poder caminar, número de bueyes repuestos y peones, para formar un estado y dar a la Superioridad y Excelentísimo Cabildo el parte de estilo; lo que se verificó con puntualidad. Y según él, se compone de 172 carretas de carga, 55 de media carga, y 7 carretones o carruajes de camino, con 2927 bueyes y 520 caballos, que, inclusa la tropa, las conducen 407 hombres. Los efectos de la bebida en el indio son los comunes, pero con una violencia y desafuero extraño: recuerdan los agravios hechos a sus mayores y deudos,   -18-   y se empeñan en vengarlos en aquel acto, de que nacen frecuentes pendencias entre sí, hiriéndose y matándose mutuamente a vista de sus caciques y padres, sin respeto a nadie, y muchas veces acometiéndolos. El español debe ser siempre un insensible espectador, sin auxiliar a nadie, aunque les vea hacer pedazos; porque en el momento que lo haga, el auxiliado y el contrario le acometen, improperándole. Es un acto de cobardía entre ellos reparar o quitar el golpe, y por lo mismo se hieren de muerte, y matan. El emborracharse es una de sus mayores felicidades, y los caciques dan el ejemplo: para esto observan una franqueza y generosidad muy particular. Un cacique no tomará sin la concurrencia de sus indios: es cosa muchas veces observada, que si no hay más que un cigarro, todos han de fumar de él, pasándole de mano en mano, y así con los comestibles, en cuanto se presente. Para estos alardes, que por tales los tienen, vienen a su usanza todos pintados los rostros, de negro unos con lágrimas blancas en las mejillas, de colorado otros con lágrimas negras y párpados blanqueados, con plumajes y machetes, reservando las lanzas bien acicaladas, en una hasta de 6 varas de largo, con mucho plumaje en el gollete, en los toldos, para hacer el uso que convenga de ellas, según el resultado de los parlamentos. En el resto del día se fueron aprestando las cosas para marchar el de mañana, respecto a la demora de los caciques; y se nos enfermaron gravemente el padre capellán y el lenguaraz Manuel Alanis, y se continuó la vigilancia sobre las armas, por el copioso número de indios que se iba aumentando.

 

31, miércoles

En este día, siendo ya las 10 de la mañana, sin que aún pareciesen los caciques, dispuse marchar por la tarde para esperarlos al paso en los Monigotes, jornada precisa; pero a la una llegó chasque enviado por ellos, diciéndome que venían ya marchando. Salí a recibir al cacique Lincon, que venía con los caciques, Medina, Cayumilla, Aucal y Gurupuento, a quienes se les atendió, haciéndoles una salva de 4 cañonazos que aprecian mucho; porque, además del placer que reciben en este agasajo, están persuadidos de que con este remedio se ahuyenta el diablo y las brujas, de quienes, según dicen, reciben muchos daños. A poco rato llegaron, Clento, Turuñan, y el hijo de Epumel, con más el anciano Oquiro. A todos se les obsequió con mate de azúcar, se les dio yerba, tabaco, pasas, aguardiente y galleta de pronto; y después entraron en sus parlamentos muy autorizados, manifestando que era un acto de su generosidad permitirnos el paso. Cada uno se decía principal de la tierra a vista del otro, concluyendo con ofertar su gente de auxilio, y pidiendo permiso para alojar en el campamento con sus gentes, y para tratar con los vivanderos. Se les señaló éste a la posible distancia, y   -19-   concedió su petición; y desde el alojamiento eran frecuentes los mensajes de petición de aguardiente para ellos, para sus deudos y tolderías; y estas demandas crecían; en razón de su aumento de embriaguez, al principio con modo y al fin con amenazas y de por fuerza, hasta que totalmente ebrios, los rendía el sueño o laxitud de nervios a no poderse mover. Los llantos, voces y alaridos duraron casi toda la noche; quedando libres los pocos, que en cada parcialidad veían sobre los demás, que después se emborrachan a su vez, y roban cuanto pueden a los demás; otro vicio que los domina extraordinariamente. En esta alternativa de cuidados se pasó el resto de la tarde y noche, deseando aclarase el día para emprender la marcha a los Monigotes, donde esperaba Epumur; pero como el último vale ha de ser también el último agasajo, restaba esta demora, que fue preciso vencer, sin que ocurriese más novedad.

 

1.º de noviembre, jueves

En este día terminaron las demandas de los caciques, a los cuales se les agasajó con lo que pidieron, de manera que fuesen contentos, como al parecer lo fueron. Desde las 9 de la mañana hasta las 11 del día; y a las 12 y media, marché para el paraje nombrado los Monigotes, adonde llegué a las 5 de la tarde con miras de adelantar la jornada. Pero repentinamente, y todo despavorido en un caballo en pelo, a todo galope me dio alcance el cacique Lincon, con unos de sus capitanejos de la misma suerte, manifestándome que, por haberme ido a visitar, le habían asaltado sus toldos y le habían muerto a su mujer y demás familia, y robado toda su hacienda, y que para perseguir a los ladrones y facinerosos, le franquease 30 soldados armados. A que contesté que yo no tenía la tropa para vengar ajenos agravios; que no venía a declarar guerra a nadie, y si sólo a hacer efectiva la expedición de mi cargo, y defenderme del que quisiera hostilizarme, y por consiguiente no tenía facultades para ello, ni podía demorar mi viaje. A esta respuesta, dada con firmeza, aumentada con varias reflexiones de convencimiento, se alteró, y protestó perder la expedición; para lo cual iba a despachar correos a todos los caciques interiores, (como lo hizo) para que embarazasen la expedición y la asaltasen; dando a entender que iba a hacerse de su gente y demás de la comarca, sus aliados. Últimamente, como el lenguaraz de que me he valido Mateo Zurita, además de poseer el idioma con la mayor propiedad, según dicen los indios, conoce sus impertinencias y falsedades, y les habla con la misma entereza que se le manda, sin recelo ni temor, y no se confabula con ellos por ningún interés como otros; por cuya razón, y los oficios que otros habían hecho con Lincon, informándoles que Zurita era el que les hacía menguar los agasajos, y el que todo lo enredaba, creyó en esta ocasión que a él debía   -20-   atribuir mi negativa, y en el último razonamiento trató de atropellarle a mi presencia, y también el capitanejo de su parcialidad; en cuyo lance me acerqué a él con una pistola amartillada, y separándose al momento, se retiraron los dos pretendientes con otros varios indios de sus toldos que habían venido tras de él, repitiendo sí sus amenazas. Esta ocurrencia por fortuna la presenciaron varios enviados de otros caciques, que pedían permiso para entrar a tratar a la manera que he dicho; y entre otros un hijo del cacique Epumur, inmediato vecino de Lincon, el cual no dudó desaprobar en el acto la conducta de aquel y desmentirle, y se ofreció a darme parte de cualesquiera novedad que advirtiese, avisándole a su padre; como en efecto lo realizó en aquella noche, expresando ser todo tramoya y falsedad, y que al siguiente día me impondría con su padre, que pasarían a verme, como encargado de ello por sus hermanos, los caciques Victoriano y Quinteleu. Pero entre tanto esto se comprobaba, y como debía esperar la realidad de las amenazas, me atrincheré con las 234 carretas, metí en el círculo que formé las haciendas, quedando en el centro los médanos de pequeña magnitud, que son los que tienen el nombre de Monigotes, para observar desde éstos los movimientos de los enemigos en el caso de atacarme. Todos quedamos sobre las armas, y a punto de batirnos, si fuese necesario, haciéndosenos más penosa la noche, por haber sido tormentosa y de aguas. Como la expedición estaba escasa de toda clase de armas, corto el número de tropas, y éste minorado ya en una tercera parte de desertores, se me dio a entender que no debía seguir la expedición; pero como por una parte advertía que Lincon no tenía apoyo en su hecho, que acaso trataba de extraviarme la gente armada para tortuosos fines, y por otra era un desaire de las mismas armas que cedía en menos honor mío, dije que debía seguir, porque sería nuestra mayor ignominia huir sin ver los enemigos. Porque aunque, según el parte del capitán de milicias, en la noche precedente se habían desertado 3 hombres más de su compañía, el hecho mismo de haber desertado por miedo, no sólo les hacía inútiles en el combate sino perjudiciales, porque ellos serían capaces con su cobardía de inspirarla a otros. Así terminaron el día y la noche tenebrosa sin otra particular novedad.

 

2, viernes

En este día se esperó al cacique Epumur, hasta las 10 de la mañana, en que llegó al campamento; y enterado de la ocurrencia de Lincon, dijo que Lincon era a todos un hombre insoportable, por su mala conducta, sin más fuerza que la de su lengua. Que sería muy corta su existencia, aun entre los indios, por el odio que se había atraído de todos; que les hubiera hecho un gran servicio en haberlo muerto; que   -21-   él era la causa de algunas incomodidades con los españoles, levantando especies, y como ya estaba conocido entre los caciques, por un embustero, nadie creería sus chasquis, antes bien mirarían con mucha estimación el desprecio que yo había hecho de su petición. Que para acalorar los ánimos había difundido en la tierra, por noticias de algunos españoles, que éstos venían a poblar ciudades en el Guaminí, Laguna del Monte, Salinas y otros parajes, para lo que se le había hablado en oposición; pero que muy distante de oponerse, lo hallaba por conveniente, así por el comercio recíproco que tendrían, remediando sus necesidades, como por la seguridad de otras naciones que los perseguían, como los ranqueles, guilliches y picuntos; pues a él le acababan de robar todas sus haciendas, hasta los vestuarios de sus mujeres, dejándolas totalmente desnudas. Que todos estaban en la mayor insubordinación, haciéndose desde niños caciques en el nombre, y con tanta falta de sujeción, que era más celebrado aquel hijo que levantaba la mano a sus padres y los mataba. Que él había sido criado en las inmediaciones de Valdivia, donde se respetan a los mayores, se reconoce la superioridad del gobierno y obedece al Rey; donde había Obispo y Padres que trataban con amor a los indios; donde se levantaban cruces, y hacían parlamentos, de cuyos acuerdos nunca se separaban. Que sería para los Pampas el día más feliz aquel en que se realizase tal manera de gobierno y población. Que la Laguna de Salinas no la había criado Dios para determinados hombres, sino para todos como parte de su mantenimiento, y lo mismo la tierra, pues era para los hombres y sus animales; y por lo tanto, si en este lugar yo quisiese hacer un palacio, lo podía hacer, y nadie podía impedírmelo. Y si su Rey (así hablo con mucho respeto), y si su Rey quería hacer ciudades, le era muy gustoso, y debían serlo todos los que como él tuviesen muchos hijos; que así él, como sus hermanos Victoriano y Quinteleu, eran odiados, por este modo de pensar, de los caciques e indios haraganes que se mantenían de robo; especialmente por influencia de los muchos cristianos que hay entre ellos, que ya son tantos que se ven precisados a sufrirlos. Que para remedio de estos males que afligen la tierra, habían ido sus hermanos a la capital a tratar con el Gobierno; y ahora pasaban a Chile con el mismo fin, y esperaban que lograse el intento; quedando muy expuestas sus familias al sacrificio de los opositores, por no convenir con sus ideas de asaltar y robar las haciendas de las estancias de los españoles, como lo están haciendo por medio de los españoles que tienen en sus toldos, así estas correrías como otros pensamientos muy avanzados. Pero que estuviese cierto, que durante mi viaje nada me podría suceder, por estar a la mira, sus hermanos esperándome en Salinas, y tenían en el tránsito apostadas algunas de sus gentes para acompañarme, y entre otros un hermano, que me presentó en el acto; y él por su parte me franqueaba a su hijo primogénito, y otros deudos, por tres jornadas, como   -22-   lo verificó; quedando pronto a pasar cualesquiera chasquis al Gobierno, si lo estimase necesario, como así lo realizó repetidamente. La entereza de este hombre en su parlamento, lo concertado y juicioso de su razonamiento, la viveza de sus ojos y rostro venerable, presentaban en él un verdadero descendiente del anciano Colocoló, que expresa nuestro Ercilla en su Araucana. Por todo esto, y su adhesión, captó este cacique la atención de todos los oficiales y tropa que presenciaron el razonamiento de este buen viejo; siendo tan particular este género y modo, que poseen todos sus hermanos y familia uno mismo, así en trato, como en honradez. Y esta comportación me movió a pedirle se encargase de las boyadas flacas; lo que hizo con toda fineza y esmero, hasta la vuelta del viaje.

En este mismo punto se me presentó un enviado del cacique Mencal, solicitando entrar a tratar. El enviado era un hijo del mismo cacique, y le acompañaba un lenguaraz, cuyo aspecto me dio la idea de que no era indio, aunque venía disfrazado en traje de tal, tiznada la cara. Antes de que me hablase, le pregunté de pronto: ¿Cómo se llama usted? Y turbado me respondió: José Antonio. Éste, averigüé después, ser un dragón desertor, que robó cierto dinero del Rey, y una negra: y así es, que en todos los parlamentos, si los mismos apóstatas no eran los enviados, eran los intérpretes.

Seguimos nuestro viaje hasta la Laguna de las Ánimas, desconocida hasta ahora en los planos. Dista como tres cuartos de legua de la del Junco Chico, y cuatro leguas de los Monigotes, sin que hubiese ocurrido más novedad en este día.

 

3, sábado

Salimos de la Laguna de las Ánimas, y caminamos como 3 leguas, hasta las 11 y media; en este día se observó el sol, y a las 2 y media de la tarde marchamos hasta las 6 y media, que llegamos a una laguna desconocida, y sin nombre, y se le llamó Laguna de la Concepción, que se halla a la parte del sudeste, desviada del camino como 1000 varas, en cuyo sitio se pasó la noche. El camino de este día forma muchos senos, a causa de no poder seguir la línea recta; de que resulta acrecer la distancia de esta jornada. En esta y las anteriores, los terrenos son planos, de abundantes pastos, y el piso arenisco. En esta jornada nos acompañó el hijo, y varios indios de la familia de Epumur, con los que al propio intento tenían anticipados Quinteleu y Victoriano, y los otros enviados de Mencal y Turuñan,

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4, domingo

En este día, después de haber oído misa, nos pusimos en marcha, y a las l 1 y media paramos enfrente de unas lagunas de poca profundidad, que se hallan al nordoeste del camino. Son 5, casi encadenadas, y al sud sudoeste; a distancia de éstas, como 3500 varas, hay otras 7 lagunas, todas de agua dulce, de bastante magnitud, y el terreno de andado en este día tiene varias lomas de diversa elevación; por entre las primeras y segundas pasa el camino. A las primeras lagunas se les denominó las Cinco Hermanas, y a las segundas, las Siete Damas; parecen todas, según la planicie en que se hallan, no ser de aguas permanentes. Los terrenos siguen areniscos y de mucho pasto, y a pequeñas distancias de este punto, hay varias tolderías de indios al este y oeste; pues de uno y otro rumbo se acercaban partidas de indios a hacer sus permutas. Se observó a las 11, y a las 3 de la tarde seguimos la marcha para la Cabeza del Buey, adonde llegamos a las 6 de ella. En este punto encontramos una laguna no distante del camino, a quien se le dio el nombre del Pasaje; dista como media legua de la Cabeza del Buey; es agua permanente, y su fondo piedra berroqueña, sus bordes de tosca; agua dulce, clara y la mejor que se ha bebido en el camino. Se presentó el hermano del cacique Aucal, quejándose de que Lincon había quitado el agasajo, que se le ha enviado a su padre, y éste pedía permiso para venir a tratar. Enseguida llegaron varios enviados de los caciques de Salinas, manifestando que Lincon había despachado chasquis a todos los caciques de la comarca, poniéndolos en alarma, diciendo, que por varios puntos iban los españoles a atacarlos, y a hacer poblaciones en la laguna del Monte, Guaminí, Salinas, y a matarlos. A estos indios se les procuró imponer de la maldad de Lincon y sus falsedades, las cuales persuadieron con más eficacia los indios amigos, como testigos presenciales de los hechos, con lo que se ausentaron, y quedaron desvanecidos sus temores, llevando a sus toldos la tranquilidad que había alterado el mensaje del caviloso y perverso Lincon.

 

5, lunes

A las 6 de la mañana de este día nos pusimos en marcha, y a las 11 llegamos a un médano, de agua dulce. Al sudeste de este médano hay dos lagunas de bastante extensión. Estos médanos, que se componen de una porción de arena parda amontonada sobre la superficie, comúnmente tienen en sus entrañas grandes receptáculos de agua. Este terreno ya se manifiesta menos firme, más arenoso y aunque cubierto de pastos, se percibe que en tiempo seco será escaso   -24-   de ello. En este día no pudo observarse por estar el tiempo nublado y de tormenta. A las 3 de la tarde, continuamos la marcha, hasta las 6½ que paramos en terreno firme, inmediato a la cañada que llaman del Zapato, al oeste sudoeste de dicha laguna; y habiendo dispuesto trasnochar, marché con la avanzada a hacer la descubierta dos leguas. Como a la legua y media al noroeste, hay una laguna que derrama en la cañada el sobrante de sus aguas, y tiene de largo como 2000 varas a esta laguna de agua dulce, por no conocérsele nombre, se le puso el de Santa Clara. Más adelante de aquí, como a tres cuartos de legua, hay una loma o médano, que forma una figura cónica, con una virtiente de agua dulce; muy superior a las que se han encontrado, y se le puso el nombre de Médano del Carmen. A las 8 de la noche, habiendo hecha la descubierta, continuamos la marcha, y se hizo el rumbo más al oeste sudoeste de dicho médano, como una legua y 2500 varas; donde se paró, como a las 10 de la noche, por haberse entorpecido la marcha con los atolladeros y malos pasos de la cañada. Ésta abunda en pastos, su planicie es pantanosa, interponiéndose algunas lomas de pisos, y pastos más fuertes.

 

6, martes

A las 7 de la mañana seguimos la marcha, y al sud sudeste dimos con una laguna que tiene de largo como tres cuartos de legua, y se halla situada al viril de la cañada. Se observó a las 12, y continuamos el viaje hasta las 6 de la tarde, que paramos enfrente de otra laguna, a la que se dio el nombre de Mercedes. Al oeste noroeste de ella, hay una loma, o médano, con agua dulce, que forma la figura de un triángulo escaleno, y es el de mayor elevación; se le puso el nombre de Médano Alto; debiendo entenderse que tanto al noroeste como al sudoeste del camino, hay muchas lomas de mayor y menor elevación; de modo que toda esta jornada forma una superficie escarpada o quebrada, su terreno arenoso y los pastos rasos. La alternativa de médanos o lomas que contiene, es un tejido que hace difícil distinguirlos con nombres particulares: esta jornada es sólo proveída de aguas, sin leña alguna, y pocos pastos fuertes, y yermos de indios, sin más ocurrencias en ella.

 

7, miércoles

A las 6 y media de la mañana continuamos la marcha, y a las 11 y media llegamos al costado de una laguna a la que le siguen 6 más, y se les puso el nombre de las Lagunas Acordonadas; y aunque se procuró observar el sol, al tiempo de subir sobre nuestro cenit unas densas nubes impidieron realizar la operación. Se encontraron   -25-   además 5 lagunas enlazadas al costado del sudeste, y 3 al del noroeste, que demuestran no ser permanentes. Hay también lomas y médanos, algunas en figura de prismas, otras triangulares, y una entre las demás, de bastante altura, que forma la de un cilindro cortado oblicuamente. Estos médanos son de arena y tierra colorada, y sus pastos mejores que los anteriores. En este día se dio alta a los enfermos, y entraron 3, un sargento y 2 peones, según los partes que se me han dado. A las 2 y media de la tarde se prosiguió la marcha, y a las 6 y cuarto llegamos a la última laguna de las seis Acordonadas, que se hallan en otros derroteros, y se hicieron varias demarcaciones. La primera fue demarcar la Sierra de la Ventana: su medio al rumbo del sud, y la base o distancia de los dos extremos entre sí, el primero al sud, 10 grados sudeste; y el segundo sud, 4 grados sudeste. Concluida esta operación, se demarcaron los ángulos que forma en su cumbre, que son cuatro costados verticalmente por la superficie plana o espacios que con ellos forma. Nos ha llovido un poco, y al ponerse el sol se hallaba todo el horizonte cargado. Se me dio parte haberse enfermado otro sargento. Recibí chasqui del cacique Quilapí, pidiendo permiso para hablarme, que le fue concedido. Se presentó con su gente armada de machetes y sables desenvainados, formados en batalla; se le mandó envainar las armas, y que entrase al campamento a pie como lo ejecutó. Este cacique manifestó en su parlamento, que se le había informado que la expedición iba a formar ciudades en la laguna del Monte, Guaminí y Salinas, con mira de despojarlos de sus posesiones, con alusión a los avisos de Lincon y de los cristianos que entre ellos había, los cuales tomaron la voz en el parlamento, como suelen hacerlo. Se procuró disuadirles con las razones y reflexiones más adecuadas a desimpresionarles esta especie; y ya porque les hiciesen fuerza, o porque los indios amigos contribuyan con eficacia a ello, se serenaron, hicieron algunos cambios, y se retiraron gratificados, muy contentos al parecer. Pero interiormente guardaban su doble proceder, ocultando la maldad de estar en aquella fecha parte de la indiada de esta tribu, haciendo el robo de 400 y más cabezas de ganado caballar y mular, como después se me avisó por uno de los caciques amigos, de que en su tiempo hablaré cuando se repita el desacato de Quilapi, hijo del cacique Lorenzo, bien conocido por sus excesos en estas fronteras.

 

8, jueves

Amaneció lloviendo este día, habiendo llovido antes la mayor parte de la noche, con el viento por el este sudeste, y por esta causa no se emprendió la marcha hasta las 11 de la mañana; y a las 4   -26-   de la tarde llegamos a una laguna de pequeña extensión, que está al sud del camino, y no se halla en plano alguno; dista de la Laguna del Monte como 2 leguas. Se encontraron varias lomas y quebradas a uno y otro lado del camino, con manantiales de agua dulce; y por lo referido no se pudo observar en este día. Las cañadas, lomas, médanos y terrenos que median, desde la del Zapato hasta este punto, son sumamente trabajosos para el tránsito de los carruajes, por lo pantanoso de los caminos, tembladerales y pisos blandos; de modo que, en atollándose una carreta, se sume inmediatamente hasta el lecho y se aniega de agua. Pero pueden evitarse estas incomodidades, desechando los antiguos caminos, y tomando las faldas de las lomas que por uno y otro costado de esta molestísima y larga cañada hay hasta su fin, siguiéndola igualmente; además de las lagunas dichas, unos saladillos por derecha o izquierda que vienen a unirse al fin de ella y forman un paso trabajosísimo por poca agua que tengan, si no es tiempo seco, por la inconstancia del piso. Ya en la vuelta de este viaje se logró desviarse de muchos malos pasos, tomando las faldas y lomas que se reconocieron de mejor firmeza. Hoy se me dio parte haber 5 enfermos más.

 

9, viernes

A las 8 de la mañana seguimos la marcha, y a las 11 y cuarto llegamos a las inmediaciones de la Laguna del Monte; esta laguna tiene un islote de montes como de 10 a 15 cuadras de frente, o lo que es lo mismo de 1500 a 2000 varas. Contiene frondosos y espesos árboles sin poderse reconocer qué clase de maderas, ni cuál sea su extensión o circunferencia, por hallarse circuido por todas partes de agua, por el gran caudal de ellas que le subministran el arroyo Guaminí, y muchos otros derrames de la Serra de la Ventana. Esta confluencia de aguas le da más de 3 a 4 leguas de largo, y según las lluvias, toma más extensión, porque se une con otras más al nordeste que forman otros derrames de la misma Sierra de la Ventana; y por la parte del sudoeste llega a enlazarse con la laguna que llaman de los Paraguayos, y entonces pasa de 7 leguas de longitud; en tiempo seco deja algunos pasos, desde el camino de nuestra derrota a la parte opuesta de la sierra. Es muy abundante de pescado, sus aguas son saladas, y a sus inmediaciones se encuentran pequeñas lagunas de agua dulce. En este día se demarcó nuevamente la Sierra de la Ventana y la de Guaminí, por ser el punto de mayor aproximación según nuestra derrota. De aquí se reconoce que dicha Sierra de la Ventana en su periferia o cumbre, y término de mayor elevación, forma 15 quebradas, unas de mayor y otras de menor altura. Éstas son vértices de triángulos cortados entre sí; la base es verdaderamente rectilínea. En la jornada y derrota de este   -27-   día se han reconocido, al rumbo de sud sudeste, 3 lagunas de agua dulce y 2 al nord nordeste. A las 3 de la tarde nos pusimos en marcha, y llegamos al paraje nombrado el Junco Grande; antes de llegar, como 1000 varas al costado del nord nordoeste del camino, encontramos una laguna muy abundante de delicada agua, a la que se puso el nombre, de Laguna Hermosa.

 

10, sábado

A las 7 y media de la mañana nos pusimos en marcha hasta las 11 y media; a las 12 se observó junto a una laguna, que por no tener nombre se le llamó de Santa Rosa. La sierra del Guaminí quedaba al rumbo del sud 15º sudeste, y la de la Ventana al este, cuarta sudeste. A las 2 y media de la tarde marchamos, y a las 6 y media llegamos a la Laguna de los Paraguayos, en donde, como a la distancia de 1000 varas para el sud, se hallaban 3 caciques, con bastante número de indios formados en batalla, con una bandera blanca enarbolada en una chuza; desde cuyo punto mandaron un mensaje, pidiendo permiso para entrar a la salutación de costumbre, que se les concedió, y recibí en el modo acostumbrado. Estos caciques eran Millapue, Joaquín Coronel, y Leymí, parientes parciales y amigos de Victoriano y Quinteleu, y encargados de proteger la expedición. Venían con recomendación de aquellos, para que se les otorgase un día de trato, a que fue preciso condescender, y obsequiarlos como a amigos y aliados, en la tarde de aquel día y noche. Manifestaron todos el gran aprecio y respeto que tenían a Quinteleu y que estaban enterados de las miras de aquél, cuyo sistema seguían. La impertinencia de la embriaguez fue grande en la gente; pero los caciques se mantuvieron serenos sin mezclarse en tales excesos, sufriendo los insultos de sus mismos indios en la tarde y noche de aquel día. Trajeron ganados y caballos a vender, de que se abasteció la armada necesitada, bien que a precios poco cómodos. Se me dio parte haberse dado alta a 4 enfermos, y haber entrado un peón mortalmente herido por haberle cogido una rueda de carreta que picaba; se confesó inmediatamente. La noche se pasó toda sobre las armas, para evitar desgracias y separar la mezcla de peones con los indios, lo que se consiguió sin novedad. También en este día se recibió enviado del cacique Antenau, pidiendo le esperase; pero se le contestó que no podía detenerse la marcha, por los muchos enfermos que llevaba la expedición; pero que si quería venir y entrar en la parada de mediodía, lo hiciese cuando gustase. Que por esta causa no podía mandarle al vaqueano Leyva, y dos soldados o más que pedía para que le acompañasen.

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11, domingo

Continuando la embriaguez y acaloramiento de los indios que en sus pendencias reñían, hiriéndose bárbaramente, y siendo forzoso estar sobre las armas, no se pudo celebrar misa. Procuré abreviar la marcha, manifestando a los caciques el perjuicio de la demora, en que convinieron prontamente de buena voluntad; y haciendo al mismo tiempo retirar la peonada, que desde la tarde anterior había estado haciendo acopio de junco (de que abunda dicha laguna) para hacer las trojes de las carretas, quedó todo pronto a las 4 de la tarde. A esta hora, a pesar de una tormenta furiosa de viento, truenos, lluvia y rayos, marchó la expedición, hasta alejarse de la laguna como legua y media. La tormenta venía por el sudoeste; pero, habiendo arreciado el viento por el sud, echó la fuerza de la tormenta al nord nordoeste; y como creció el aguacero, sobre nuestra posición, y el viento seguía de la misma conformidad, fue necesario parar, y pasar una noche trabajosísima para sujetar las haciendas que dispersaba la tormenta. La gente fue igualmente necesario que se mantuviese a la intemperie, la más cruda que puede imaginarse.

 

12, lunes

A las 6 de la mañana nos pusimos en marcha, y a las 11 y media paramos al frente de 3 lagunas de agua dulce, encadenadas al costado del sud, quedando otras más, hasta 7, hacia el norte. Unas y otras forman barrancas altas, y la mayor parte de ellas se comunican por unos arroyuelos que hacen los cauces de sus derrames. Las de la parte del sud son generalmente saladas, y las del costado del norte, dulces. Los bordes son en general de piedra y de tosca dura. A la parte del norte del camino se ven lomas y médanos de bastante elevación, y en estos se encuentra por lo común muy buena agua. Los terrenos y pastos de esta situación son buenos, la superficie es plana, y es la razón porque están habitadas todas estas inmediaciones de toldos de indios, con crecido número de ganados vacuno, caballar y lanar. A las 3 de la tarde nos pusimos en marcha, y a las 5 y media llegamos a la Laguna de los Patos, continuando el terreno en el mismo modo que el anterior. Descubrimos como a distancia de una legua un árbol, que por hallarse sobre una loma, y ser cosa extraña, llamó la atención. Se reconoció ser un chañar espeso, desde cuyo punto por una cañada o bajo que se presenta a la vista, se descubrieron otros varios árboles, y a mayor distancia un bosque, que resultó ser parte del monte de la Laguna de Salinas. Ya al sol puesto llegó un mensaje de parte del cacique Anteneu, pidiendo licencia   -29-   para venir a tratar a las Salinas que le fue otorgada. Se me dio parte haber salido o dado alta a dos enfermos en este día, y haber enfermado dos soldados y un peón, y no ocurrió más novedad que la de no haberse podido observar.

 

13, martes

A las 5 de la mañana se continuó la marcha, y a las 8 y media llegamos al borde de la Laguna de Salinas, y se situaron las carretas en línea de circunvalación sobre ella, para disponer lo conveniente en orden a la carga y refacción de carretas. Reconocido el terreno más a propósito, mandé formar el campamento en el punto más dominante que presenta el cuadrilongo de la laguna, que es casi en su mitad, por el costado del norte corregido, apoyado sobre una barranca como de 20 varas de alto, y proveído de 2 manantiales de agua dulce. Allí se establecieron los 2 cañones al frente de la única entrada que franqueaba la línea formada de carretas, situadas las tiendas de campaña para la tropa y guardia de prevención, y a su retaguardía la demás tropa, para que, reunida, se hallase más pronta en todo acontecimiento. A las 10 de la mañana se presentó el cacique Antiman, y el cacique Caluqueo, con sus gentes armadas de armas cortas, pidiendo licencia para entrar a parlamento, a quienes se les otorgó y recibió, haciéndoles su saludo de artillería. Manifestaron desde luego haber recibido mensajes del cacique Lincon, en que les avisaba de nuestra venida con miras de hostilizarlos y formar poblaciones. Se les hizo entender la falsedad de Lincon y su mala fe, comprobándola con las aserciones de los indios que habían presenciado la ocurrencia; quedaron al parecer satisfechos y procuraron hacer algunas permutas con sus tejidos y peleterías, y exigir las gratificaciones de estilo, de bebidas, yerba, tabaco y otras especies, que fue necesario darles con todo agasajo y sufrir sus embriagueces que continuaron por algunos días; hasta que fueron acercándose los indios ranqueles, que trataron en cargar de sal y retirarse, por no encontrarse con aquellos de quienes son enemigos. A las 7 de la tarde llegó un enviado del cacique Victoriano, averiguando nuestra llegada, pidiendo permiso para llegar al campamento al siguiente día; que le fue otorgado.

En este día, por estar nublado, no pudo observarse. Se me dio parte haber enfermado un hombre de resultas de un golpe que le dio un buey. Ha llovido algo, y el viento ha estado por sudeste. Todas las inmediaciones de la laguna están muy provistas de excelentes pastos y aguadas en varias lagunas dulces, en donde se pastorean las hoyadas y caballos; siempre a la vista, por no poderse alejar sin guardia respetable al paraje de los Manantiales, y porque los indios manifiestan no estar de paz,   -30-   según han expresado Quinteleu y prevenido Victoriano, como amigos, recelosos de los muchos caciques que están inmediatos, a fin de precaver el robo de las haciendas y desgracias consiguientes. Con este motivo, por medio de los ayudantes, mandé comparecer a todos los troperos y capataces de carretas, a quienes impuse de esta novedad, y del doble cuidado que demandaba nuestra situación; y a fin de salir pronto de aquel punto, asignó el perentorio tiempo de recomponer sus carretas y ponerlas prontas para la carga, que deberían ejecutar en el término de 8 días; de que fueron prevenidos para precaver los riesgos, y apresurar la salida de aquel destino.

 

14, miércoles

A las 7 de la mañana mandé comparecer a los troperos para que reconociesen la laguna y viesen el medio de proporcionar la carga, sin embargo de hallarse tan llena como nunca se había observado, por las muchas aguas del año, y haberle entrado un derrame de agua de otra laguna dulce no conocida; para lo cual cada uno sacaría las carretas que pudiese cargar al día, dejando las demás en la línea que formaban para estrechar las distancias en caso de invasión, y quedar siempre atrincherados; reponiendo las que se cargasen a su lugar, hasta que por este orden quedasen todos prontos. En lo cual convinieron, pero unánimemente expusieron que consideraban imposible sacar sal según la altura del agua; mas sin embargo iban a hacer la prueba, y reconocer por diferentes puntos la dicha laguna. En efecto habiéndolo ejecutado, resultó que, después de muy mortificada y estropeada la gente, sólo se pudieron sacar como 6 fanegas de sal; cuyo reconocimiento inspiró una desconfianza de que en esta parte se rendiría inútil el viaje, sin embargo de que el mucho viento contribuía a formar olas, y éstas estorbaban el trabajo, tanto o más que lo crecido de las aguas. Recibí chasqui del cacique Victoriano, anunciando su próxima llegada al campamento, que la ejecutó con su hermano Quinteleu, y los caciques Payllatur, Payllain, Guaquinil, Quilan, y Millapue, que fueron recibidos en el modo ordinario. Todos por su orden hicieron su parlamento, y manifestaron las noticias que les habían comunicado, de venir la expedición con ánimo de hacer hostilidades y poblar la laguna y otros puntos; pero que los caciques Victoriano y Quinteleu habían tranquilizado sus ánimos, disipando los recelos, asegurando que ellos salían garantes de la paz y buena fe de los españoles, y que en efecto los habían creído, y estaban bien persuadidos de que no se les faltaría, ni tampoco invadiríamos con nuestras armas. No así lo creían otros caciques de la comarca, antes bien tenían por sospechosos a Quinteleu y Victoriano, por amigos de los españoles. En este estado el cacique Victoriano y Quinteleu expusieron que su amistad se extendía a permanecer en aquel   -31-   destino mientras la expedición no retornase, para reparar cualquiera hostilidad que intentasen hacer los caciques ranqueles y demás descontentos, a cuyo fin tenían prontos 1000 indios, y pidieron estos dos hermanos alojar inmediatos al campamento; lo que les fue otorgado. Inmediatamente ordené se diese a la tropa ración de pan, tabaco y ají, que recibieron los oficiales por medio de sus sargentos. En este día se observó el sol, y resultó hallarse la laguna en 37 grados 14 minutos de latitud sur, situación o altura de polo del punto medio de ella; sin que en este día hubiese ocurrido más novedad.

 

15, jueves

En este día llegó un chasqui de los caciques ranqueles o del Monte, solicitando aguardiente, yerba y tabaco; y expresó que estos y el cacique Carrupilun estaban opuestos a la expedición, y venían con ánimo de declarar la guerra, para cuyo efecto tenían como 600 hombres armados de coletos, cotas de malla y lanzas, como a distancia de 2 leguas del campamento, en unos médanos altos; que la causa entre otras era el tenor entendido que veníamos a hacer poblaciones en sus terrenos y a degollarlos. Enterado de la relación del chasqui, le disuadí de la equivocación en que estaban los caciques, y mandé al cacique Victoriano viniese, y se cerciorase de la ocurrencia; como en efecto lo hizo, y por sí mismo satisfizo al enviado, manifestándole que la expedición venía a cargar de sal, como lo acostumbrábamos a hacer de paz y buena amistad; que él estaba cierto de ello, y se mantenía en mi compañía, para hacerlo entender a todos los indios; y para oponerse con sus gentes y armas, si alguno tenía el descomedimiento de injuriar la expedición, ni ofenderla en lo más leve; y que así se lo hiciese entender a los caciques que lo mandaban, si no querían como amigos venir a tratar. A esta generosa contestación de Victoriano añadí, que en el momento me iba a poner sobre las armas, que no necesitaba de auxilio alguno, y que en el caso de querer pelear, no me movería de aquel punto donde los esperaba, y mandaría venir 2000 hombres armados de la frontera, y que no perdonaría vida de ningún Ranquel ni de sus amigos; y que entonces verían cumplido y realizado lo que ahora no se imaginaba. En efecto mandé aprestar toda la gente, y que los dueños, capataces y peones de carretas se pusiesen sobre las armas, recogiendo las haciendas sobre la laguna, resguardada de la línea que formaba y amparaba la artillería. Este movimiento alarmó a los indios del campamento, y especialmente al cacique Victoriano y sus parciales, que vinieron muy cuidadosos a asegurarme de nuevo su amistad; y en consecuencia de ella les expuse, que retirasen sus familias para que ni se confundiesen con los enemigos, ni sufriesen los estragos de la guerra, que eran consiguientes en el ardor de la batalla,   -32-   si no se ponían anticipadamente en lugar determinado y cierto, sin separarse de él. Esta resolución dobló su empeño, y causó los buenos efectos de destacarse algunos indios respetables a prevenir a los caciques armados que desistiesen de su empresa y entrasen de paz, antes que aventurar el perder la tierra, por cuanto a ellos constaba la fuerza que yo había dejado en la frontera, quienes al menor aviso talarían los campos, y degollarían a todos los indios que faltaban a la buena fe, parlamentos hechos, y paces ajustadas en la laguna, como constaba a algunos caciques que las habían presenciado. Estos razonamientos oficiosos, sin duda arredraron a Carrupilun, motor de esta ocurrencia, y resolvieron con doble intención entrar al campamento sin lanzas, dejándolas en los médanos. El resultado fue mandar nuevos chasquis, diciendo que ellos acostumbraban hacer sus marchas con las armas pero que si se les daba licencia, entrarían sin ellas a tratar; cuya respuesta fue con la misma firmeza que la anterior, mirando con desprecio sus amenazas, y que los esperaba con las armas en la mano. En efecto toda la noche estuvimos con la mayor vigilancia, haciendo candeladas para evitar una sorpresa, a favor de las nieblas, aumentadas con la tormenta y lluvia que sobrevino. Amaneció el 16 sin más novedad, que habérseme dado parte de la alta de 4 enfermos que tomaron las armas.

 

16, viernes

A los 8 de la mañana de este día llegó al campamento un chasqui del cacique Quinteleu, que en el día de su llegada a la laguna se retiró a buscar su familia, avisando que había tenido noticia de las incomodidades sufridas con algunos caciques, pero que nos tranquilizásemos; que al momento se ponía en marcha, que aquietaría y conduciría al campamento a los caciques que se decían enemigos, y les haría entender sus deberes. En efecto llegó como a las 2 de la tarde con los caciques ranqueles, menos Carrupilun, Curritipai, Coronado y otros, que aun quedaron renitentes y tercos en sus porfías. Se recibieron como a los demás, y dieron sus razones y parlamentos a presencia de todos los demás caciques que ya habían sido admitidos. Cada uno de ellos se panegirizó de un potentado y gran señor de aquel continente, dándose unos a otros exclusiva, sin ofenderse de ello, aunque privativamente se llamaban dueños de la laguna. A todo se dio su respectiva contestación; habló el último Quinteleu, y entre otras muchas cosas, con que atacó a los caciques, fue la última, que nadie exclusivamente tenía dominio sobre la laguna, que esta era común, y que todos debían disfrutarla, que ningún cacique, sin cometer violencia y faltar a los tratados de paz con los españoles, podía incomodarlos; que él había ofrecido al Excelentísimo Señor Virrey y al Excelentísimo Cabildo hacer guardar estos tratados y que la expedición no sería incomodada;   -33-   y esto lo había de cumplir y defender con su gente si fuese necesario, hasta cargar las carretas y conducirlas a la misma capital. Que a ningún cacique ni sus gentes se estorba entrar a Buenos Aires, y a todos se les daba buen pasaporte, y por lo mismo faltando en este presente a su deber los indios, se exponían al enojo de los españoles, y a que tomasen las armas y los destruyesen. Por lo tanto creía, que todos los caciques que estaban presentes convendrían con él; y en efecto convinieron, añadiendo cada uno razonamientos de su conformidad. En este estado repuse, que yo no llevaba otra comisión que la de conducir la expedición, y cargarla de sal, guardando la mejor armonía y amistad con los caciques e indios, sin incomodar a nadie, y observar quiénes eran verdaderos amigos, y quiénes eran enemigos; no permitir que ninguno ultrajase a los españoles, en cuyo caso castigaría a los que se atreviesen. Que algunos caciques se habían propasado, y esperaba sólo la reunión de todos para manifestarles y hacerles ver, que yo no quería emplear las armas sino contra los que me insultaban; y les hacía saber, que a la más leve queja o insulto usaría de las armas, y daría cuenta al Señor Virrey para castigar la tierra, y que no me retiraría sin hacer los mayores estragos, abandonando la expedición por vengar los insultos y agravios. Que en este concepto contuviesen a los que se oponían, pues mientras no viese acertada esta paz, no cargaría las carretas de sal, por estar más desembarazado para todo; que se retirasen a alojar a distancia del campamento con sus gentes. Todos afianzaron estar tranquila la tierra, y me rogaron tratase de cargar las carretas. Yo me resistía a ello, haciendo mérito de lo mismo que me era imposible practicar por el estado de la laguna, y los caciques Quillan, Payllatur y Quidenau se esforzaron sobremanera, y el último con tal extremo, que ofreció en rehenes y seguridad de sus promesas, 4 hijos y su persona; pero yo diferí la contestación para el día 17, respecto a que ya era tarde y debían tratar de alojarse. En este estado se retiraron, menos Victoriano y Quinteleu que alojaron en la guardia de prevención, y continuaron suplicándome cargase las carretas, cierto de que nada me había de suceder. Y quedando la tropa y gente de armas en vela con las mismas Órdenes y prevenciones que la noche anterior, pasó esta sin más novedad.

 

17, sábado

En este día, como a las 8 de la mañana, llegó al campamento el cacique Currilipay acompañado de número considerable de indios, anunciando el pronto regreso del gran Carrupilun, y manifestando le saliese a recibir con respetable escolta para hacerle honores, como acostumbraban hacerle todos los comandantes de las expediciones. A que contesté, que le haría el recibimiento que a todos, si venía de amistad; y si venía de   -34-   guerra, con las armas; que le mandaría un oficial y el lenguaraz para hacerlo así entender; y en efecto mandé 12 hombres y un sargento bien municionados, con el lenguaraz, a corta distancia del campamento y a la vista de él; quienes llegaron a su formación, y se manifestó incomodado, despreciando, al lenguaraz, y usando en la contestación de un N. Lucero, Puntano, muy sagaz y favorito del cacique, de las intenciones más dobles y el mayor facineroso y enemigo nuestro, muy respetado entre los indios por valiente. Se me avisó esta ocurrencia, y de la disposición de Carrupilun para chocar y hacer armas; pero al fin, sin aguardar otra respuesta, se acercó al parlamento, muy decorado con sus caciques a latere, y otros que salieron a recibirle, y considerable número, de indios con marbetes, sables y bolas, sin lanzas, porque las habían dejado apostadas con gente en los médanos. Como todos los antecedentes eran de que este cacique quería burlarse de la expedición y asediarla como lo había hecho con otras y tenía toda la gente armada, en sus respectivos puntos, cargada a metralla la artillería y esmeriles, con mecha encendida, y a punto de defenderme ya de los que venían de nuevo, como de todos los demás que rodeaban el campamento, de los cuales muchos estaban secretamente completados con Carrupilun para atacarnos. Su muchedumbre formaba un espectáculo harto respetable, y acercándose a la línea, esperó en ella a que fuese a introducirlo; lo que ejecuté a pie con los caciques amigos y 12 hombres armados, obligándole de este modo a que se apease, como lo ejecutó, y llegó a pie al campamento con los caciques, quedando su gente montada en la línea. Manifestó desde luego mucho orgullo e incomodidad porque no se le hubiese mandado 50 hombres, y que no hubiera salido a recibirle como me lo había pedido. Llegó al cuerpo de guardia con su acompañamiento, e hice despejar el lugar y doblar las centinelas, impuesto de sus acostumbradas desvergüenzas en otros parlamentos; con orden de asegurarlo en el caso de usar de sus armas e descomedirse. Él observó mi entereza, y al mismo tiempo el agasajo posible; pero no quiso que mi intérprete recibiese de él razonamiento alguno, manifestando su desconfianza; a que te contesté, que yo oiría del suyo y del mío sus propuestas y razones, porque tenía el mismo motivo de desconfiar de su lenguaraz, por no conocerlo, que el que manifestaba del mío, y que de este modo nos entenderíamos. Convino con ello, y dio principio a su razonamiento por la falta que se cometía contra su respeto y mando general de aquellas tierras, en no darle parte anticipadamente por el Virrey, del envío de esta expedición; que la laguna era suya, la tierra dominada por él, y ninguno, sin ser repulsado violentamente, podía ir allí; que repetía, que él era el Señor, el Virrey y el Rey de todos los Pampas. Y todos los caciques sus dependientes esforzaron estas últimas razones de una manera fuerte, a beneficio de un pulmón de privilegio que le dio la naturaleza, en una estatura prócer, robusta y de aspecto imponente. Le   -35-   contesté a todo que yo no iba a disputarle su virreinato, ni la legitimidad de sus propiedades; que mi viaje era contraído a cargar la expedición de sal, en fuerza de una amistad asentada entre españoles y pampas, por virtud de lo cual en aquel mismo lugar se habían quebrado lanzas, y hecho las más solemnes amistades, bajo las cuales los indios de todos los caciques entraban diariamente en Buenos Aires, y en todas las fronteras sin ser robados ni incomodados, antes sí muy regalados; que él mismo cabalmente había sido de los más beneficiados por el señor Virrey, don Santiago Liniers, que le regaló sombrero, uniforme y bastón de general, con otras muchas cosas de valor y estima, y no debía olvidar tan pronto esta prueba de amistad y buena fe, y por lo tanto era innecesario el aviso que echaba menos. En cuya inteligencia creían tener los españoles igual derecho o razón para hacer sus expediciones acostumbradas de sal en las pampas; que la laguna, como el Río de la Plata, cuando iban ellos a Buenos Aires, nos prestaban la sal y el agua, que Dios había criado para los hombres, y ninguno podía ponerles precio, ni privarlas a los demás hombres sin ofenderlos; que ya estaba cansado de oír estas reconvenciones por todos los demás caciques, llamados también dueños de la laguna, y por lo mismo no quería cargar hasta saber si eran firmes, y estaban en su fuerza aquellos tratados de paz, o se declaraba la guerra; en inteligencia que entonces daría aviso para que las tropas que estaban en las fronteras entrasen, y decidieran las armas lo que no podía conseguir la razón y sufrimiento; teniendo entendido, que no le permitía alojar dentro del campamento, para evitar motivos de disgustos entre mis soldados y sus indios. A esta exposición, dada con igual firmeza, depuso su altivez, mudó de tono y dijo que quería ser amigo y que le diese la mano derecha; pero que le diese alojamiento a mis inmediaciones; a que me negué, recordándole sus hechos en la penúltima expedición, en que desalojó al comandante de su carruaje, y se cometieron otras desatenciones, que causaron las embriagueces de sus indios y la suya, a términos de un rompimiento; y para evitar desgracias, convenía a él y a mí que se alojase a distancia, y lo serviría como amigo. Se allanó a todo, y me pidió aguardiente, pan, tabaco, pasas y carne para comer, expresándome que estaba en la mayor escasez, después de 8 días de camino por venir a saludarme, con otras muchas lisonjeras expresiones, de que abunda como hombre pérfido. Se retiró no muy distante, sin salir del campamento, con miras de preparárseme mejor golpe, según tenía acordado con los caciques Euquen, Milla, Coronado y otros que estaban apostados, y se le dieron a él y a sus gentes 4 barriles de aguardiente, tabaco, yerba y demás a proporción, con lo que dio principio a sus embriagueces. Noté que los caciques Victoriano y Quinteleu se separaron de éste y de los demás sus parciales, y solo Quirulef, cuñado de Quinteleu, asistió con todos los demás caciques al parlamento de Carrupilun. Es costumbre saludarse todos,   -36-   siempre que se reúnen, refiriendo sus ocurrencias desde la última vez que se vieron; y llegando este turno a Quirulef, le reconvino a Carrupilun, diciéndole, que Quirulef, sus padres y abuelos, habían ocupado aquellas tierras, y ninguno se las había disputado, y le era muy extraño que el que ayer las había conocido, hoy las llamase suyas, y tratase así a los españoles, después de tener con ellos una paz útil y ventajosa; que Carrupilun tenía su antigua morada en los montes, y nunca en las pampas, y quería con los suyos poder a estos, y exponerlos al enojo de los españoles, etc. A esto contestó, que lo que él decía y hacía era un beneficio a la tierra, porque los españoles eran muy pícaros. Impuesto yo por el lenguaraz de su comportación, le hice entender, que no me gustaba aquel modo de producirse, y que me vería precisado a dar parte al Virrey. A esto repuso, que me sosegase, que él era mi amigo, y que les mandase más aguardiente para alegrarse con sus indios, con los cuales continuó su borrachera. En la tarde y noche de este día quedamos sobre las armas para contener los excesos de los indios, y sus repetidas molestias con amenazas, a que de ordinario los incita la bebida, hasta que enteramente caen y se entregan al sueño, único medio y tiempo en que se logra en tales casos de algún alivio. Los caciques Quinteleu y Victoriano, a diferencia de todos los demás, no se emborracharon, y pasaron toda la noche en vela, acompañándome como agitados de algún cuidado, y recorriendo el campamento en desconfianza, no tanto de Carrupilun, cuanto de los caciques apostados. A estos los hacían observar con sus gentes, quienes daban cuenta de cualquiera movimiento hostil que hiciesen; en efecto, recibí frecuentes partes de no haber novedad, hasta que amaneció el día 18. Por no haber tenido efecto los proyectos acordados para este día y noche, como después referiré, fue necesario destinarlo al descanso, alternado los oficiales y tropa, excesivamente fatigados con la vigilia de 5 noches con sus días que llevábamos de campamento sobre la laguna; sin poder emprender el trabajo de un modo útil, por lo crecido de dicha laguna, y las muchas olas que formaba el viento; lo que tenía desalentada la gente, además de las zozobras que sufrían con las amenazas, altanería y robo de los indios.

 

18, domingo

Amaneció sosegado el campamento y los más de los indios incluso Carrupilun durmiendo sus embriagueces; el cacique Victoriano partió para su toldo a preparar su gente, pues tenía noticias más que fundadas de las intenciones de Carrupilun y caciques enemigos. A las 9 de la mañana, poco más, se acercó al cuerpo de guardia Carrupilun, y como en la noche precedente algunos indios ebrios se habían atrevido a incomodar los centinelas, y otros habían extraviado y robado 22 caballos, y despojado a un   -37-   boyero del caballo y recado, tuve oportunidad, en virtud de estos hechos, para reconvenirle por la falta de cumplimiento a su palabra y amistad asegurada el día anterior. Manifestó un modo poco atento, y con aire de desprecio me dio a entender que callase y aguantase. A esto repliqué, que tuviese entendido, que a él y a sus indios, desde aquel momento, si no se comportaban de otra manera, les haría enseñar con las armas sus deberes; porque, si había creído burlarse de los españoles, estos se harían respetar como acostumbraban y a él le constaba. Vio que los oficiales y demás gente de la armada se alteraron, y entonces mudó de tono, y se sometió con bajeza; quedando más sosegado, cuando notó que todos guardaron silencio, luego que yo les previne no se movieran a cosa alguna por no ser tiempo. Las ideas de Carrupilun eran de disponer las cosas para que los indios sus confederados asaltasen en el día de hoy la expedición; y al intento él se había situado en el campamento con varios caciques y sus gentes, dejando a corta distancia la indiada armada, con los caciques Neuquen, Milla, Coronado y otros.

A las 6 de la tarde se me dio parte de un emisario de Neuquen, que solicitaba entrar al campamento con su indiada, pero que antes le mandase un oficial con 50 hombres, 4 barriles de aguardiente, tabaco, yerba, pan y carne; que tuviese entendido que él era el rey y señor de la laguna, y de toda la tierra, a quien los demás caciques estaban subordinados con sus gentes; por cuya razón los Comandantes de las expediciones le debían franquear su toldo, como siempre lo habían hecho. Este mensaje lo traía un meudocino apóstata, harto desvergonzado; y como ya estuviese con sobrado recelo y cuidado para precaver la intriga y acuerdo hecho entre los complotados, le respondí con incomodidad, que no quería mandar oficial ni tropa alguna, aguardiente, ni nada de lo que pedía; que si quería venir al campamento como los demás caciques que estaban en él, lo recibiría como a ellos; pero que si venía armado lo recibiría a cañonazos. Entonces el enviado me contestó con mucha arrogancia, que si no quería enviar a Neuquen lo que pedía lo daría por fuerza.

En este acto me levanté y le dije, que no le hacía quitar la vida en el momento, por darle tiempo a que fuese a avisar a su cacique que lo esperaba con las armas en la mano. Sin pérdida de tiempo se retiró; y yo mandé sigilosamente estrechar las distancias de las carretas de modo que no quedase claro alguno en la línea; que todos se pusiesen sobre las armas; que estuviese pronta la artillería y esmeriles, con mecha en mano; que las haciendas se apoyasen sobre la laguna con mayor reserva y posible silencio, y se me diese parte de ejecutada esta precisa diligencia. Cité al cuerpo de guardia principal a todos los dueños y capataces de tropas con los vivanderos,como así lo ejecutaron antes de las 9 de la noche, y teniéndolos presentes,   -38-   les previne el riesgo que corría la expedición y nuestras personas y la necesidad de defendernos en el ataque, que ciertamente debíamos esperar en esta noche; que a prevención de todo, quedásemos montados; que la artillería y mosquetería estaba dispuesta para barrer a metralla la indiada alojada de la línea adentro, y que un casón volante quedaría franco para impedir se acercase la indiada apostada en los médanos. Se distribuyeron las gentes armadas, se despacharon patrullas, y prevenidas las tropas de los puntos que debían ocupar, se formaron candeladas para no ser fácilmente sorprendidos, ni de los enemigos exteriores, ni de los interiores.

En este estado llegó el cacique Quinteleu, mandado venir por mi parte para enterarle de mi resolución y prevenirle que, a fin de que su familia y gentes no se confundiesen con los demás indios enemigos, las situase enteramente separadas, y en uno de los varios puntos que ofrece la laguna, para precaverlos de los riesgos que podían tener en el caso de que se rompiesen los fuegos; porque mi gratitud y amistad a su buena fe y trato no permitían se le irrogase perjuicio alguno, ni a sus hermanos Victoriano, Quidulef y demás indios amigos, a quienes en el momento convenía se les avisase con el mayor sigilo, para no aventurar la suerte de esta acción, y precaverlo de las desgracias que suelen ser consiguientes. Quinteleu manifestó su agradecimiento, y me expuso que no convenía el retirar sus gentes, ni las de sus deudos y amigos, porque tenía resuelto morir antes que yo en el ataque, y que por momentos esperaba a su hermano Victoriano con su gente armada; y cuidase de aquietarme, porque no se atreverían a atacarme, aunque algunos caciques influidos de Carrupilun, lo deseaban e intentaban; pero que habiéndoseles separado el cacique Quilan y Pallatar, respetables por sus personas y fuerzas, no estaban en disposición de acometer sin ser derrotados.

Entretanto que esta pasaba en mi campamento, el cacique Neuquen y sus parciales, de acuerdo con Carrupilun, llamó a la indiada armada, y la puso en marcha con destino al campamento, para hacer la invasión; pero los indios recelosos acaso de nuestra vigilancia, o descontentos de tomar las armas, fueron desfilando, y llegó Neuquen a quedar solo con los caciques y pocas gentes para avanzar como se había propuesto, según repetidos avisos que tuve de un cautivo, que me los dio a favor de la noche, además de los espías puestos por Quinteleu.

Luego que amaneció, y observaron los indios amigos de Carrupilun nuestra posición y la suya, la línea formadas y a nuestra gente sobre las armas, llamaron la atención de aquel que agitado de sus delitos que vi descubiertos, se dirigió al cuerpo de guardia a preguntarme qué novedad era la que advertía.   -39-   Le contesté, que sabiendo yo su mala fe e indigna correspondencia, había dispuesto que no hiciese por más tiempo burla de los españoles; que a él y a los demás caciques sus amigos les había esperado con las armas toda la noche; y aunque podía haberle degollado a él y a todos los suyos, no había querido hacerlo a traición y ruinmente, cuando estaban durmiendo; que ahora era tiempo que fuese a tomar las armas; que era precisamente el día en que no había de quedar un español, o había de acabar con él, sus amigos y sus indios.

Esta resolución le sorprendió, tanto más, cuanto estaba él muy distante de creer que yo hubiese podido penetrar sus intenciones; entonces todo trémulo, y con las lágrimas en los ojos, negó sus hechos, y lo mismo sus parciales, anticipando cuantos avisos pudo a Neuquen para que desistiese del intento, y se aviniese a entrar al campamento sin armas, y disculpando sus avisos anteriores y amenazas, por el riesgo que corrían todos los que se hallaban en el campamento, mucho más, estando a mi favor los hermanos Quinteleu, Victoriano, Quidulef, y los caciques Quilan y Pallatur. Entre tanto procuró emplear hasta las 10 de la mañana en indemnizarse de los cargos, queriendo deslumbrarnos de mil maneras, porque posee una razón muy despejada, y una extraordinaria habilidad para persuadir y convencer, adornada de una muy estudiada lisonja.

A estas horas recibí chasque de Neuquen, manifestando sentimiento del disgusto que me había causado el supuesto petitorio a su nombre el día de ayer, en que no había tenido parte, y por consiguiente le admitiese entrar sin armas en el campamento a saludarme; a que contesté, que entrase cuando quisiese. A poco tiempo se presentó Neuquen a corta distancia del campamento, y formó su gente en batalla; permaneció inmóvil por grande rato, hasta que le pasé recado con un lenguaraz, para que me dijese cuáles eran sus miras, y en qué consistía la detención y formación que guardaba; y me contestó, que como veía mi gente sobre las armas, no se atrevía a entrar. Entonces mandé desmontar con la rienda en la mano, con cuyo movimiento se acercó a la línea, y estando en ella mandé desmontase, y entrase sólo con cuatro de sus capitanejos, uno de los cuales le tomó de la mano por falta de vista.

Unas de las cosas más útiles para conciliar el respeto de los indios es jugar la artillería a su inmediación, por el terror que les infunde el estampido del cañón; porque conciben que en ello se les hace honor, y porque están persuadidos de que el estruendo ahuyenta al diablo. Por esta razón ordené al cabo de artillería, que al ponerse en paralelo con el cañón destinado a la salva, le diese fuegos como lo ejecutó; con tanta   -40-   puntualidad que ni el cacique Neuquen ni Carrupilun, que estaban inmediatos, pudieron resistir, y ambos cayeron al suelo. Esta casualidad produjo a un tiempo dos efectos: risa y fuerza en nuestras tropas, que veían así arrollados a los dos caciques que tenían concepto de valientes entre las tribus de su mando, y a éstas sorprendidas por haber creído al pronto que habían sido muertos; hasta que mejor desengañados por sí mismos, entendieron que era obsequio.

Concurrieron los 24 caciques al parlamento de Neuquen. Habló éste, disculpando su criminalidad, y convirtiendo en grandes y afectadas ofertas de amistad su venida, pues nunca lo habían hecho con expedición alguna, ni tratado con ningún español, por lo tanto no se hacía creíble que él viniese a molestarnos. Después de haberle oído a presencia de todos los caciques, le dije que dos cosas debían quedar liquidadas en aquel momento: la primera castigado el comisario conductor, pues estaba presente; y la segunda, que se me dijese, quién era el dueño y señor de la laguna y aquella tierra, porque todos alegaban una misma preferencia, y ya debía salir de esta duda, y hacerla presente al Superior Gobierno, que me mandaba; pero ni Neuquen ni Carripilun respondieron cosa alguna.

Tomando la voz los ancianos, uno en pos de otro, a saber, los dos caciques Quilan y Pallatur, dijo éste que ninguno tenía más derecho que otro a la laguna y a la sal de ella; que ésta era común a todos los hombres, como los pastos del campo a los animales; que las diversas naciones de indios, de una y otra parte de la Cordillera y los españoles, podían venir a la laguna, y carga la sal que quisiesen, sin que ninguna pudiese estorbarlo, sin ser injusto; pero que, además de esto, estaba ya acordado en un serio parlamento, en aquel misino lugar, a que él entonces concurrió. Que jamás faltaría por su parte a ella, y defendería con sus gentes y armas esta determinación, a la cual habían concurrido caciques muy respetables. Pero, por desgracia, veía que en estos tiempos todos se hacían caciques sin serlo, y que la causa de verse arruinados era la falta de sujeción en los indios, y los muchos cristianos, que hoy había entre ellos, cuyo número se hacía ya respetable a los mismos indios por sus determinaciones, así en los consejos que les daban para resistir a los mismos españoles y su venida a estos campos, como para ir a maloquear o robar las haciendas de los españoles; y que esto solo podría remediarse, situándose allí los mismos cristianos, como lo deseaban él y otros caciques, por la cuenta que les tenía para proveerse de muchas casas de que carecían.

Lo mismo expresó Quillan, Quidulef, Victoriano y otros; y aunque Carrupilun y Neuquen no contradijeron, tampoco se prestaron   -41-   con claridad a más que a no impedir que la expedición cargase de sal, sin ser incomodada en cosa alguna. Últimamente, para aprovechar aquel momento de división y de temor, llamé la atención de todos, y dije; que enmedio de la oposición que se manifestaba en sus opiniones y razonamientos, yo no quería cargar sal alguna, y que daría parte al señor Virrey para enterarle de todo en el día, y que obraría según su determinación; pero que ciertamente les anunciaba, que tendría un gran sentimiento cuando supiese que no se cumplían sus parlamentos, y era muy de temer me remitiese las tropas que están juntas en las Guardias, con las órdenes más estrechas para castigar a los que se oponían; que en esta inteligencia no se quejasen después. Que les advertía, que si algunas gentes de sus tolderías me robaban caballos o ganado, como lo habían hecho, no aguardaría las órdenes del señor Virrey, porque usaría de las armas.

Todos contestaron que no habría novedad, y que si algún indio cometiese algún exceso lo matase sin recelo, que ellos no se agraviaran. Pero tomó la voz Quinteleu y los suyos para que no se demorase la carga de las carretas, que ellos ayudarían con sus gentes y auxiliarían la expedición hasta Buenos Aires. Le contesté, que me tomaría tiempo para resolverme, en vista de cuanto se me había faltado, y yo no debía creer sus ofertas; pero que tuviesen entendido que desde aquel día ya no se vendía aguardiente alguno, puesto que uno de los motivos que se daban para los descomedimientos de los indios era la embriaguez. Habiendo pasado el día sin poder tomar alimento alguno, a causa de las ocurrencias referidas, mandé que se retirasen de la línea, a excepción de los indios amigos, con quienes no se hizo novedad. Continuó la vigilancia necesaria son dormir, y quedamos sobre las armas toda la noche hasta que amaneció, sin que en ella hubiese ocurrido alteración ni motivo de incomodidad por parte de los indios. El cacique Quinteleu se mantuvo en vela a mi lado toda la noche, haciendo observar por los suyos y los demás indios, que con frecuencia le daban parte de sus centinelas avanzadas.

 

19, lunes

En este día di parte a la Excelentísima Gubernativa de todas las ocurrencias de Carripilun, y estado de asedio en que me consideré en los días 17 y 18; las noches tomadas y resolución de defenderme y atacar a los indios si me embarazaban el regreso. Prohibí la venta de toda bebida a los indios. Llegó el cacique Victoriano, dejando su gente pronta y armada para que ocurriese con su aviso, y entonces saludó a Carripilun, quien trató de despedirse en aquel día, e igualmente los más de los caciques   -42-   de su parcialidad, exigiendo se les diese algunas bebidas, yerba, tabaco y otras especies, que fue necesario franquearles para salir de ellos sin agravio o descontento. Me pidieron todos les diese oficio de recomendación para poder presentarse en las Guardias y al Superior Gobierno como amigos, en que no me detuve; dando parte igualmente a la Excelentísima Junta, manifestándole individualmente las circunstancias de cada uno para que sólo se atendiese a los amigos beneméritos, dando resguardo a los demás, y los motivos que me obligaban a darles dichos oficios.

Se presentó en este día el cacique Milba, hombre feroz de aspecto y de condición, quien con su gente acampó a distancia de nuestro real por no desarmarla, y vino sólo con un lenguaraz indio, cuyo próximo arribo había anunciado Neuquen en el día anterior. A éste principalmente, y a Neuquen estaba encomendado el asalto; mas mudó de lenguaje, en virtud de las ocurrencias referidas, y se despidió. Sin embargo hasta el siguiente día se veló mucho sobre las haciendas, por los frecuentes robos que se experimentaban entre ellos, bien que no se atrevieron asaltar a nuestros ganados de día; pero en la noche acometieron varios indios a algunos vivanderos. Fueron sentidos y perseguidos por las patrullas; prendieron a dos con los robos que habían hecho, e hirieron mortalmente a otro, conduciendo a los tres a la guardia de prevención, donde se les aseguró. El facultativo puso el mayor esmero en curar al herido, que entre otras había recibido una herida en el bajo vientre, y tenía las tripas fuera. Este cuidado se redobló cuando se supo que no tenía ingerencia en los robos, que era indio amigo, y que como tal apellidó en su defensa al cacique Valeriano para que no le ultimasen. La causa de su desgracia fue el haberse asustado, y echado al indio que dormía, cuando se dirigieron hacia él los soldados que perseguían a los ladrones. Esta ocurrencia puso en doble vigilancia al campamento; prevenidos los indios de ella, avivaron su retirada luego que amaneció, siendo el primero Carrupilun. Antes que se retirasen, dispuse que reconociesen a los indios ladrones, que se hallaban bien asegurados a las ruedas de una carreta, con las especies robadas, para que en ningún tiempo pudiera dudarse de la justicia de su prisión y castigo. Para esto hice convocar a los caciques, y ordené se mantuviese sobre las armas la expedición.

 

20, martes

Reconocidos los indios aprendidos, y también el herido y su estado, convinieron los caciques, a vista de sus declaraciones y delitos comprobados, en que yo les quitase la vida, o castigase como quisiese, pues podía hacerlo francamente. Que en atención a que ellos habían sido causantes de la desgracia del indio amigo, debían pagar con sus bienes las   -43-   heridas del enfermo, o su muerte, a contentamiento de los parientes que hubiese en el campamento, avisando a los demás que tuviese en la toldería de donde procedía. En estas circunstancias me aproveché de sus mismas resoluciones, perdonándoles la vida, y dejándoles asegurados hasta la llegada de los parientes del herido, quienes dispondrían de él según sus usos y costumbres; de cuya resolución quedaron todos muy agradecidos, y los reos satisfechos de la fineza, contra el fallo de muerte que sus propios caciques habían dado.

Este accidente inopinado, unido a los antecedentes, dio un mérito extraordinario a la resolución, y alentó a los españoles, que se consideraban como despreciados, y deseosos de emprender cualquiera acción que se presentase, por la que en efecto anhelaban, incitados de los despojos que podía prometerles la victoria, en las muchas alhajas, de plata, monturas, caballos y tejidos que traen a esta especie de feria. Todo, por una especie de providencia, contribuyó a deslumbrarlos y hacerles perder el empeño de atacarnos, a pesar de su muchedumbre, y de nuestra escasa fuerza, que consistía en 21 hombres de fusil y 9 artilleros, de la que estaban bien instruidos desde el principio, y fue causa para que nos insultase Lincon. La firmeza en sostener la prohibición de vender bebidas, de la que todos hicieron mal agüero, contribuyó a persuadir a los indios que yo guardaba aún resentimientos por sus procederes, y que deseaba declararles la guerra al más leve delito. Para evitarlo, se fueron despidiendo uno en pos de otro con sus respectivas recomendaciones. Se retiraron todos los que seguían a Carrupilun a los Médanos, distantes como legua y media, donde habían dejado sus armas.

Desembarazado en mucha parte del cuidado que daban estos caciques, y su muchedumbre de gentes de armas encoletadas, y algunos con cotas de acero, como también de su innumerable chusma, quedamos más francos para atender al objeto de nuestro viaje. Por esta razón, y por la imposibilidad de poder sacar sal, se había omitido hasta hoy, y no por el motivo que había hecho entender a los indios. Llamé a los dueños de carretas y capataces, y les prefijó el término de tres días para la carga, en atención a haber mejorado el tiempo y bajado las aguas, para extraer la sal con menos trabajo que antes. Hice que las carretas no entrasen a la laguna, que quedasen siempre en línea, en precaución de algún acometimiento de los indios que nos observaban, sin moverse de los Médanos referidos.

Entonces recibió un nuevo placer el cacique Quinteleu y sus hermanos, que hasta este punto dudaban, de que cargase, recelándose de consiguiente un resultado funesto si el Superior Gobierno ordenaba las hostilidades que yo había anunciado. Animó y ofreció sus indios, para que auxiliasen   -44-   y ayudasen a cargar, como en efecto lo hicieron, recibiendo de los interesados una pequeña gratificación; entonces finalmente desplegó este cacique todos los sentimientos honrados que le caracterizan, ofreciendo hacerme una muy circunstanciada relación del estado de la indiada, sus particulares acuerdos y establecidos proyectos para invadir a los españoles, y la nota que él, sus hermanos y deudos tenían contraída por no prestarse a sus sistemas, en términos de hallarse precisados a defender la tierra, y situarse a la parte opuesta de la Cordillera, para reparar las desgracias que le amargaban en terrenos de la indiada chilena. Que luego iba a caminar su hermano Victoriano con sus gentes, y después él y sus deudos.

En esto estado, y siendo como las 11 del día, llegó al campamento el cacique Milla-Catreu, hijo de otro de este nombre, y por medio de un indio lenguaraz, me suplicó le diese, para él y sus gentes, una vaquillona para comer, porque había tres días que no tomaban alimento alguno. Le repuse, que yo era un viajero separado de mi patria, y que era muy extraño me pidiesen en lugar de darme; que yo estaba comprando a los indios para comer, y él podía hacer lo mismo. Me contestó, que él no podía comprar, que le diese para comer una ternera, porque aunque su gente era mucha, unos tomarían la sangre, otros los menudos y el resto la carne, como con su padre, cacique principal, lo habían hecho muchas veces, en el mismo lugar otros comandantes. Como el indio lenguaraz no poseía el español para poderse explicar, dio a entender que su cacique decía, que mis soldados enlazasen y sirviesen la ternera; cosa que me pareció repugnante, y mucho más por el modo con que lo dijo; por ello me levanté airado, y le repuse, que con las armas nos entenderíamos.

El indio intérprete se esforzaba por darse a entender, y se dirigió al mío, diciendo que era falsa su aserción, porque el cacique decía que con sus soldados, esto es, con sus mocetones o sus indios, y no con mis soldados. Esto guardaba más conformidad con su primera súplica, y la hospitalidad exigía de mí le atendiese, cuando en su falta robarían más de lo que pedían. Mandé se les diese una res, que en efecto, ellos enlazaron, llevaron a su alojamiento; cortando de ese modo el disgusto que había preparado la mala interpretación; en cuya precaución es necesario vivir advertido, para no incidir involuntariamente en cosas semejantes, ya por escasez de voces en el idioma, o ya por falta de posesión de éste y del español en los intérpretes. Este suceso acaloró demasiado a algunos de mis oficiales, que sin acordarse que les tocaba sólo obedecer, y no ingerirse en los gastos económicos. Mucho menos cuando no faltaban las raciones, nos expusieron a un rompimiento por la incomodidad que recibían los indios con las repulsas, hasta que quedamos todos convencidos del verdadero sentido de las palabras.

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Al mismo tiempo que el cacique Milla solicitaba este auxilio, sus gentes, que habían bajado a la laguna a cargar de sal, se encontraron con algunos indios pampas que estaban en igual diligencia. Es tal la oposición que hay entre estos y los ranqueles, que, siempre que se ven, se acometen para herirse, robarse y maltratarse, como aconteció en este caso; resultando varios heridos de los pampas, y entre ellos, tres de gravedad, y después robados y despojados de sus haciendas. Vinieron después a poner la queja de estos hechos; ordené, que se atendiesen sus heridas, y les hice entender que yo no era juez de sus causas, y que ellos vengasen sus agravios. Sin embargo, pregunté a Milla, cuál era la causa de aquellas violencias. Y me contestó, que era en venganza de otras que los pampas habían cometido con sus indios; que aún no estaban bien satisfechos, y podían agradecer a los españoles, bajo cuya sombra se atrevían a cargar de sal, el que no hubiesen sido todos degollados, como lo tenían bien merecido.

Se despidió este cacique como los demás, que le esperaban para deliberar sus respectivas marchas, después de robar lo que pudiesen, a favor de la inmediación al campamento y de su pública despedida. En efecto hubo mucho acuerdo sobre asaltar o no la expedición; pero como los caciques amigos permanecían siempre en él, desistieron del intento, y se contentaron con robarles sus ganados, de modo que a muchos los dejaron a pies y entre ellos a Turuñan, Victoriano y Quidulef. He observado constantemente, en el discurso de esta expedición, el genio y doble trato de estos hombres; ellos mezclan siempre la súplica con la amenaza, apoyando ésta con el número de lanzas que traen y suponen tener de reserva. Pero, como hace poco por la salud quien no se contiene con los excesos, y espera a la necesidad para aplicar el remedio, así es preciso mezclar desde luego en los razonamientos, la firmeza con la afabilidad, procurando dejar el uso de las armas para las últimas razones.

El cacique Neuquen, hombre mayor de 70 años, y a quien la vejez ha quitado los ojos sin ofenderle la cabeza, dejándole sólo el nombre de haber sido el más feroz y sanguinario, y tenido por ello el concepto del más valiente, quiso hacer vana ostentación de su antiguo respeto, y sufrió la mayor humillación en cambio de su arrogancia. El cacique Milla-Catreu, que venía en retaguardia de Neuquen, y cuya venida anunció éste, como concertados de antemano para acabar la expedición, cuando supo el éxito de sus confederados, se vio precisado a mudar de tono para conseguir su entrada, dejando la gente armada a más de una legua de distancia. El cacique Carrupilun, hombre audaz y de la más refinada malicia, que obraba con acuerdo de aquellos y de veinte caciques más, le vio bajamente postrado, cuando se descubrieron sus intrigas. Neuquen y Milla nunca habían conocido españoles sino en la lid; al primero   -46-   dio mucho crédito el sangriento destrozo de la tropa del canónigo D. N. Canas. A estos caciques los prefirieron los demás, para que, provocando con amenazas, emprendiesen el ataque, que debían auxiliar los que estaban adentro del campamento, dirigidos por Carrupilun.

La misma detención en resolverme hizo conocer el doblez y perfidia de Carrupilun y sus aliados. En estos casos, cuando insta la resolución, suele ser engañosa virtud la prudencia, que se equivoca con el miedo. Nunca debe cerrarse la puerta, es verdad, al consejo, pero alguna vez deben cerrarse los ojos a las dificultades, porque suelen parecer mayores desde lejos; y hay veces en que la demora en discurrir impide el ejecutar, cuya lentitud prepara a los enemigos y pierde las empresas. Tal me persuadí que era mi situación, y que, aprovechando los momentos, acaso desconcertaría las medidas combinadas para destruirme. Favoreció la prudencia mis intenciones de un modo admirable, pero juzgué que siempre debieran evitarse iguales lances, aumentando la fuerza, o excusando hacer expediciones semejantes.

Aquí se me ofrece observar, que no sólo los extranjeros, desafectos a nuestra nación, tratan injustamente a los indios, como incapaces de razón, para dar desestimación y desprecio a nuestras obras, sino que también en las ciudades capitales de América se encuentran hombres de casi iguales sentimientos. En aquellos hay un crasísimo error, fomentado por innata aversión que nos profesan; en estos es una pública ignorancia. Ellos han admirado en otro tiempo, más que ahora, nuestros procedimientos, pero esto es efecto de la novedad, que es incompatible con la potencia de discurrir; porque la admiración no siempre supone ignorancia, ni debe llamarse tal la falta de noticia. Los indios tienen sagacidad, prontitud, disposiciones y ejecuciones muy oportunas, que saben hacer con destreza en los lances más apurados.

 

21, miércoles

En este día se empeñaron con todo esfuerzo a cargar de sal los dueños y capataces de tropas y dueños de carretas; y se ha logrado que la tropa descanse algún tanto. Como a las 11 de él, llegó el cacique Oaquin, cuidadoso de nuestra expedición, por haber entendido que los indios ranqueles nos incomodaban, y con el objeto de proporcionarnos auxilio de sus gentes, como parcial amigo del cacique Quinteleu y deudo suyo; y a quien le merecíamos la fineza de haber interceptado varios robos de caballos, que de la expedición llevaban otros indios; pidiendo además circunstanciadas noticias de los otros robos, por si convenía perseguir a los delincuentes.   -47-   Este indio, cuyo carácter es moderado, sobrio y juicioso, se halló en la capital el día del ataque del general Whitelocke, y formó por él un concepto el más alto de los españoles, por su fuerza y valor. Tuvo la prolijidad de recorrer las calles y plazas donde aún existían los cadáveres ingleses, y vio luego el acopio que de ellos se hizo para su entierro en distintos puntos de la ciudad. Como los cadáveres españoles fueron recogidos inmediatamente a las iglesias y conventos, creció mas su espanto, y dio mérito a que fuese exagerando a los demás caciques, el valor y fuerza de los españoles, llegando su ponderación hasta asegurar que en una sola cuadra o manzana de 150 varas había contado mas de 1000 muertos; estrechando en consecuencia de este hecho a todos los demás indios a que se apresurasen a hacer paces con los españoles, porque seguramente acabarían con toda la indiada, si en contra de ella tomaban las armas; y fue su aserción motivo para que todos viniesen a ofrecerse al gobierno con sus gentes para atacar a los colorados, que es como distinguen a los ingleses.

Interesa tanto esta noticia en boca de un indio, cuanto él es respetado de valiente entre los suyos, y de gran destreza, como que posee el uso de las armas de fuego, que le he visto hacer con arma suya propia; y si, como es presumible, se propaga entre los demás indios, ya por este conducto, ya por el de los muchos desertores que se hallan entre ellos, podrán bien presto, a favor de su muchedumbre, oponernos una fuerza terrible. Su anhelo por las armas de fuego es muy vivo; poseen las blancas y de todo género por el abuso de venderlas libremente nuestros traficantes. Por una espada o sable no repara en precios el indio, y la codicia hace olvidar al mercader lo que se debe a sí mismo y a la humanidad, infringiendo las leyes sin reboso, todas cuantas veces pueden. Llegará tiempo, si castigos escarmentadores no evitan estos tratos, en que lloremos sin remedio la ruina que nos preparan las partidas que entran a las guardias y a la capital, y se arman incesantemente por medio de este comercio vicioso y ratero.

Se hace, pues, muy forzoso que se cele con la mejor vigilancia el número de armas, de caballos y demás especies que introducen y extraen las partidas de indios, como se practica en el reino de Chile. De cuchillos dagas y toda suerte de arma corta, se proveen con la misma franqueza que los españoles; además, los indios Araucanos fabrican machetes y moharras de lanza con bastante perfección, cuyos nombres conservan en sus idiomas; con la distinción de haber corrompido el de machete en machito; y es común   -48-   este nombre al sable y a la espada. Nunca lo tercian al lado izquierdo, y aunque llevan cinturones; se lo afianzan de frente o por delante atravesado. Cuando se presentan en acción de guerra, le llevan colgando a la muñeca, en la mano con que juegan la lanza, para usar de él en falta de ésta, o cuando convenga.

Al ponerse el sol, llamé a todos los capataces y dueños de tropas, para prevenirles del último término que se les concedió para acabar de cargar, en atención de haber transcursado el primero. En efecto, teniéndolos presentes, les dije que con demasiado dolor veía que se hallaban dentro de la laguna muchas carretas sin cargar, y no pocas sin haber entrado a ella; que tuviesen entendido, que esto no me embarazaría la marcha, porque primero las haría volver vacías, que esperar más tiempo, ni dejarlas abandonadas. Que así por la creciente de la laguna, como por la incomodidad de los indios, había disimulado el retardo; pero, que faltando estos motivos, era extraño el desperdicio del tiempo que en algunas tropas se notaba, cuando otras habían ya cargado, y estaban a punto de caminar, porque habían cargado lo ordinario y no excesivamente, hasta hacerse pedazos las carretas, como ya había sucedido con tres; pues siendo el cargamento de 16 a 18 fanegas, cuando más, había quien las pusiese a 25 y 30. Que de esto resultaba el mayor atraso; porque sin duda, o no sabían calcular la carga, o los dominaba una codicia imprudente; pues contando cada fanega de 13 arrobas de peso en sal seca, en sal mojada excedía de 250 arrobas; y echarle un tercio más, era un despropósito intolerable que yo no podía permitir.

Últimamente, les manifesté que les concedía el día de mañana, 23, para acabar de cargar, con el fin de ejecutar la salida el 24, según lo tenía expuesto al superior gobierno. Además, debía hacerles presente, que los indios no se habían ausentado a sus tolderías, y los teníamos de observación a corta distancia en los inmediatos médanos, desconfiados de nuestra demora; persuadidos por ella que tratábamos de hacer población, como les había insinuado el cacique Lincon y algunos de nuestros lenguaraces ocultos; y todos eran motivos que me estrechaban a no dilatar más nuestra marcha, y a precaver de los riesgos a la expedición de mi mando, cuyos víveres se agotan, y nos exponíamos a una total escasez en un viaje penoso con carretas recargadas.

Algunos troperos de considerable número de carretas, me expusieron o representaron su imposibilidad, por habérseles enfermado   -49-   muchos peones, a cansa del alto del agua, y fortaleza de ésta, que les había causado muchas llagas y terribles acrimonias a la vista; por lo cual les sería imposible salir cargados en el día de mañana, pero que cumplirían con la orden. En vista de esta respuesta y allanamiento, persuadido de que se esforzarían, mandé que se retiraran, con ánimo de diferir un día o dos más, si fuese necesario, y de estrechar a los indios amigos, a que auxiliasen la carga, gratificándolos, por medio del cacique Quinteleu, como me lo ofreció.

Una de las ventajas más considerables que pueden lograr las tropas de carretas, será cargar, de un almacén que se forme, la sal que les corresponda; por el ahorro del tiempo, por la seguridad de sus carruajes, por el menos peso en la sal seca, y por el retorno pronto; sobre lo cual expondré separadamente lo que convenga, para el caso de verificarse la necesaria población en este destino.

 

22, jueves

En este día se han despedido y marchado varios caciques amigos con sus gentes, muy satisfechos de nuestra amistad, trato y buen agasajo. Comparecieron los parientes del herido, y ajustaron con los agresores la cuita de las heridas si sanaba de ellas, y si moría igualmente; concertando en ambos casos el precio que deberían satisfacer, y me pidieron pusiese en libertad a los reos, y los entregase a su disposición, como lo ejecuté. Este día fue de calor bastante con el viento suave, por el oeste nordoeste, y que ha permitido cargar, sin que en él haya ocurrido particular novedad. Los indios se mantienen en los Médanos, y han hecho varios robos de caballos en esta noche a los chilenos, hasta en cantidad de 70 caballos; y para cerciorarse, me pidieron permitiese pasar a reconocer las haciendas de la expedición con cuatro soldados, por si existían algunos entre ellas; lo que les otorgué, y quedaron satisfechos y agradecidos, al mismo tiempo que desengañados.

 

23, viernes

En este día entraron a la laguna todas las carretas que había fuera de ella, y salieron las que ya estaban cargadas; de las cuales, al repechar la barranca, se hizo pedazos una, por la excesiva carga, y las cuarenta restantes quedaron dentro ya, en términos de cargarlas y de salir temprano el 24. En este día se dio ración a la   -50-   tropa para el viaje, y se procuró gratificar al cacique Victoriano, que disponía ya su marcha, y algunos de los indios y deudos de su comitiva, entre los cuales había algunos caciques.

En llegando a este punto, todo indio manifiesta su carácter: quiere que se le gratifique privadamente, ocultando de sus hermanos, padres e hijos, cualquiera cosa que se les dé, y con la misma eficacia pide para los demás, cuanto se ha dado para él, creciendo su empeño en pedir, cuanto crece el número de los dones. Yo creo que la razón de esta conducta se deriva, de que su autoridad entre los suyos es en razón de su generosidad: así he notado que todos piden al cacique cuanto tiene, con mucha franqueza; pero éstos se anticipan al dar antes que les pidan, y he observado muchas veces que no habiendo más que un cigarro, va pasando de unos a otros, participando de él todos, hasta que vuelve a manos del cacique.

Como para entablar sus molestas pretensiones, lo han de hacer por medio de los intérpretes, procuran tenerlos a la mano. El que me ha servido en esta expedición, Mateo Zurita, posee, según los indios, perfectamente su dialecto. Este lenguaraz ha hecho varios viajes de Chile a Buenos Aires por esta vía, desde la Concepción, y ha vuelto con estos caciques, quienes por esta razón tienen su mayor confianza en Zurita. Mas sin embargo de todas estas antiguas relaciones de amistad, se vio tan sofocado con las majaderías y desconfianzas de estas gentes, que suponían a Zurita como causa para que no se les diesen mayores gratificaciones, que tomando sus avíos, se marchó diciendo que no volvía más, porque estaba cansado de sufrir desaires. Efectivamente se fue a esconder al monte, y descansó allí todo el día, previniéndome antes de esta determinación. Yo tomé ocasión para demostrarme incomodado del suceso, con lo que los indios acabaron sus peticiones, y se retiraron a sus inmediatos toldos.

 

24, sábado

En este día, como a las 8 de la mañana, puse con el cacique Quinteleu, 8 soldados y el piloto, al paraje que llaman los Manantiales, al oeste de la laguna; y al cuarto de legua de dejar dicha laguna por el costado del oeste, o inmediatamente que se traspone una loma, se encuentra una cañada, y en ella una laguna de agua dulce, y a 2000 varas de distancia de ésta, al mismo rumbo, otra de mayor caudal, y otra más adelante, que por una especie de cauce o arroyo se comunica con la anterior, en la abundancia de aguas.   -51-   Continuando la cañada, como a 2000 varas de distancia, al mismo rumbo, hay otra laguna que forma barrancas de tierra firme de bastante elevación; y las más altas que miran al nordeste, hacen su frente a diferentes médanos altos, que por la parte opuesta de la cañada van formando un valle, de extensión de legua y media, desde las primeras lomas hasta la última laguna.

Este terreno es abundante de hermosos pastos, y en él ha habido costumbre de poner siempre las haciendas de las expediciones a Salinas. Pero a virtud de lo que, sobre el riesgo de ser robadas sin doble guardia, podía suceder, según Quinteleu me expuso, no permití que fuese allí. Las lagunas referidas deben sus aguas a varios manantiales que corren desde el pie de los médanos. Son de muy excelente gusto, y en los que pude reconocer, hallé la yerba del berro en abundancia; puede a poca diligencia formarse un potrero, que asegure los ganados con los Médanos, Laguna de Salinas, barrancas altas del oeste, y la parte del sur, en que empieza el monte. Sobre este costado hay una abra a que subsigue una llanura de excelente piso y feracidad, según los ensayos de un indio, que tiene allí su toldería y haciendas. Este sitio está perfectamente indicado para establecer en él la población y el cuartel general. Está circuido de monte, desde el segundo hasta tocar el cuarto cuadrante. La descripción particular de este paraje de la laguna, y lo que importa ocuparlo, lo haré separadamente. En la tarde de este día repitió su visita el cacique Oaquin, conduciendo algunos animales de venta, con los que se surtieron algunas tropas.

En esta tarde se me presentaron cuatro troperos, para ponerse en marcha hasta la Laguna de los Patos, terreno trabajoso por ser el piso de arena movediza, y en cuyo tránsito acontecen frecuentes quebraduras y retardos; y a fin de llenar su deseo y de franquear el paso a los demás, accedí a su solicitud con la precisa condición de darme parte de cualquiera novedad, destacando además en su escolta una partida de ocho soldados y un sargento, Entretanto, los demás troperos que se hallaban atracados, cargaron todas las carretas y las sacaron, quedando solamente 17. A las 10 de la noche se me dio parte haber llegado las tropas a la Laguna de los Patos, con algunas quebraduras, que estaban refaccionando, y que el resto de la expedición se aprontaba a salir mañana después de misa.

 

25, domingo

En este día se celebró misa, que no habíamos logrado en los   -52-   anteriores días por la multitud de indios que nos cerraban. Salieron de la laguna todas las carretas, y algunas tropas se van prolongando hasta la Laguna de los Patos, punto de reunión dado a toda la expedición, y diligencia al parecer precisa, para nivelar la carga, arreglar las carretas y haciendas, refaccionar los carruajes, cosa en que debe ponerse el mayor cuidado; porque debiendo ir todas reunidas, por la rotura de una se retardaban las jornadas. En este día ha marchado el cacique Quinteleu con su gente y familia, dejando en mi compañía a un hermano y varios indios, para que en caso de algún ataque de los indios mal contentos, le avisase; pues queda pronto con sus gentes a este propósito; y además me franqueó los indios peones, que necesitó para tirar el tren, de artillería y arrear los ganados de servicio y consumo.

En prueba de su buena fe y verdadera amistad, y con el fin de mayor seguridad del tránsito, me ofreció mandar a su hijo, y un hermano del cacique Quidulef, luego que llegase a sus toldos; cuidadosos siempre de los indios de Carrupilun y sus parciales. Se despidió muy satisfecho del buen trato y amistad, con que se les ha obsequiado, manifestando su gratitud, y descubriéndome la noche antes la conspiración y acuerdo hecho, por los caciques en general, así de la parte del oeste y norte como por los del sur y sudeste; de que hablaré separadamente para la mayor inteligencia del gobierno. A las 12 se observó el sol para el arreglo de los relojes y rectificación de las anteriores observaciones, y se halló la misma latitud observada en 37º y 14, punto medio de la área de la Laguna de Salinas, y costado del norte, sitio del campamento. No ha ocurrido novedad, y todos se aprestan a marchar contentos por ello, y por verse libres de indios en el campamento.

 

26, lunes

A las 8 de la mañana, despejado todo el campamento, se dio orden a marcha, tocando la generala; y lo hicieron todos los troperos, a excepción de dos que se hallaban con dos carretas quebradas al tiempo de salir de la laguna, por el excesivo número de fanegas cargadas en ellas. Por esto les fue preciso demorar hasta componerlas, porque una de ellas, al tiempo de caer, rompió un brazo y tres costillas a un peón, el cual, según el cirujano; está en peligro de muerte. Mientras el facultativo curaba al enfermo y los carreteros componían sus carretas, pasé con el piloto, dos oficiales y una partida, a reconocer la laguna en su circunferencia. No es fácil penetrar los espesos bosques que la circuyen, y así llegamos al término de su longitud, por el sur, pero distantes de su orilla.

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Son muchas y repetidas las lomas y colinas que en toda esta distancia ofrece el terreno; las que dominan la laguna, y dan lugar a reconocerla francamente, y a sus montes vecinos. Abundan estos de muchos y muy gruesos algarrobos, chañares, árboles llamados sombra de toro, muy espesos, cuya hoja es muy semejante al acebo. Hay otros muchos arbustos con fruta silvestre, que sazonada comen los indios; todo este monte en la circunferencia de la laguna, abunda de pastos de tomillo y canchalagua muy fina, y tan buena como la que dan los Andes. Hay otras muchas yerbas aromáticas, y flores no conocidas por mí. Abunda en tigres y leones este monte, y los demás inmediatos. Por el extremo del sur de esta laguna se ve a corta distancia, y aparece dominado el referido sitio de los Manantiales; se descubre una abra con excelentes vistas en un campo al oeste, hasta las barrancas altas de la tercera laguna, donde se halla una toldería, entre otras y el monte que corre más al oeste, que según me han explicado los indios, sigue sin más interrupción que algunas selvas y abras, por tres días de camino; pero que al día y medio se halla una colina que se extiende por algunas leguas. En ella se ven muchos vestigios de ladrillo y teja, de alguna antigua población, pues toda ella está abastecida de higueras, montes muy dilatados de duraznos, nogales, manzanos y otras frutas, adonde concurren todos los indios de la comarca, y sobra para abastecer a todos. En aquellos montes también se hallan ganados alzados, que a favor de la espesura, no han podido ser exterminados por los indios, quienes solos logran los que pueden cazar en las aguadas, acechándolos cuando bajan a ellas. No existe ni una obscura tradición entre estos indios que nos dé indicios de la población que allí hubo, y de cuándo, o por que razón se destruyó. Al fin de esta laguna, hacia el sur, se registra desde aquellas alturas un dilatado campo muy llano, al parecer muy abundante de pastos, y apenas al oriente se percibe con el anteojo una ceja de monte, que girando al sudeste llega a tocar con los cerros de Guaminí y Sierra de la Ventana, según pude informarme.

En este estado, y habiendo descubierto toda la extensión y circunferencia de la laguna con los montes que la circuyen, desde el costado del norte, cuarto y tercer cuadrante, que es por donde está casi impenetrable por tierra, y que estando baja de aguas fácilmente se reconoce por su centro, siendo las doce, y ofreciendo el camino de la orilla, fuera de los montes, más de seis leguas, me retiré al campamento. Hallé que el enfermo estaba mejor, y las carretas alistándose para marchar al siguiente día. Dejando allí la tropa destinada a la retaguardia, marché a la Laguna de los Patos, distante dos leguas del campamento. A pesar de los trabajos del camino, por el mal piso   -54-   y desnivel de la carga, se reunieron todas, a excepción de las tres mencionadas tropas, y pasando la laguna, se situaron en buen terreno para hacer sus refacciones. Tuve parte a las 11 de la noche del estado de las tropas atrasadas, y asimismo de la partida de vanguardia; y no habiendo novedad, determiné aguardar allí la reunión total al día siguiente. Di orden que cada uno de los troperos refaccionase sus carros, mientras llegasen los atrasados, y las boyadas tomaban algún descanso.

 

27, martes

Reunidos en este día todos los carreteros, inclusos los que se hallaban atrasados, procuraron refaccionarse para emprender la marcha el día de mañana temprano con algún aprovechamiento. Se acercó el cacique Quilui a ofrecer algunos ganados para el abasto, que se le tomaron por mí y por algunos dueños de tropa. Los soles son excesivamente fuertes, y los vapores forman diariamente nubes tempestuosas, a lo cual podrá contribuir, además de los salitres y minerales de que abunda este paraje, el hallarse el sol al sur, 24.º, 4; sin poder saber si en las demás estaciones del año se experimentarán turbonadas. El viento hasta las 6 de la tarde se fija al noroeste cuarta al norte, y después varía por momentos del segundo hasta el cuarto cuadrante. Este punto se halla a tres leguas de la Laguna de Salinas, con 5884 varas más. El enfermo da esperanzas de vida. No hay novedad en vanguardia ni retaguarda, según los partes.

 

28, miércoles

A las 5 de la mañana nos pusimos en marcha, hasta las 11 en que paramos; y a las 3½ proseguimos nuestro viaje, hasta las 6½ que llegamos a una legua, distante de la de los Paraguayos como tres cuartos de legua; en cuya orilla paramos a hacer noche y esperar la reunión de toda la expedición, por el retardo de algunas carretas recargadas y por la boyada nueva. Todo lo cual debe siempre evitarse, para no tener penalidades muy considerables en tan dilatado viaje. En este punto recibí chasqui del cacique amigo Quiluí, avisándome que en la Laguna de los Paraguayos, o en la del Monte estaba dispuesto a salir con grande armada el cacique Antenau, y que caminase con cuidado.

A poco llegó el cacique Oaquin con su gente, expresándome, que también venían los caciques Millapue y Antpan con sus gentes a visitarme; y me aseguró que Antenau no se propasaría, ni tendría descomedimiento   -55-   alguno, pero que en caso contrario sabía que debía contar con él y sus parciales que nos acompañarían. A las 10 de la mañana avistamos la Sierra de la Ventana, hallándonos en distancia de las Salinas 7½ leguas, y a poco tiempo después, del Guaminí. El viento se ha mantenido por el oeste y sud sudeste, y estamos distantes de las Salinas 11 leguas, sin haber ocurrido más novedad en este día.

 

29, jueves

A las 8 de la mañana nos pusimos en marcha por la laguna llamada de los Paraguayos, adonde llegamos como a las 11, y mandé parar para que ensebasen las carretas, por ser terreno firme, y hacer tiempo a que se reuniesen las tropas atrasadas, como lo ejecutaron; manifestando esta detención a los caciques Oaquin, Millapué y demás como un obsequio, y al mismo tiempo el de haber condescendido, con su súplica de tirar un cañonazo, para conseguir la salud a Millapué que estaba enfermo. Estas gentes creen que vienen todas las enfermedades del diablo, y que éste se ahuyenta con los tiros. Hicieron algunas permutas y ventas de varias reses de vacuno, caballar, con algunas ovejas y corderos, manifestando su agradecimiento. Pasaron la noche sin alteración ni novedad, y Oaquin me franqueó varios indios para que me auxiliasen, y a un hermano para que me acompañase y diese parte de cualquiera novedad que ocurriese con Antenau. El día se mantuvo bueno, con viento por el sud sudoeste.

 

30, viernes

A las 3½ de la mañana se tocó generala, y a las 4½ estábamos marchando; paramos a las 10½, y a las 3 de la tarde proseguimos la marcha hasta las 6 de la misma, en que fue preciso parar para reunir las tropas, sin poder hacer más camino que cinco leguas, a causa de ser el terreno interrumpido de lomas, y ser forzoso poner muchas cuartas para repecharlas, y fatigarse mucho en ello la boyada. En este punto recibí chasqui del cacique Antenau, harto comedido, previniéndome iba a salir al encuentro, al paraje nombrado por los indios Guapalo, y nosotros la Cabeza de la Cañada Larga; que traía 200 mocetones con el fin de hacer algún comercio, y que le mandase algunos soldados, y entre ellos a Leiva, vecino de la Guardia de Luján, su antiguo amigo.

Este cacique, aunque al paso por aquel mismo lugar a las Salinas, me hizo igual petición, no se la otorgué; previniéndole, como   -56-   ahora, que saliese al camino y lo recibiría. En efecto, intentó salir, y se lo impidió, un fuerte temporal que experimentamos; por lo que me hizo expreso a la Laguna, quejándose de no haberle esperado, y pidiéndome de nuevo le mandase la Leiva; lo que no le otorgué, así por la distancia, como porque podía hacerme falta, atendida la escasez de los lenguaraces, y por otras circunstancias que me retraían de ello. Aquellos motivos, y las posteriores ocurrencias de la Laguna y Lincon, le hicieron prorrumpir en amenazas, y armarse para atacarme al paso. Con estos antecedentes tuve motivo de hacer un relato muy circunstanciado al comisario, que era un indio ladino, chileno, muy sagaz, y que, según colegí, dominaba a Antenau.

Procuré en primer lugar mandarle unos chifles de vino qui me mandó pedir, y algunas otras cosas de supererogación; pero me interesé más en agasajar al cristiano chileno; y entonces le reconvine, haciéndole entender que, además de mis armas, venían para observar la conducta de Antenau aquellos indios y caciques que me acompañaban, para tomar las armas de todos sus indios, y ultimar la toldería de Antenau al primer aviso. Además tenía en las fronteras más de 2000 españoles, esperando mi aviso para entrar degollando, y acabar con Antenau, sus parientes y parciales; pues ya había yo dado parte de su disposición, y sabía que había reunido en su toldería la indiada del sur y la tenía armada; pero que me importaba muy poco. Que así le dijese que viniese cuando quisiese, que lo recibiría de amistad y sin armas como a los demás caciques; pero que si venía armado, sería haciéndole fuego y tratando de arruinarlo, sin que entretanto me moviera de aquel sitio hasta dejar sus toldos destruidos y también sus haciendas.

Me aseguró que nada había, y que aún cuando Antenau quisiese hacer uso de lanzas, él se lo impediría, y estaba cierto que sin su conocimiento no había de emprender cosa alguna. Esta aserción comprueba bien el ascendiente que los apóstatas tienen entre los indios y sus caciques. Éste debía tener tanto influjo como expresaba, así por su despejo como por su conocimiento de todos los partidos de nuestra campaña, en donde ha permanecido conchabado en varias estancias, hasta que diez años ha se casó en los toldos de Antenau. Partió, ofreciendo volver al siguiente día y cuando la expedición estuviese más inmediata a su vecindad para llevarse a Leiva, que le franqueé con el fin de que reconociese las fuerzas y cotejase las aserciones del enviado con la disposición de Antenau.

Además de los caciques seguían este día la expedición más de   -57-   300 indios, a hacer las permutas y cambios de ganados, tejidos y peleterías, cuya casualidad afirmó en parte las expresiones que de su amistad dije al comisario de Antenau; que se despidió al parecer contento y empeñoso de hacer real y efectiva su oferta de tranquilidad. Se me dio parte de haberse roto dos carretas; mandé hacer alto, lo que se ejecutó después de haber repasado el paralelo de la Sierra de Guaminí. El día ha sido de mucho viento por el sud sudoeste fresco. Según los partes no hay novedad de indios que presente cuidado, pero como lo ofrece el indio Antenau, mandé que ocurriesen todos los maestros carpinteros para acelerar la compostura de las carretas rotas, a fin de que se reuniesen a sus respectivas filas; y ejecutado esto, se pasó la noche en vigilancia, hasta el siguiente día.

 

1.º de diciembre, sábado

En este día no se pudo hacer viaje, por hallarse flojas y descompuestas muchas carretas, como porque el cacique Quilapí y sus gentes, que viven en estas inmediaciones, pidieron la detención de este día para hacer sus ventas y permutas. Por un peón se cometió un robo a un indio ebrio, de varias especies, de que se me puso demanda, y averiguada la cosa se encontraron las especies robadas, menos una manta, por la que fue necesario pagar ocho pesos y contentar al indio; al peón se lo dio su penitencia, y lo mismo a un soldado que desamparó la guardia, y apareció sindicado de complicidad en el robo. En el día se me ha dado parte de haber tres enfermos más, de golpes y contusiones de carretas; de modo que nos hallamos con diez en el hospital. Se observó el sol a las 12, y nos hallamos en la latitud de 36º 51, que es casi la mitad o punto medio de la Sierra del Guaminí, pues está situada a los 36º 50, formando nueve quebradas y otras tantas llanuras, e igual número de ángulos, cuyas sierras forman escarpas. Al sur de nuestra situación se halla una laguna que tiene de largo legua y media, y la otra al norte. En esta mañana se formó una tormenta que pasó al noroeste, y habiéndose afirmado el viento al oeste sudoeste, quedó el tiempo bueno, sin más novedad.

 

2, domingo

En este día no se celebró misa por la mucha indiada infiel que se halla en nuestro campamento, así de las pertenencias de los caciques, como de las tolderías que tenemos a la vista con mucha inmediación, con crecido número de haciendas, divididas de las nuestras por sólo una pequeña laguna; siendo de notar, que los indios   -58-   no han retirado sus ganados, sino antes obsequiado con leche y corderos a los que permití pasar a ellos, que fueron pocos. Las majadas de ovejas eran numerosas, y no pocas las demás haciendas, que de ordinario retiran con sólo la noticia de haber españoles en la campaña, como lo experimentamos en la ida; pero ahora dieron crédito a nuestras ofertas y buena fe con que se les trataba.

A las 4 de la mañana seguimos nuestra marcha, y a las 10 paramos hacia el centro o inmediación de la Laguna del Monte. A las 4 continuamos nuestro viaje; pero siendo el camino doblado, y forzoso que las carretas se sujetasen a sus líneas, apenas avanzamos una legua, quedándonos aquella noche casi al costado de dicha laguna. A las 4 de la tarde compareció un segundo emisario de Antenau, pidiéndome le mandase a Leiva, para salir con él al paraje citado de Guapalo; que en efecto le remití bien municionado e impuesto de lo que debía observar. Con lo que terminaron las ocurrencias de este día, sin más novedad que haberse despedido los caciques que estaban en el campamento al tiempo de nuestra marcha.

 

3, lunes

A las 7 de la mañana nos pusimos en marcha, caminando hasta las 10 a la orilla de una pequeña laguna y un médano; siendo preciso parar con el solo viaje de una legua, por no haber agua sino a larga distancia, según el paso de carretas, y ahora muy pesada para afligir a la boyada. A las 3 repetimos nuestro camino, y a distancia de 1000 varas de la Pascana se rompió una carreta, que fue preciso descargar para componerla, y de consiguiente hacer noche en aquel punto. El viento estuvo por el sud, y ya tarde se llamó al noroeste, sin haber ocurrido más novedad.

 

4, martes

A las 2 de la tarde, después de refaccionada y cargada la carreta y compuestas otras, continuamos nuestro viaje, caminando como tres leguas, hasta las 6½ que paramos enfrente de seis lagunas al costado, del norte, a cuyo punto llegó el soldado Leiva con otros individuos del cacique Antenau; expresando que el día de mañana nos esperaba en el punto indicado con sus gentes sin lanzas; y pidió se le mandasen dos chifles de vino, yerba y tabaco para pasar la noche; todo lo que se le remitió con los indios acompañados de Leiva. Este me informó con puntualidad de las observaciones que hizo en la toldería de Antenau. Se halla situada esta a las márgenes de una famosa laguna que recibe sus   -59-   aguas de un arroyo, de los muchos que vierten de las sierras de la Ventana y Guaminí, al este sueste de nuestra posición.

Advirtió que aquella toldería, a diferencia de otras, constaba de un número considerable de toldos, de muchas y crecidas familias, todos situados a las márgenes de la laguna, que tiene muy altas barrancas. Que sus alrededores eran agradables, y defendidos por la misma laguna que circuía la toldería, dejando apenas una corta entrada fácil de guardar. Advirtió dentro y fuera de la población muchas y lucidas haciendas de todas especies de ganados. Las indias son muy aplicadas a lavar y tejer las lanas de sus esquilmos, y los indios se entretienen en domar potros y ejercitarlos en la carrera; y al amanecer se poblaban las dilatadas márgenes de la laguna, de mujeres, niños y algunos mozos que se lavaban y bañaban, entreteniéndose luego en la pesca. El pez de que generalmente abunda, tanto esta como las demás lagunas, es el bagre de todas especies. Observó finalmente tranquilidad en toda la indiada, y que la que venía acompañando al cacique manifestaba estar de paz y contenta, sin que ocurriese otra novedad.

 

5, miércoles

A las 7 de la mañana marchamos, y a las 11 paramos al noroeste de la cañada que llaman del Infiernillo, al pie de un médano, con agua dulce. Al poco tiempo recibió recado del cacique Antenau para entrar al campamento, en el que se recibió como a los demás de su clase. Luego que se acercó, formó su gente en batalla con bastante ejecución; mandé al lenguaraz y a un sargento con 8 hombres, incluso Leiva, para que entrase Antenau, a quien hice toda atención. Manifestó en su razonamiento harto despejo, y más comedimiento y atención que otros indios; hallándose agraviado de las desgracias, por haber perdido toda su familia, y poco antes a su padre, cacique conocido, de respeto en la tierra, cuyos consejos conservaba para vivir en paz con todos, y nunca hacer la guerra sino en defensa; porque una larga experiencia le había acreditado, que los que buscan pendencias salen al fin descalabrados; y que por esto deseaba tener, y que todos tuviesen paz con los españoles.

Le manifesté en contestación los deseos que los españoles tenían de igual correspondencia; que por su parte, jamás le faltaría, ni sería perturbada la tranquilidad que deseaba, como los indios cumpliesen con sus deberes; que el merecerla el más alto concepto del gobierno, si contribuía con sus respetos a solidar la paz entre españoles e indios, como amigos y hermanos. A todo estuvo atento, y respondió, que ya nada tenía más que hablar; que estaba complacido de haberme visto y oído; y que esperaba verme en   -60-   Buenos Aires, y perfeccionar ante el gobierno sus relaciones, para evitar incomodidades, remitiendo al tiempo la prueba de su palabra.

Ni en su modo ni en su razonamiento mostró la pesadez acostumbrada, y sin ser molesto en peticiones, llamó a sus gentes, y previniéndoles de no ser gravosos, se retiró a alojarse, por el resto del día y noche, a las inmediaciones del campamento, desde donde pidió lo necesario, que se le dio con franqueza. Sus gentes trataron del mismo modo, y trajeron en venta una carga de bagres. El día se ha mantenido sereno el viento por el sudoeste fresco, sin haber ocurrido novedad.

 

6, jueves

A las 5½ de la mañana continuamos el viaje, después de habernos despedido del cacique Antenau, haciendo hasta las 12 del día como dos leguas de camino por las muchas lomas. A las 10 recibí un chasqui del gobierno, en contestación al aviso que le di desde Salinas; en que me indicaba mandar un socorro de gente con el comandante general. Considerando que ya no era necesario, lo despaché al momento, haciéndolo así presente al fin de evitar gastos. El día ha sido de mucho calor, el viento ha estado sudoeste, y la tarde se llamó al sudeste bastante fresco, sin más novedad.

 

7, viernes

En este día no se ha podido caminar hasta las 5 de la tarde, por haberse descompuesto varias carretas; y no obstante de haberse determinado caminar toda la noche, no pudo hacer más que legua y media de camino, parando a las 9 de la mañana, por haberse atollado dos carretas. El día ha estado templado, y el viento por el norte, sin más novedad.

 

8, sábado

A las 8 de la mañana nos pusimos en marcha, hasta las 11, en que habiéndose atollado algunas carretas, paramos hasta las 4 de la tarde en que se sacaron. Emprendimos luego el viaje hasta las 4, en que hicimos alto a un costado de la Cañada del Zapato que, según se ha reconocido, está con bastante agua, y de mal paso. Se me ha dado parte de haber caído tres enfermos de cuidado, dos milicianos y un peón, y se ha dado alta a dos. En la noche precedente se desertó a los indios el lenguaraz Manuel Alaniz, cuya mala conducta me ha dado mucho que sentir; incomodando así con su perversidad, tanto a los indios   -61-   como a los españoles; de modo que sus delitos le han obligado a ausentarse.

 

9, domingo

A las 8 de la mañana nos pusimos en marcha, sin haberse dicho misa ayer ni hoy, por haberlo impedido la distancia de las carretas, y atención de composturas. A las once llegó el hijo del cacique Quinteleu con varios indios, para que nos acompañasen, según ofreció hacerlo en la laguna. Me manifestó que había retardado su viaje por asistir a una junta de caciques que se celebró después de nuestra salida de la laguna, en la que se embarazó la resolución que los indios enemigos tenían de avanzar a la expedición. Que había podido contenerlos, ofreciendo juntar sus gentes en caso de persistir en ello Carrupilun y sus parciales; pues aunque su hermano Victoriano había marchado a Chile, no necesitaba de él, ni los españoles de auxilio alguno para tomar una venganza que les pesara. Que me avisaba todo esto para inteligencia, y que marchase con cuidado; pues, aunque parecía haberse aquietado, recelaba una falta de cumplimiento. Que al mismo tiempo avisase al gobierno, porque habían protestado invadir y robar las fronteras; y que acababa de saber que los indios del cacique Quilapí le traían robadas sobre 400 cabezas de ganado de todas especies.

A las 3 de la tarde continuamos hasta las 5, en que llegamos al primer costado del sudoeste de la Cañada del Zapato, en que estuvimos hasta las 8, por haber volcado una carreta y empantanádose otra, como también por esperar las atrasadas. El día ha sido de mucho sol, se ha aturbonado el tiempo, pero el viento se afirmó por el pampero, sin más novedad.

 

10, lunes

A las 6 de la tarde nos pusimos en marcha, y a las 10 llegamos a un médano que se halla al este del que llaman del Soldado, como media legua, habiendo pasado lo más fragoso de la Cañada del Zapato; a las 10 de la mañana, a cuya hora se ardió el eje de una carreta, que se reparó luego y sin avería. En la tarde de este día mandé suspender la marcha, a fin de reunir las carretas, refaccionarlas y marchar con más actividad. A las 11 llegó un indio que había remitido a la superioridad desde la Cabeza del Buey, el cual me dio cuenta que dejaba reunidas muchas tropas en la Guardia de Luján. Esta noticia se difundió luego entre los indios, que la propagaban por señales de humo por medio de chasquis que anunciaban novedad en la frontera. Este   -62-   día ha sido de un calor extraordinario; el viento varió por todo el círculo de la aguja con aparato de tormenta, inclinándose hasta el este sudeste, sin más novedad.

 

11, martes

En este día mandé suspender la marcha para hacer se compusiesen varias carretas, que en la extensión de 4 leguas se hallaban deterioradas y atrasadas. Han salido con alta 4 enfermos, y ha entrado uno al hospital. El viento ha estado fresco por el este y este sudeste, sin más novedad.

 

12, miércoles

A las 5½ de la mañana nos pusimos en marcha, y a las 12½ llegamos a parar al noroeste de la Laguna de la Cabeza del Buey, como dos mil varas, en un médano que vierte agua dulce. Esta jornada ha sido aprovechada, pero me he visto precisado a suspender la marcha hasta el día siguiente, por haberse roto algunas carretas por la exorbitancia de su carga; y como cada día se van inutilizando más, he resuelto convocar a los troperos, y prevenirles, que si no reducen su carga a lo regular, dejaré abandonada en el campo la carreta que se rompa por excesiva carga; pues no es justo que la codicia de 18 o 20 perjudique a más de 200, con las tropas y demás gentes de la expedición, que corremos manifiesto, riesgo, así por la falta de víveres y mancaje, como por los enemigos que nos observan, y escasez de agua en las travesías que nos restan; mucho más cuando estábamos ciertos de que de nuestra posición hasta las fronteras no había llovido; en cuya atención esperaba se conformasen si llegaba el caso. Enterados todos, dijeron que estaban prontos a ejecutar cuando se les mandase, pues quedaban convencidos de mis razones. Por este motivo les otorgué el día de hoy para recorrer más exactamente sus carretas y marchar el día de mañana.

El cacique Epumur ha enviado un chasqui con el objeto solo de saber cuál era el motivo de tardarse la expedición; que si era por falta de bueyes o caballos, que él tenía prontos y bien cuidados, los que se le habían dejado en guarda, y del mismo modo remitiría cuantos tenía suyos al primer aviso, sin perjuicio de mandar cuatro de sus mocetones para que enseñasen algunas aguadas. Le di las gracias, y dije que suspendiese la remisión de ganados hasta que tuviese el gusto de verle en la inmediación de sus toldos; pero que me aprovecharía de sus mocetones para facilitar a los troperos el conocimiento de las aguadas, por haber faltado las lagunas que solían surtir de agua. Hoy han salido con alta dos enfermos. El día es de mucha calor: el viento   -63-   por el este y nordeste; por la tarde turbonada, aunque de poco aparato, sin que haya ocurrido más novedad.

 

13, jueves

En toda la mañana de este día y la mayor parte de la tarde estuvimos sin marchar, esperando la reunión de las carretas a un solo punto; aprovechando la aguada, para que con ella, y los buenos pastos, se repusiesen los animales, con el objeto de caminar hasta las 9 de la noche, y luego seguir la trasnochada desde la salida de la luna. A las 10 de la mañana despaché pliego a la superioridad, avisándole del estado de mi viaje. A las 4 de la tarde, ya a punto de caminar, se volcó una carreta al tiempo de ensebar, y cogió a tres: a uno rompió un muslo y la cabeza, a otro tres costillas y al otro un brazo. Ha sido necesario confesarlos, y ocurrir inmediatamente con medicinas; lo cual se ejecutó con puntualidad, y acomodándolos del mejor modo posible, se continuó la marcha.

El cacique Epumur mandó sus mozos, y avisó que la tierra estaba alterada, y el cuidado los tenía cruzando sus patrullas por Palantelen, temerosos de que los españoles los venían a atacar; que estuviese cuidadoso hasta que nos viésemos, que mañana mandaría a su hijo. Que él había sido convocado a un parlamento referente a esta novedad, y no había querido concurrir, persuadido de que nada había, y cierto de que cualquiera novedad de los españoles podía tener su origen de noticias equivocadas, ocasionadas del primer movimiento del cacique Lincon. Que éste en persona había venido a su toldo a interesarlo para que le perdonase aquel hecho, como que lo había cometido con embriaguez, y esperaba de mí le otorgase esta gracia, y le recibiese sus mensajes, cuando a este fin me los mandase. El día ha estado muy nublado, y por lo mismo bueno. El viento por el sureste; y es cuanto ha ocurrido, sin novedad según los partes.

 

14, viernes

Al romper el día paramos de nuestra trasnochada, y a las 8½ nos pusimos otra vez en marcha; paramos a las 12, y a las 3½ de la tarde proseguimos nuestro viaje. A las 7½ llegamos a la Laguna del Junco por el nordeste, hasta las 10 de la noche en que pienso emprender de nuevo la marcha. Hoy he recibido pliegos de la superioridad, contestación a los oficios que remití desde la Cruz de Guerra. También recibí mensaje del cacique Lincon, pidiendo se le dispensase su yerro, y que se le permitiera venir a la expedición a tratar. Le otorgué uno y otro, llegando   -64-   en orden y como correspondía. El día ha estado de rigoroso calor: viento escaso por el sur, y siguen los enfermos con conocida mejoría, sin que haya ocurrido otra novedad según los partes.

 

15, sábado

En la trasnochada de esta noche, y camino hecho esta mañana, llegamos a las 10 al paraje nombrado los Monigotes, donde a poco rato vino a visitarme el cacique Epumur, su hijo y toda la familia. Allí nos dio las últimas pruebas de su amistad y honradez. Entregó toda la hacienda que se le había dejado en guarda, con sólo la falta de un buey que se murió el día que se le entregaron, y conservó el cuero y osamenta, que presentó a su dueño en comprobante. Se le satisfizo su trabajo, y gratificó del modo posible, manifestando quedar contento. Me dio puntual noticia del estado de la indiada; me ratificó cuanto me había mandado decir acerca de los parlamentos tenidos entre ellos, y la necesidad de caminar con cuidado hasta Palantelen, sin embargo del mucho miedo que tenía Lincon en vista del movimiento de tropas españolas en la frontera, receloso de que se dirigían a castigarle por las anteriores ocurrencias. Me pidió de nuevo olvidase las cosas de Lincon, y le ofrecí hacerlo.

En estas circunstancias llegó mensaje de éste, insistiendo en que le permitiera entrar a hablarme a la Cruz de Guerra: lo cual le concedí a vista de Epumur. A las 3 de la tarde llegó al campamento Casimiro Leiva y su padre, que despaché a la frontera después de haber recibido a Antenau, y las contestaciones del gobierno referentes a lo ocurrido en Salinas. Por él supe el estado de nuestra frontera, además lo que me expresaba el comandante general de ella, y su retirada a Palantelen, a virtud de aviso que les comuniqué por el mismo Leiva, para evitar gastos; resultando de todo doblemente oportuna esta diligencia, y mayor el motivo de agradecimiento en los indios de Epumur y Quinteleu, que acompañaron a Leiva y Casimiro su hijo. A las 5 de la tarde se despidió Epumur, y nos pusimos en marcha hasta las 11 de la noche, por haberse roto el eje de una carreta.

Al este del paraje de los Monigotes, como a legua y media y a sus márgenes, hay una toldería, la cual nos surtió de agua para la hacienda en esta jornada; y aunque la resistían los indios, se les contentó con cuatro reales. En este día ha sido fuerte el sol; el viento por el nordeste. Se halla atrasado en su tropa el capitán Morales, y la retaguardia al cargo del capitán don Manuel de Represa le auxilia hasta la Cruz de Guerra, en donde hará alto para el descanso de la hacienda, reparo y reunión de las carretas.

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16, domingo

Habiendo continuado la marcha en esta noche, llegamos a las 3 de la mañana a la Laguna de la Cruz de Guerra, en donde hemos parado todo el día para que se compongan las carretas, y repongan los animales con los pastos y aguas, después de una tan larga travesía. Hice reseña de las carretas, y se halló que las tropas atrasadas eran las del capitán Morales, Juan Manuel Rodríguez y D. N. Lascano; aunque estas últimas en poca distancia, y la primera en los Monigotes, donde al tiempo de la marcha se detuvo para dar algún descanso a sus animales, que encargó particularmente al cacique Epumur. El capitán de retaguardia le instó a su marcha, y se resistió diciendo, no necesitaba ya de convoy. Mandé gente de refuerzo, y orden para que sin más demora, estando refaccionadas las carretas, marchasen a reunirse. En esta tarde se ha presentado con su gente el cacique Lincon, muy sumiso y atento; se le otorgó que alojase a poca distancia esta noche, y quedamos amigos. El viento ha estado por el oeste noroeste, sin haber ocurrido más novedad.

 

17, lunes

Reunidas todas las tropas, nos pusimos todos en marcha a las 4 de la tarde, continuando como dos leguas, en donde permanecimos hasta las 3 de la mañana en que seguimos; cuya jornada han hecho todas las tropas de carretas, menos la de Morales, a quien despaché la tarde antes tres carpinteros, y orden de avisarme si necesitaba bueyes, para remitirlos con el aviso que me diese el capitán de retaguardia; quien me dio parte quedar todo remediado. El día ha estado de mucha calor y ardiente por el oeste noroeste, sin haber ocurrido más novedad.

 

18, martes

A las 3½ seguimos nuestra marcha, y a las 10½ paramos una legua más al nordeste que las lagunas nombradas las Hermanas. A las 3 de la tarde marchamos, y a las 6½ llegamos al nordeste de la Laguna de Palantelen, como 1500 varas. En este día tuvimos la pérdida de una carreta del tropero Nicolás Villamayor; por una fuerte quemazón del campo que nos tomó en este tránsito, y de la cual no pudo separarse esta carreta, por haberse encajado en una vizcachera, huyendo del fuego que la alcanzó y redujo a cenizas; habiendo librado con la mayor felicidad las demás tropas de carretas, en fuerza de las más activas diligencias

Este punto es el de reunión, y también del que se dividen   -66-   los caminos para distintos partidos de esta campaña. Luego que llegaron las tropas, di orden para que cada uno pudiese marchar libremente a su destino, como algunos lo ejecutaron en aquella misma tarde. El camino desde la Cruz de Guerra hasta aquí es de rigorosa travesía; y habiéndose hallado aquella laguna seca, fue necesario pasasen las primeras a los Manantiales de Casco; pero luego se halló una laguna con agua abundante, como a legua y media al nordeste, del lado de Palantelen, en el camino del Fortín de Areco, de lo cual pasé aviso al resto de la expedición. El viento fuerte por el norte noroeste, sin más novedad que hallarse cerca la tropa de Morales, que mañana puede llegar a Palantelen.

Habiendo llegado a este sitio un religioso mercedario a pedir limosna de sal, se le dijo que aprovechase la de la carreta quebrada en las Dos Hermanas, lo que verificó.

 

19, miércoles

Todo este día me mantuve parado en este punto de Palantelen, esperando la reunión de tropas atrasadas; a quienes, luego que iban llegando, se les comunicaba la orden de marchar libremente a los lugares de su procedencia. Asimismo despaché a los milicianos que de diferentes Guardias habían seguido la expedición, según es costumbre, dejando las carretas armadas de lanzas; siendo del cargo de los mismos troperos entregarlas en la capital al tiempo de conducir la sal al Excelentísimo Cabildo.

En este día pasé oficio a la superioridad por medio del ayudante mayor de la expedición, de haberla disuelto en el punto dado por Su Excelencia que marchaba al siguiente día a la frontera, desde donde daría igualmente parte. Asimismo di permiso al cirujano y padre capellán para pasar a la guardia, y de allí a la capital. En este día recogimos una india, mayor de 30 años, que en la Cabeza del Buey se me presentó de noche, conducida por los indios amigos, a quienes rogó que la protegiesen contra los suyos que querían matarla, creyéndola hechicera y causa de las muertes y desgracias ocurridas últimamente en sus toldos; por cuya razón la habían arrastrado, y dejádola en el campo, (trayendo aún en el pescuezo las señales del dogal); que había seguido la expedición por más de 15 días, manteniéndose con huevos de avestruz y yerbas. Oída esta relación, la admití, e hice ocultar en una carreta, sin ser vista más que del peón, a fin de que no trasluciesen los indios y causase alboroto. En este punto son todos los indios muy celosos; bien que ella pidió ser cristiana, y para manifestar se le vistió del mejor modo   -67-   posible; lo que causó mucha novedad a toda la expedición, que ignoraba el caso.

A las 12 del día se formó una terrible tormenta por el oeste, y fijándose luego por el sud sudoeste, descargó en un fuerte aguacero, que duró hasta las 4 de la tarde; y a la oración quedó completamente despejado el horizonte. Por esta razón no pudieron reunirse las tropas atrasadas, hasta las 10 de la noche, en que recibí parte del capitán de retaguardia, de venir caminando sin novedad, y de estar a tres leguas, refaccionadas enteramente las carretas.

 

 

20, jueves

A las 4 de la mañana pase orden, y algunos auxilios al capitán de retaguardia con el sargento de infantería Peralta para que, luego que llegue a aquel destino, se retirase a su Guardia del Salto, y me avisase de cualquiera ocurrencia que en el corto espacio que nos separaba pudiera haber. Me contestó el recibo de los auxilios de boca, y que estando a la distancia de una legua de mi campamento no me detuviese en marchar, que él lo haría en el mismo día, después que despachase a Morales, de que me daría parte. En efecto seguí mi viaje hasta las 8, que paré al nordeste de las Lagunas de Calelian, por aprovechar de sus aguas para las haciendas. A las 2 de la tarde proseguimos nuestro viaje, hasta las 7, que hicimos alto al noroeste de la Cañada de Chivilcoy. El tiempo sereno, pero de excesiva calor. El viento por el norte hasta las 4 de la tarde, en que quedó calma, sin más novedad.

 

21, viernes

A las 10 de la noche anterior nos pusimos en marcha, y caminamos en toda ella, hasta las 10 del día siguiente, que paramos distante dos leguas de la Cañada de las Saladas, hacia el nordeste, donde estuvimos hasta las 2½ de la tarde. Las carretas fueron a hacer alto en la Cañada del Durazno, y yo llegué a la Guardia de Luján, punto de mi salida, y principio de este viaje, como a las 9 de la noche, sin otra novedad, a los dos meses de mi partida.

 

22, sábado

A las 10 del día llegaron las carretas y tren de artillería, con el resto de la tropa, y se entregaron en el almacén de ella los esmeriles y las municiones restantes, con la razón de los deterioros y   -68-69-   1 consumos.   -70-   En el mismo día recibí parte del capitán don Manuel de Represa, de haber llegado la retaguardia al punto de reunión, y marchado sin novedad todos a sus destinos. Con esto ha quedado concluida de todo punto la expedición sin desgracia; habiendo librado la vida los 48 enfermos de gravedad que hubo en el hospital. Siendo de notar, que fue tan sumisa y obediente la gente de ella, que no hubo herida ni golpe que curar, por pendencia ni descomedimiento en todo el viaje. Tampoco hubo motivo particular de corregir ni compeler por la fuerza a entrar en sus deberes a ningún individuo, pues siempre fue suficiente una ligera reconvención. Lo mismo sucedió con respecto a la tropa, cuyos oficiales se esmeraron más particularmente en conservar la disciplina; cuidando yo especialmente de que no les faltase bastimento fresco para hacer más tolerable, sus fatigas, aún a costa de mi dinero, proporcionándoles cuantos auxilios me fueron dables en aquellos destinos. Entiendo, apoyado en la experiencia, que ningún jefe saldría desairado, manifestándose con entereza, modo y franqueza, aunque se encuentre en los lances más arriesgados.

Guardia de Luján, diciembre 22 de 1810.

Pedro Andrés García.